Un camino de ascensión, de superación, de crecimiento
interior, que exige nuevas actitudes, nuevos valores, nuevo sentido de nuestro
vivir, porque nos sentimos amados de Dios
Ezequiel 18, 21-28; Sal 129; Mateo 5,
20-26
Bueno, yo
como todos; ya intento ser bueno, portarme bien con mis amigos, ayudo a los que
me ayudan, tampoco es que quiera estar a mal con nadie, pero si me dejan de
hablar eso es su problema. Algo así pensamos algunas veces, y vamos intentando
llevar la vida sin mayores problemas, pero tampoco complicándome demasiado y comprometiéndome
a hacer lo que buenamente se pueda hacer.
¿No será
ciertamente una vida ramplona, donde poco esfuerzo hacemos por hacer algo
distinto? Nos vamos dejando llevar por las cosas que van saliendo, pero a mí
que no me compliquen la vida, nos decimos. Y hablamos las mismas palabras que
todos y ni siquiera nos planteamos lo ofensivas que puedan ser esas palabras, y
tenemos las mismas actitudes que todos en nuestras relaciones con los demás,
con los resentimientos de todos, con el orgullo y el amor propio a flor de piel
como todos, con nuestros gestos tan llenos de violencia muchas veces, como
todos. Y además hasta nos llegamos a decir que ya con eso somos buenos
cristianos. ¿Se parece una vida así con lo que hoy nos propone el evangelio?
Ya Jesús, de
entrada, nos dice que algo más tiene que haber en nuestra vida si es que en
verdad queremos buscar el reino de los cielos. ‘Si vuestra justicia no
es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos’. Era en cierto modo el modelo que se
trataba de proponer en aquellos tiempos de Jesús. Los fariseos eran unos
personajes de gran influencia en la sociedad de entonces y ellos se decían los
cumplidores; los escribas – muchos de ellos de la secta de los fariseos – eran
los que impartían las enseñanzas al pueblo explicando la Ley. Y Jesús le dice
tajantemente que si no son mejores que los escribas y fariseos, de ellos no
eran el Reino de los cielos. Algo nuevo quería ofrecernos Jesús.
Hoy nos
señala Jesús cosas muy concretas en nuestras relaciones con los demás, pero
bien sabemos que lo que hoy escuchamos está dentro del llamado sermón del
monte, donde Jesús nos propone esas actitudes, gestos y posturas nuevas, nueva
forma de hacer las cosas, que hemos de tener los que queremos vivir el Reino de
Dios.
Yo no mato
ni robo, decimos también nosotros tantas veces y ya nos creemos que lo tenemos
todo hecho. Pero quizás le quitamos la fama a los demás con nuestras
murmuraciones, quizás somos violentos con nuestras palabras que se convierten
en ofensivas, discriminatorias, violentas muchas veces con las que humillamos a
los que están a nuestro lado y quizá los queremos ver distintos por distintas
circunstancias de su vida, quizá nos respetamos la dignidad de toda persona ni
la valoramos, quizás mantenemos nuestros resentimientos que no olvidamos porque
algo que un día no nos agradó…
Por eso
nos dice clara y tajantemente Jesús: ‘Por tanto, si cuando vas a presentar
tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene
quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a
reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda’.
Ya cuando
nos enseña a orar nos enseña a que si nosotros le pedimos perdón a Dios, es porque
hemos aprendido ese camino de misericordia y somos capaces de perdonar de
corazón a nuestro hermano. Por eso tenemos que ser capaces de perdonar, pero
también de pedir perdón para ser perdonados. Tenemos que ser siempre ministros
de reconciliación.
No es cuestión
solo de que intentemos ser buenos; no es cuestión de que seamos como todos. Es
un camino de ascensión, de superación, de crecimiento interior, que nos exige
nuevas actitudes, nuevos valores, nuevo sentido de nuestro vivir. Todo, porque
nos sentimos amados de Dios.
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