Miremos
tras los ojos suplicantes toda una historia de sufrimiento detrás y
comenzaremos a derramar el amor y la misericordia desde nuestro corazón
Génesis 2,18-25; Salmo 127; Marcos 7,24-30
No somos racistas, decimos y lo
repetimos muy fuerte y muy claro no sé si en el fondo para justificarnos de algún
resabio que nos queda por dentro en algunas actitudes o posturas que podamos
mantener en relación a los que nos vienen de fuera. En nuestra tierra con tanta
gente que nos llega del exterior, ya sea por turismo o por inmigración, de una
forma legal o también de esos que llamamos inmigrantes ilegales porque llegan a
nuestras costas en pateras y de muy mala manera, algunas sentimos cosas que se
hablan con comparaciones entre el trato que le damos a unos o a otros, ya sea
de los que nos dejan su dinero o de los que tenemos que ayudar, que no sé si
esos comentarios dejan mucho que desear en referencia lo que primero decíamos
en nuestra reflexión. Pero creo que son cosas, palabras y frases que decimos, actitudes
o posturas que pueden reflejar algo y tenemos que revisar de alguna manera.
¿Cómo actuar?
Me estoy plateando toda esta reflexión
desde el evangelio que hoy escuchamos y que no sé si siempre sabemos darle una
buena interpretación. Jesús está fuera del territorio de Israel, o de aquellos
lugares donde más se habían asentado los israelitas; está ya en territorio de
Fenicia donde ya no todos son judíos sino que hay muchos cananeos, de aquellos
que allí estaban asentados cuando llegaron los judíos desde su peregrinar por
el desierto en su liberación de Egipto.
Jesús intenta pasar desapercibido. Su misión,
como misión divina, que tenía su carácter universal porque para todos era la salvación
que venía ofreciéndonos, sin embargo estaba reducida al territorio de Israel.
Pero la misericordia de Dios de la que venía a ser signo en medio de nosotros
estaba presente en su corazón. Nos cuesta entender algunas veces que Jesús no
quisiera escuchar a aquella mujer cananea que suplicaba por su hija enferma,
pero su corazón estaba abierto porque con ella entra en diálogo. Y esto es un
punto importante. Hay expresiones que nos resultan duras como el hablar de
perros, pero tenemos que entender el lenguaje que utilizaban los judíos
para hacer referencia a quienes no
fueran de su raza o su religión. Y de aquel diálogo surgirá el milagro del amor
porque la fe de aquella mujer era sincera, como hará luego notar Jesús. ‘Por
eso que has dicho, ya el demonio salió de tu hija’, le dirá.
Nos surgen también en ocasiones,
influenciados por el ambiente o por lo que escuchamos expresiones o
sentimientos que pudieran poner en duda la calidad de nuestro amor. Quizás
muchas veces nos encerramos en nuestros criterios, ponemos por delante lo que
nos parece que pudieran ser nuestros intereses, y surgen así esas actitudes o
esas palabras negativas que podamos emplear. Pero ¿no necesitaremos, como lo
hizo Jesús, entrar en diálogo con aquellos que nos puedan parecer diferentes
para descubrir por ejemplo lo duro del sufrimiento por el que están pasando, o
los buenos sentimientos que ellos también pueden tener?
¿Qué sabemos que hay detrás de esas
personas, de esas manos tendidas en búsqueda de ayuda? ¿Qué conocemos de sus
historias o del sufrimiento que sido su recorrido para llegar hasta donde ahora
están? Cuando conocemos de verdad al que está delante de nosotros quizás tendiéndonos
su mano o con unos ojos suplicantes podrían cambiar nuestras actitudes y
nuestras posturas. No podemos encerrarnos en nuestros propios criterios o en
nuestros prejuicios; los prejuicios sabemos que siempre los realizamos cuando
no tenemos un conocimiento de verdad de la realidad. Sólo así podrá surgir el
milagro del amor que primero que nada tiene que realizarse en nuestros
corazones. Solo así podremos ser signos en verdad de ese amor de Dios que
tenemos que ser en medio del mundo.
También esas personas tienen derechos a
esas migajas de amor que han de desprenderse de la mesa de nuestra vida. Es
algo más que una migaja lo que tiene que salir de nuestra vida cuando en verdad
nos sentimos envueltos por el amor y la misericordia del Señor. Tenemos que ser
verdaderos señales con nuestra vida, con nuestras actitudes, con lo que hacemos
de lo que es el amor de Dios.
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