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jueves, 8 de octubre de 2009

El Señor los iluminará con un sol de justicia que da vida eterna

Malq. 3, 13-18; 4,2
Sal. 1
Lc. 11, 5, 13



‘No vale la pena servir al Señor, ¿qué sacamos con cumplir los mandamientos?... al contrario nos parecen dichosos los malvados; a los impíos les va bien, tientan a Dios y quedan impunes…’
Espejismos y vanidades, apariencias y falsedades… tentaciones de ayer y tentaciones de hoy. Los profetas no lo fueron sólo para otros tiempos sino que siguen siendo testigos de Dios para los hombres de todos los tiempos, para los hombres de hoy también.
‘Llegará el día del Señor… ardiente como un horno… y no quedarán de ellos ni rama ni raíz… Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas…’ Es el anuncio del tiempo final que nos hace el profeta. ¿Qué quedará de aquellas vanidades? Los espejismos perderán sus luces de engaño. Veremos la realidad de la vida y dónde está el verdadero mérito. Brillará lo que verdaderamente ha merecido la pena y lo que tendrá premio al final.
‘Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor… que su gozo es la ley del Señor… será como un árbol plantado al borde de las acequias… cuanto emprende tiene buen fin… El Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal…’ Es la respuesta, la reflexión, la luz que recibimos con el salmo de nuestra oración.
Nos fiamos de la Palabra del Señor. ¿Quién ha hecho tanto por nosotros como lo ha hecho el Señor? Sentirse amado por el Señor compensa todos los esfuerzos y sacrificios. Los caminos del Señor, aunque nos pudiera parecer lo contrario, son siempre caminos de luz y de vida. Además no olvidemos la trascendencia que tiene nuestra vida y nuestros actos.
¿En qué queremos que acabe nuestra vida, aún pensando de tejas abajo? En la tentación nos cegamos y nos parece el camino de los impío como el camino de los más felices. Pero si nos paramos un poco a pensar caemos en la cuenta que es un camino sembrado de orgullos porque se creen los absolutos y los dioses de todos y de todo, ambiciones desmedidas porque sólo se piensa en mí mismo, falsedades, trampas y engaños para obtener lo que se apetece, envidias porque no se soporta que el otro pueda tener o pueda ser. ¿En qué termina todo eso? No puede acabar sino en peleas y enfrentamientos, guerras de unos contra otros como fieras rapaces que quieren arrebatar al otro lo que sea, buscar la manera de quitar de en medio al otro porque siempre será molesto y muchas cosas más. ¿Es ese el camino de felicidad para todos que todos deseamos? Seguro que no.
No nos dejemos engañar. Muchos cantos de sirena querrán atraernos. Prefiero seguir los caminos del Señor porque por ese camino sí queremos siempre la felicidad para todos y aunque aquí no lo consigamos tenemos la esperanza de la plenitud total y el premio eterno que el Señor nos tiene prometido. Escuchemos la llamada que hoy el Señor nos hace por el profeta que también nos vale para los hombres de hoy.

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