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jueves, 13 de febrero de 2025

Miremos tras los ojos suplicantes toda una historia de sufrimiento detrás y comenzaremos a derramar el amor y la misericordia desde nuestro corazón

 


Miremos tras los ojos suplicantes toda una historia de sufrimiento detrás y comenzaremos a derramar el amor y la misericordia desde nuestro corazón

Génesis 2,18-25; Salmo 127; Marcos 7,24-30

No somos racistas, decimos y lo repetimos muy fuerte y muy claro no sé si en el fondo para justificarnos de algún resabio que nos queda por dentro en algunas actitudes o posturas que podamos mantener en relación a los que nos vienen de fuera. En nuestra tierra con tanta gente que nos llega del exterior, ya sea por turismo o por inmigración, de una forma legal o también de esos que llamamos inmigrantes ilegales porque llegan a nuestras costas en pateras y de muy mala manera, algunas sentimos cosas que se hablan con comparaciones entre el trato que le damos a unos o a otros, ya sea de los que nos dejan su dinero o de los que tenemos que ayudar, que no sé si esos comentarios dejan mucho que desear en referencia lo que primero decíamos en nuestra reflexión. Pero creo que son cosas, palabras y frases que decimos, actitudes o posturas que pueden reflejar algo y tenemos que revisar de alguna manera. ¿Cómo actuar?

Me estoy plateando toda esta reflexión desde el evangelio que hoy escuchamos y que no sé si siempre sabemos darle una buena interpretación. Jesús está fuera del territorio de Israel, o de aquellos lugares donde más se habían asentado los israelitas; está ya en territorio de Fenicia donde ya no todos son judíos sino que hay muchos cananeos, de aquellos que allí estaban asentados cuando llegaron los judíos desde su peregrinar por el desierto en su liberación de Egipto.

Jesús intenta pasar desapercibido. Su misión, como misión divina, que tenía su carácter universal porque para todos era la salvación que venía ofreciéndonos, sin embargo estaba reducida al territorio de Israel. Pero la misericordia de Dios de la que venía a ser signo en medio de nosotros estaba presente en su corazón. Nos cuesta entender algunas veces que Jesús no quisiera escuchar a aquella mujer cananea que suplicaba por su hija enferma, pero su corazón estaba abierto porque con ella entra en diálogo. Y esto es un punto importante. Hay expresiones que nos resultan duras como el hablar de perros, pero tenemos que entender el lenguaje que utilizaban los judíos para  hacer referencia a quienes no fueran de su raza o su religión. Y de aquel diálogo surgirá el milagro del amor porque la fe de aquella mujer era sincera, como hará luego notar Jesús. ‘Por eso que has dicho, ya el demonio salió de tu hija’, le dirá.

Nos surgen también en ocasiones, influenciados por el ambiente o por lo que escuchamos expresiones o sentimientos que pudieran poner en duda la calidad de nuestro amor. Quizás muchas veces nos encerramos en nuestros criterios, ponemos por delante lo que nos parece que pudieran ser nuestros intereses, y surgen así esas actitudes o esas palabras negativas que podamos emplear. Pero ¿no necesitaremos, como lo hizo Jesús, entrar en diálogo con aquellos que nos puedan parecer diferentes para descubrir por ejemplo lo duro del sufrimiento por el que están pasando, o los buenos sentimientos que ellos también pueden tener?

¿Qué sabemos que hay detrás de esas personas, de esas manos tendidas en búsqueda de ayuda? ¿Qué conocemos de sus historias o del sufrimiento que sido su recorrido para llegar hasta donde ahora están? Cuando conocemos de verdad al que está delante de nosotros quizás tendiéndonos su mano o con unos ojos suplicantes podrían cambiar nuestras actitudes y nuestras posturas. No podemos encerrarnos en nuestros propios criterios o en nuestros prejuicios; los prejuicios sabemos que siempre los realizamos cuando no tenemos un conocimiento de verdad de la realidad. Sólo así podrá surgir el milagro del amor que primero que nada tiene que realizarse en nuestros corazones. Solo así podremos ser signos en verdad de ese amor de Dios que tenemos que ser en medio del mundo.

También esas personas tienen derechos a esas migajas de amor que han de desprenderse de la mesa de nuestra vida. Es algo más que una migaja lo que tiene que salir de nuestra vida cuando en verdad nos sentimos envueltos por el amor y la misericordia del Señor. Tenemos que ser verdaderos señales con nuestra vida, con nuestras actitudes, con lo que hacemos de lo que es el amor de Dios.

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