No
digamos muchas palabras, simplemente gocémonos sintiéndonos amados de Dios de
manera que le digamos Padre
Isaías 55, 10-11; Sal 33; Mateo 6,
7-15
Cuando la
gente se siente querida, se siente feliz; cuando la gente se siente querida, se
siente valorada: cuando la gente se siente querida se disipan las tinieblas y
las dudas que podamos tener hasta de nosotros mismos; cuando la gente se siente
querida, se siente con ganas de correr al encuentro con los demás, de compartir
esa alegría nueva que lleva en su interior; cuando la gente se siente querido
comenzará a mirar la vida, cuanto le rodea de forma distinta; cuando la gente
se siente querida, comenzará a amar de una manera nueva a los que están a su
alrededor; el mundo se llena de colores, todo comienza a verse con optimismo y
con esperanza.
Nos hace
falta sentirnos queridos; todavía quedan muchas malquerencias, muchos odios y
muchas violencias, no hemos sabido aun encontrar los caminos que nos llevan a
la paz porque nuestro corazón está aun cerrado, le hemos puesto el cartelito de
nuestras desconfianzas y no respondemos a ningún estímulo ni a ninguna llamada.
Aprendamos a sentirnos queridos, porque hay quien nos está ofreciendo siempre
su amor. Mientras no lo aprendamos,
mientras no lo experimentemos seguiremos rezando mal el padrenuestro.
Hoy Jesús nos
dice que cuando recemos no usemos muchas palabras, como los que piensan que por
muchas palabras van a ser mejor entendidos. Claro que es lo que seguimos
haciendo, nos ponemos a repetir y a
repetir palabras de manera que muchas veces nuestra oración se hace cansina y
aburrida. Al final lo que estamos haciendo es eso que Jesús quiere que no
hagamos, y hasta se nos hace aburrida nuestra oración.
Lo primero
que nos dice Jesús que digamos es fundamental y tenemos que decirlo sintiendo
de verdad las palabras que empleamos. Es la palabra más hermosa, la palabra con
que habitualmente nos dirigimos a nuestro papá. ¡Padre! Claro que no le decimos
padre a cualquiera; le decimos padre al que sabemos bien que nos ama; es ese
padre que nos ha engendrado para la vida y ha estado junto a nosotros ofreciéndonos
su cariño y su amor, preocupándose por nosotros queriendo ofrecernos lo mejor y
procurando que nada nos falte o nos pueda dañar. Sí, me estoy refiriendo a ese
papá de la tierra, con el que formamos familia, a quien nos dirigimos con
confianza y al que escuchamos con amor, porque sabemos que siempre nos ama.
Hoy nos
encontramos a mucha gente que tiene esa carencia de amor y cuando encuentra a
alguien que le aprecia y busca lo mejor para él, que le abre el corazón y con
quien se puede confiar, porque quizá por otra parte no han tenido esa
experiencia de amor en la propia familia, comienzan también a llamarle padre, a
llamarle papá. Mucha gente así nos encontramos en la vida que están buscando
sentirse queridos, sentirse amados y allí donde encuentran esa acogida y esa
comprensión, le ponen también todo su amor.
Pero estoy
hablando de estas experiencias humanas, que algunas veces pueden ser tan
diversas, porque es en lo que Jesús quiso fijarse y tener en cuenta para que así
fuéramos capaces de experimentar ese amor de Dios. Por eso nos dice que orar es
decir Padre. Y le decimos Padre porque nos sentimos amados. ¡Qué grande es el
amor que Dios nos tiene! No podemos ir, pues, a la oración sin que sepamos
llevar ese gozo en el alma de sentir que somos amados de Dios. Con esa palabra,
con esa experiencia de amor está todo dicho, no hacen falta más palabras.
Fijamos que
inmediatamente que decimos Padre, decimos Padre nuestro; es que sintiéndonos
amados ya comenzamos a mirar de forma distinta a los demás porque nos damos
cuenta de que ellos son también amados de Dios, y por eso nos sentimos
hermanos, y por eso diremos a Dios, Padre nuestro.
Ya todo lo
demás en la oración fluirá de forma espontánea porque ¿cómo no vamos a buscar
siempre lo que es su voluntad que siempre nos ofrecerá los caminos mejores?
¿Cómo no nos vamos a sentir con la confianza de que no nos veremos abandonados
y no nos faltará el pan de cada día? ¿Cómo no vamos a sentir dolor en el
corazón cuando algo malo hacemos o tenemos que sufrir de los demás, pero
sabiendo que en su amor tenemos asegurada su misericordia y su perdón, que será
la manera con que nosotros tratemos siempre a los demás? ¿Cómo no nos vamos a
sentir seguros en nuestros caminos si sabemos que sus Ángeles nos llevarán en
las palmas de sus manos para librarnos del peligro, para no dejarnos caer en la
tentación del mal?
Gustemos esa
palabra, padre, gustemos lo que es el amor de Dios y nuestra vida será distinta,
y llevaremos siempre la alegría en el corazón, y llenaremos el mundo de color,
y sabremos encontrar los caminos de la verdadera paz.
Ya, como un
aparte o una conclusión, en los momentos difíciles que estamos viviendo en este
momento, reza en este sentido el Padrenuestro y lograremos que vuelva la paz a
nuestro mundo.
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