Que
Dios ponga en nuestros labios la palabra oportuna y se haga presente en aquella
situación por la que le estamos pidiendo en nuestra oración
Ester 4, 17k. l-z; Sal 137; Mateo 7, 7-12
‘Ahora, Señor, Dios mío, ayúdame, que estoy sola y no
tengo a nadie fuera de ti. Ahora, ven en mi ayuda, pues estoy huérfana, y pon
en mis labios una palabra oportuna delante del león, y hazme grata a sus ojos…’
Era la súplica de la reina Esther al Señor en su tribulación. Había de
interceder ante el rey por la vida de su pueblo y humilde se postra ante el
Señor en su oración y pide que Dios esté en sus labios en el momento de la
súplica para tener las palabras acertadas.
Me recuerda
la oración de aquella buena mujer, como ella misma le contara al médico antes
de su operación, en la que pedía al Señor que estuviera en las manos del
médico, en sus dedos mientras realizaba la operación quirúrgica para que
hiciera lo más acertado.
Eso es en
cierto modo la oración. Pedimos y suplicamos al Señor en nuestras necesidades,
en los problemas de la vida, o por los problemas que nos vamos encontrando en
el día a día de nuestro mundo y sociedad. Parece como que nuestra oración es el
deseo de que se haga y se cumpla lo que le pedimos al Señor y tal como nosotros
se lo pedimos. Podríamos decir que eso es lo elemental. Pero el verdadero
creyente, el hijo de Dios que se siente amado por su Dios realmente lo que le
pide es que Dios se haga presente en su vida, se haga presente en aquella
situación, se haga presente en aquellas personas por las que pedimos.
‘Pon en
mis labios una palabra oportuna…’ que decía la reina Esther, que Dios esté en sus
manos mientras realiza la operación que pedía aquella buena mujer. Que Dios
esté con nosotros en esa situación y sintiendo esa presencia de Dios en nosotros
distinta será aquella situación, distinto será aquel momento, distinta será la
forma como nos enfrentamos a esas circunstancias de la vida por las que hemos
de pasar.
Como hemos
dicho en otros momentos estos mismos días, nuestra oración siempre ha de comenzar
porque nos sentimos amados de Dios; y si nos sentimos amados de Dios de alguna
manera se va a manifestar ese amor de Dios en nuestra vida; primero, porque
nuestro espíritu se llenará de paz, nuestra oración no será una oración
angustiada sino que mantendremos la serenidad en nuestro espíritu sea cual sea
el problema, la necesidad, la situación.
La
respuesta a esa nuestra súplica se podrá quizá de forma distinta a como
nosotros pedíamos pero sabiendo siempre que el amor de Padre que Dios nos tiene
nos dará lo mejor que nosotros necesitamos, entonces aprenderemos a dejarnos
conducir por el espíritu del Señor, entonces aprenderemos a afrontar la vida
con sus necesidades o problemas de una forma distinta.
Hoy Jesús
en el evangelio nos insiste en que hemos de orar continuamente al Señor y con
confianza, porque sabemos que Dios es nuestro Padre y nos ama. Por eso
comenzaremos nuestra oración dirigiéndonos a Dios con esa hermosa palabra,
Padre. Y en ese amor de Dios sentimos que Dios está con nosotros, Dios camina a
nuestro lado en esos momentos difíciles u oscuros por los que tengamos que
pasar, Dios se hará presente en ese mundo que tanto le necesita e irá
inspirando a aquellos que tienen en sus manos la posibilidad de que se hagan
las cosas mejor o se solucionen los problemas, o encontremos la paz, como ahora
mismo tan necesitamos.
Aprendamos
a pedir que sintamos siempre esa presencia de Dios en nosotros. Sabemos que nos
ama, nos sentimos en verdad sus hijos.
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