Cristo
sigue confiando en nosotros, sigue confiando en su Iglesia, se sigue haciendo
presente en el mundo a través de la Iglesia y de la vida de los cristianos
Hechos de los apóstoles 12, 1-11; Sal 33;
2Timoteo 4, 6-8. 17-18; Mateo 16, 13-19
Son momentos de una mayor intimidad. En
ocasiones Jesús se los llevaba a lugares apartados donde pudieran estar solos
para poder hablarles con una mayor cercanía. En ocasiones lo había intentado y
se había encontrado con una multitud que estaba allá esperándole. Ahora caminaban
casi a los límites de Palestina, allá por donde nacía el Jordán. Y llega el
momento de preguntas y de confidencias.
‘¿Quién dice la gente que es el Hijo
del Hombre?’ Una pregunta que puede
parecer genérica y que admitía también una respuesta genérica. Las gentes se
manifestaban cuando veían las obras y los signos de Jesús o cuando escuchaban
sus palabras. ‘Nadie ha hablado igual, decían… un gran profeta ha
aparecido entre nosotros… Dios ha visitado a su pueblo’. Lo consideraban un
profeta, un hombre de Dios. Si Dios no estaba con El no podía hacer las obras
que El hacía, como reconocería incluso
Nicodemo. Un profeta muy grande, como Elías, como los antiguos profetas, como
Juan el Bautista a quien todos habían conocido y también escuchado.
Pero Jesús quería algo más. Como
diríamos nosotros, que se mojaran, que expresaran su propia opinión, que
dijeran realmente lo que para ellos significaba Jesús. ‘Y vosotros, ¿quién decís
que soy yo?’ Cuando las preguntas son directas así suele reinar el
silencio, nadie quiere romper para comenzar a hablar. Pero allí estaba Pedro.
El era decidido. El salía siempre el primero ya sea para expresar su
pensamiento, para expresar dificultades ante lo que Jesús pide – ‘hemos
estado toda la noche bregando y no hemos cogido nada’ - o también para
tratar de disuadir a Jesús de que nada le podía pasar de todo aquello que
anunciaba que le sucedería en Jerusalén.
Reticente, quizá al principio, ante el
anuncio de su hermano Andrés, sin embargo se había dejado llevar por su hermano
y había ido a conocer a Jesús. La sorpresa entonces sería que ya Jesús le
cambiaría de nombre. Por eso cuando Jesús pasa a la orilla del lago y los
invita a seguirle allí está pronto para dejar redes y barca y para irse con
Jesús. Su casa en Cafarnaún se había convertido de alguna manera en la casa de
Jesús, de donde partiría para todas sus correrías apostólicas. Sería, sin
embargo, el que aunque veía la dificultad de la pesca, cuando Jesús le pide que
reme mar adentro y eche las redes, estará pronto para hacerlo por la fe en la
palabra de Jesús, ‘en tu nombre echaré las redes’. Se sentirá pequeño
entonces ante las maravillas de Dios y no se considera digno de estar en la
presencia de Jesús, ‘apartate de mi que soy un hombre pecador’, pero
Jesús le quiere para ser pescador de hombres. Con Jesús haría aquellos caminos
de Galilea y que un día le conducirán también a Jerusalén.
Pero eso ahora será el primero en tomar
la palabra para dar respuesta a Jesús. ‘Tú eres el Mesías, el Cristo, el
Ungido de Dios, el Hijo del Dios vivo’. ¿Qué está diciendo Pedro? Con lo
que está diciendo está expresando mucho más de lo que le gente se preguntaba si
acaso Jesús no sería el Mesías. Pedro afirma con toda rotundidad que es el
Ungido de Dios, el Cristo, el Hijo del Dios vivo. ¿Lo dirá por sí mismo? ¿Lo
habrá ido aprendiendo en aquel contacto tan cercano con Jesús que mantenían
aquellos discípulos escogidos? Sin embargo ninguno se había atrevido a
afirmarlo. Por eso le dirá Jesús que no lo ha aprendido por sí mismo, sino que
el Padre del cielo se lo ha revelado en su corazón.
Pero Jesús le dice más. ‘Ahora yo te
digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del
infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que
ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra
quedará desatado en los cielos’.
Un día le había cambiado de nombre y
ahora viene a encontrar su significado. Es la piedra sobre la que se edificará
la Iglesia. Cristo es la piedra angular, la que nos trae la salvación, es el único
Salvador y Mesías. Pero aquella comunidad que va a nacer, todos los que van a
confesar de la misma manera la fe en Jesús como el Hijo de Dios y nuestra salvación
va a estar congregada en una unidad en torno a Pedro; Pedro va a ser esa piedra
sobre la que se edificará la Iglesia, el que nos va a mantener en esa comunión
y en esa unidad, el que nos va a mantener firmes en esa fe en Jesús. ‘Mantente
firme para que alientes la fe de tus hermanos’, le dirá Jesús en otra ocasión.
‘El poder del infierno no la
derrotará’. Podrán venir temporales,
como la imagen de aquellas tormentas en medio del lago donde parecía que la
barca se hundía. Allí está Jesús. Podrán venir momentos de duda, de tentación,
de desaliento, de tener la impresión de que está todo perdido y hasta nos
podrán nuestros miedos y aparecerán debilidades y cobardías, pero más allá de
todo eso está la mirada de Jesús. Pedro lo pasó en el comienzo de la pasión,
pero Jesús pasó a su lado en silencio, solo le habló con la mirada, y fue
suficiente para su arrepentimiento. Más tarde porfiará una y tres veces que ama
a Jesús, que Jesús bien lo sabe que está dispuesto a dar la vida por El, y
Jesús seguirá confiando en él, ‘apacienta mis corderos, apacienta mis
ovejas’.
Hoy que celebramos la fiesta de san
Pedro y san Pablo – aunque en nuestro comentario nos hemos centrado más en la
figura de Pedro - es un momento muy
especial para expresar y confesar nuestra fe en Jesús. Un momento de especial
resonancia eclesial, cuando sentimos que Pedro es esa piedra sobre la que se
fundamenta la Iglesia. Un momento para levantarnos con ánimo y con esperanza,
porque a pesar de que sean muchas nuestras debilidades y negaciones, a pesar de
las tormentas que en medio del mundo nos toca sortear, tenemos la certeza de la
Palabra de Jesús. ‘El poder del infierno no la derrotará’, porque con
nosotros está Jesús, nos ha dejado su Espíritu y poder sentir de manera
especial su presencia en la Iglesia.
Y es que Cristo sigue confiando en
nosotros, sigue confiando en su Iglesia, se sigue haciendo presente en el mundo
a través de la Iglesia y de la vida de los cristianos. Hagámonos dignos de esa
confianza de Jesús.
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