Como
Jesús dejarnos encontrar, como Jesús salir al encuentro de los demás y tender
la mano sin miedo al contagio porque en nuestro corazón llevamos la vacuna del
amor
Génesis 18,1-15; Sal; Lucas 1,46-55; Mateo
8,5-17
¡Qué bueno que te encontré! Quizás
exclamamos cuando nos encontramos con alguien con quien deseábamos estar,
hablar, compartir. Hay personas que son
fáciles de encontrar, porque siempre las encontramos dispuestas, siempre
prontas para prestar un servicio, siempre con los ojos atentos y los oídos
abiertos para acoger, para escuchar, para compartir. Es un gozo. Quizá
empleamos aquella expresión de ¡qué bueno que te encontré!, pero que quiere
expresar más que nada el gozo de encontrarnos con esa persona, nunca la
empleamos como una expresión de reproche, sino que casi no sabemos como
expresar lo que significa ese encuentro. Son personas que se dejan encontrar.
Es lo que de alguna manera contemplamos
hoy en Jesús en el evangelio. A El acudió aquel centurión con su problema o
necesidad y allí estaba pronto Jesús para escucharle. Podría haber habido algún
tipo de reserva, puesto que era un centurión romano, del ejército invasor por
decirlo de alguna manera, y no era bien visto en general por la gente. Pero
Jesús tiene el corazón abierto para todos y quien busca a Jesús siempre se
encontrará a un Jesús que acoge, a Jesús con los brazos abiertos, a un Jesús
que escucha y que valora.
Muchas veces hemos meditado este
episodio y suficientemente podríamos decir nos hemos fijado en la fe de aquel
hombre que sin ser judío sin embargo acude con una fe grande a Jesús. Merecerá
la alabanza de Jesús mismo que dirá que en Israel no ha encontrado nadie de
tanta fe. Es la fe llena de confianza, pero la fe humilde; la fe de quien pone
amor en su petición, pero la fe de quien no se considera digno. Así hemos
tomado sus palabras para convertirlas en oración en nuestros labios y en
nuestro corazón cuando nos acercamos a Jesús. ‘Señor, no soy digno…’
Y si en este episodio es Jesús el que
se deja encontrar a continuación veremos a Jesús que busca, que va al encuentro
de allí donde sabe que hay una necesidad o un dolor. Cuando acude a la casa de
Simón Pedro es Jesús el que se adelanta para llegar a donde está la suegra de
Simón postrada en cama para tenderle su mano y levantarla. Es Jesús, el que pasó haciendo el bien, como
un día Pedro lo definiera.
Creo que hoy vamos a fijarnos de manera
especial en esta manera de actuar de Jesús; el Jesús que se deja encontrar y el
Jesús que va al encuentro de quien está en su sufrimiento. Y es el Jesús que
sana y que da vida; es el Jesús que nos pone en camino, el que nos enseña de lo
que es disponibilidad y de lo que son unos ojos abiertos por el amor; es el
Jesús que nos enseña a olvidarnos de nosotros mismos para ser capaces de estar
siempre disponibles para los demás.
Cuánto tenemos que aprender. Aprender a
hacer los caminos de la humildad y del servicio. Es esa sensibilidad y
delicadeza que tiene que despertarse en nosotros, que muchas veces por
distintas circunstancias nos hacemos duros y nos volvemos desconfiados hacia
los demás. No nos dejamos encontrar porque desconfiamos de todo y de todos; y
dejarnos encontrar es hacer que los demás se sientan a gusto con nosotros,
porque miremos con una sonrisa en los ojos, porque no nos quedemos en la
distancia – y hay muchas formas de quedarnos en la distancia -, porque seamos
capaces de tender la mano que es poner en sintonía el corazón, porque seamos
capaces de detenernos en nuestros caminos para ver quien está en la vera del
camino, porque seamos capaces de perder el tiempo con aquel que nos encontramos
en el camino y no vayamos siempre con nuestras carreras locas.
Como Jesús dejarnos encontrar; como
Jesús salir al encuentro de los demás; como Jesús tender la mano sin miedo al
contagio porque en nuestro corazón llevamos la vacuna del amor.
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