Que
nuestras rutinas y tibiezas no nos hagan perder la sensibilidad espiritual para
poder saborear el vino nuevo del Evangelio de Jesús
Génesis 21,5.8-20; Sal 33; Mateo 8,28-34
¿Nos
habremos adaptado tanto a nuestras viejas costumbres que llegaríamos a ser
incapaces de ver lo bueno que se nos ofrece y en nuestro inmovilismo lo
rechazamos?
Aunque hoy
cualquiera puede presumir de avanzado y de progresista, de que siempre está
abierto a lo nuevo, muchas veces sin embargo en nuestro interior sentimos una
resistencia a lo que pueda significar cambio o abrirnos a algo distinto.
Estamos tan bien como estamos, o nos sentimos tan bien con lo que tenemos que
no apetecemos otra cosa y un posible cambio pareciera que nos exige un esfuerzo
sobrehumano que no estamos dispuestos a afrontar.
Hay gente
que en su novelería (afán obsesionado y hasta enfermizo por lo nuevo) quizás
viven alegremente y con cierta superficialidad lo nuevo que se le va
ofreciendo, mientras otros se muestran reticentes y desconfiados ante un
posible cambio. De alguna manera ocultamos un cierto conservadurismo contentándonos
con conservar lo que tenemos y no aspiramos a lo nuevo por miedo quizá a
quedarnos sin nada. No quieren arriesgar, como suelen decir más vale pájaro en
mano que ciento volando.
Todo esto va
con el avance y progreso de la vida de la sociedad, pero esto se manifiesta
también en el camino comprometido de nuestra vida cristiana donde simplemente
nos contentamos con conservar, pero será quizá cómo al final nos quedemos sin
nada. A los tiempos nuevos tenemos que responder con una apertura de espíritu,
no pensando que todo lo que nos pueda venir de nuevo sea malo, sino que hemos
de saber discernir cómo el Espíritu del Señor aletea (valga la expresión) entre
nosotros y nos hace saborear lo nuevo que podamos descubrir.
En cierto
modo era el rechazo que desde ciertos sectores de la sociedad judía había hacia
Jesús. ¿Por qué lo rechazaban los dirigentes de Jerusalén, los sumos sacerdotes
o los que de alguna manera tenían alguna influencia sobre el pueblo, como los
grupos organizados como saduceos o fariseos? La novedad que les ofrecía Jesús
que les tenía que conducir a una mayor autenticidad de la vida y que les haría
despojarse de sus caretas de hipocresía con que querían aparentar algo que realmente
no llevaban en su interior y que temían les pudiera hacer perder su influencia
sobre el pueblo. Muchos intereses creados en su entorno de los que no querían
despojarse.
Hoy en el
evangelio vemos otro episodio, lejos precisamente de esos ambientes del entorno
del templo de Jerusalén, en que también se manifiesta un rechazo de Jesús. Es
cierto que en cierto modo son tierras paganas, tierras de gentiles, pero allá
ellos tenían su vida y sus costumbres, llegando hasta a acostumbrarse a aquella
presencia de aquellos endemoniados que incluso mucho daño les hacían. Jesús
llega hasta ellos con su palabra salvadora que se manifiesta en la expulsión de
aquellos espíritus inmundos que terminarán posesionándose de las piaras de
cerdos que por allí pastaban y que caerán despeñados al agua del lago donde se
ahogan.
Los hombres poseídos
por aquellos espíritus inmundos quieren resistirse a la presencia de Jesús; los
porquerizos huyen de lo sucedido marchando corriendo hacia el pueblo; pero
finalmente serán los habitantes del lugar los que vendrán a ver lo sucedido
pero manifestarán su rechazo a Jesús pidiéndole que se marche del lugar y se
vaya a otra parte. ¿Preferían vivir bajo la influencia y amenazas de aquellos
endemoniados y continuar con el cuidado de sus cerdos? Es significativo que precisamente sea una
piara de cerdos la que se despeñe en el lago, cuando los cerdos para los judíos
eran los animales impuros cuya carne incluso no podían consumir. Se les ofrece
la libertad y dignidad de una vida nueva – son significativos los gestos – pero
ellos prefieren quedarse como estaban y rechazan la Buena Nueva de Jesús.
Esto también
tendría que hacernos pensar a nosotros cuando en nuestra vida se plantea un
camino de superación, un camino de ascensión arrancándonos de nuestros vicios o
nuestras malas costumbres, de nuestras rutinas y de la tibieza espiritual con
que vivimos, y ponemos quizá tantas pegas al cambio que tendríamos que realizar
en nuestra vida.
¿De verdad
queremos saborear el vino nuevo del evangelio que nos ofrece Jesús? ¿Con
nuestras rutinas o con nuestra tibieza habremos quizá perdido esa sensibilidad
para apreciar todo lo nuevo y todo lo bueno que nos ofrece el estilo del camino
de Jesús?
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