El
mundo de hoy necesita profetas que llenos de sabiduría abran nuestro corazón a
la esperanza de algo nuevo que podemos construir
Génesis 15,1-12.17-18; Sal 104; Mateo
7,15-20
Seguramente tendremos la experiencia de
habernos encontrado alguna vez con una persona humilde y sencilla, de la que
quizás no esperábamos grandes conocimientos, pero que sin embargo cuando la
escuchamos hablar nos quedamos maravillados por la sabiduría que destilaban sus
palabras. Pareciendo no querer decir nada cada palabra era una sentencia y en
cada pensamiento que expresaba encontrábamos un pozo de sabiduría; con una visión
clara nos describía los acontecimientos e incluso parecía que casi sin querer
nos daba como pistas de futuro con mucho acierto.
Personas de una madurez extraordinaria
y que en su sencillez y humildad eran verdaderos pozos de sabiduría que nos
daban un buen sentido de las cosas y de la vida y siempre con gran paz y
serenidad de espíritu. Personas que nos agradaba escuchar y con las que
perderíamos horas y horas para escucharlas y aprender, y para llenarnos de la
paz de su corazón.
Por el contrario también más veces de
la cuenta nos encontramos con charlatanes que todo se lo sabían pero que muchas
veces se convertían en profetas de calamidades, por la negrura con que todo lo
veían y las pocas esperanzas que sembraban en el corazón; más bien todo era
como querer prevenir una catástrofe que veían inminente y que escuchándoles
nuestro corazón se llenaba de desasosiego y de temor. Ante cualquier
circunstancia sus palabras parecían amenazantes y anunciadoras de calamidades,
como si no hubiera nunca esperanza de que las cosas podemos mejorarlas si
ponemos empeño y buena voluntad por nuestra parte y por parte de todos.
Personas en un sentido o en otro,
incluso en nuestro ámbito o sentido religioso nos las podemos encontrar
fácilmente, aunque muchas veces intentamos hacernos oídos sordos o somos tan
cegatos para no descubrir aquellas cosas y aquellas personas de nuestro entorno
que podrían poner esperanza en el corazón. En la misma situación en que nos
encontramos en esta hora de nuestro mundo necesitamos encontrar esa palabra
sabia que ponga paz en el corazón, que nos dé esperanza y nos ayude a encontrar
esos caminos y esas salidas que necesitamos para ese agobio que algunas veces sentimos
en el corazón.
Hoy nos previene Jesús. ‘Cuidado con
los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos
rapaces. Por sus frutos los conoceréis…’ Hemos de saber estar alertas. Alertas para no
dejarnos engañar por esos profetas de calamidades que quizás se nos puedan
presentar con bonitas palabras o argumentaciones que nos pueden parecer muy
juiciosas, pero que siembran ese desasosiego en el corazón, pero que muchas
veces hacen surgir en nosotros actitudes negativas, poco constructivas de algo
mejor.
Tampoco nos dejaremos seducir por
cantos de sirena que todo nos lo presentan bonito y que nos pueden llevar a un
conformismo que no es nada bueno. Escuchemos esa palabra que nos pone en
camino, que nos impulsa a actuar, que siembra esperanza, con la que nos
sentimos fortalecidos para seguir construyendo aunque nos parezca que las cosas
no avanzan. Toda buena semilla que sembremos tenemos la esperanza de que un día
dará su fruto. Acompañemos ese cultivo de la vida fortalecidos en el Señor pero
poniendo nuestro cuidado para quitar las malas hierbas que algunas veces pueden
aparecer en nuestro corazón y que podrían ahogar esa buena semilla.
Esas personas buenas y sabias que un
día nos dejaron plantada una buena semilla en nuestro corazón, antes ellas lo habían
rumiado intensamente en su corazón que es lo que les había hecho llegar a esa
profundidad de pensamiento y de vida que tanta admiración producía en nosotros.
Rumiemos nosotros en nuestro corazón todo eso bueno que también podemos
transmitir; sintiendo la presencia del Señor en nosotros eso se convierte en la
mejor oración, porque es abrir nuestro corazón a Dios para escucharle como
tanto lo necesitamos.
Con humildad abramos nuestro corazón a
Dios que de muchas maneras se nos manifiesta. Así podremos ser esos profetas de
buena nueva que necesita nuestro mundo con una sabiduría nueva que ha brotado
en nuestro corazón. El Espíritu del Señor también está con nosotros.
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