Con
ojos de fe hagamos una lectura creyente de nuestra vida para darnos cuenta de
que en los peores momentos siempre Jesús estuvo caminando a nuestro lado
Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24; Sal. 29;
2Corintios 8, 7. 9. 13-15; Marcos 5, 21-43
‘Mi niña está en las últimas; ven,
impón las manos sobre ella, para que se cure y viva’. Es la súplica de Jairo, el jefe de la sinagoga que
acude a Jesús. Su niña está en las últimas. En el desarrollo de la escena, con
las tardanzas en llegar a la casa de Jairo, le avisarán de qué para qué
molestar más al maestro, porque la niña ha muerto. A su llegada ya estaban las
plañideras cumpliendo su oficio en el duelo.
Una súplica llena de esperanza pero que
las circunstancias harán que parezca que hasta la esperanza se pierde, porque
no hay nada que hacer. ¿Nos recordará esto algo de lo que pasa entre nosotros?
Será con motivo de una enfermedad grave, donde hacemos todo lo que está a nuestro
alcance o nos valemos de los medios que la ciencia incluso nos pueda ofrecer,
pero que llega un momento en que parece que todas las esperanzas se derrumban.
La gravedad de la enfermedad, la muerte quizás que acecha.
Serán quizás los problemas en los que
nos vemos envueltos en la vida. ¿Quién no tiene problemas? ¿Quién no ha pasado
momentos de zozobra porque surgió un problema que iba a arruinar nuestra vida y
del que no sabíamos cómo librarnos? Situaciones de angustia, de desesperanza,
momentos en que lo vemos todo oscuro porque nos parece que todo está contra
nosotros. Cosas que nos angustian y nos llenan de miedo, nos desorientan y no
sabemos a donde acudir, cosas que nos duelen por dentro y que hacen brotar
muchas veces una rebeldía interior.
Será por lo que tantos han pasado en
este último año de la pandemia con las personas que se contagiaban y
enfermaban, que luchaban entre la vida y la muerte ayudados por todo lo que los
servicios sanitarios podían ofrecer, mientras los familiares tenían que
quedarse a la distancia sin nada que hacer refugiándose solamente en la oración
porque nada más se les permitía siempre con la esperanza del milagro, de poder
ver un día a su familiar salir de aquella situación para volver al reencuentro
con los suyos, la vuelta a su casa.
Y en nuestro interior se entremezclan
multitud de sentimientos y de interrogantes. ¿Qué nos vale la vida? ¿Qué
sentido tiene todo este sufrimiento? ¿Cuáles son las cosas verdaderamente
importantes de la vida? Quizás nos vemos abocados a despojarnos de todo, desde
nuestras ideas preconcebidas o hasta de aquellas cosas que antes considerábamos
tan importantes y de las que vemos ahora su poco valor. ¿Nos obliga todo esto a
hacer como un reciclaje en la vida? ¿Habrá que plantearse el valor de muchas
cosas en las que habíamos puesto nuestra esperanza? ¿Y la fe de qué nos sirve,
qué respuesta nos ayuda a encontrar, qué es en lo que verdaderamente creemos?
Aquel hombre Jairo aunque parece
sentirse muy seguro cuando presenta su súplica a Jesús para que vaya a imponer
su mano sobre su niña para que se cure y viva, seguramente en su interior también
le rondaban dudas e interrogantes. Todos nos los planteamos cuando nos vemos
apretados por el dolor. En el camino cuando le avisan de que su niña ya ha
muerto, todo se derrumbaba en su corazón. Pero allí estaba Jesús con su
presencia, con su palabra. ‘Te he dicho que basta que tengas fe’. Y las
palabras que con tanta seguridad escuchaba a Jesús volvieron quizá a hacer reavivar
el rescoldo de su fe y siguió caminando al lado de Jesús sin saber qué es lo
que realmente se iba a encontrar o la salida que todo aquello iba a tener. Pero
El siguió confiando en Jesús.
Es lo que necesitamos. Que a pesar de
todos los tumultos que tengamos en nuestra mente o en nuestro corazón todavía
nuestros oídos puedan prestar atención a la palabra de Jesús. ‘Te he dicho
que basta con que tengas fe’. No se nos puede derrumbar nuestra fe si somos
capaces de darnos cuenta de quien camina a nuestro lado. Eso no lo podemos
olvidar. Oscuros pueden ser los caminos, fuertes pueden ser las tormentas que
tengamos que atravesar en la vida, duros pueden ser los interrogantes que nos
planteemos por dentro, pero sepamos ver quién camina a nuestro lado y nuestro
camino no será tan oscuro, la tormenta no será tan fiera, y aunque no sepamos
cómo vamos a salir, al final veremos que hay luz y que hay vida.
Esa muerte, ese camino oscuro, esa
tormenta al final no será nada más que un sueño cuando nos encontremos con la
vida de nuevo. ‘La niña no está muerta, sino que está dormida’, les
decía Jesús pidiendo que callaran aquellas plañideras, pero se reían de El. Nos
puede pasar que cuando nos vean en esa tormenta que estamos atravesando con la
confianza puesta en Jesús, alguien quizá pueda reírse de nosotros. Pero no nos
importa porque sabemos de quien nos fiamos.
Sabemos que su mano nos va a levantar de
nuestra postración, de nuestra caída, de la muerte en la que podamos
encontrarnos por esas circunstancias o esos momentos malos que estemos pasando.
‘Talita kumí’, nos dirá también Jesús a nosotros y nos tenderá la mano y
nos levantará de nuestra camilla de muerte y nos dirá que tenemos que seguir en
la vida con las mismas luchas pero también con la misma ilusión pero con la
certeza de que no estamos solos, porque Cristo camina a nuestro lado.
¿Habremos experimentado algo de eso en
la vida? Mira con ojos de fe cuanto te ha sucedido y podrás hacer una nueva
lectura de tu vida – una lectura creyente o desde la fe - y también quizás de
lo que han sido tus sufrimientos o tus angustias. Con ojos de fe te darás
cuenta de quien venía caminando a tu lado y quizás no te dabas cuenta. Pero
Jesús nunca nos deja de la mano.
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