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jueves, 24 de junio de 2021

La alegría con que celebramos la natividad del Bautista nos tendría que conducir a un silencio de desierto para en estos momentos de la vida escuchar el susurro de Dios

 


La alegría con que celebramos la natividad del Bautista nos tendría que conducir a un silencio de desierto para en estos momentos de la vida escuchar el susurro de Dios

Isaías 49, 1-6; Sal 138; Hechos 13, 22-26;  Lucas 1, 57-66. 80;

Celebramos hoy la fiesta de la Natividad de Juan Bautista, que había venido para dar testimonio de la luz y para preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto. No era él la luz sino el que venía a ser testigo de la luz, no era la Palabra sino la voz que anunciaba y nos preparaba para escuchar al que era en verdad la Palabra de Dios, no era el Mesías ni se consideraba un profeta – aunque Jesús nos dijera que no había ningún profeta mayor que él - sino que era el anunciado por los profetas que venía a preparar los caminos del Señor. Es lo que hoy estamos celebrando.

Una fiesta que nos llena de alegría como su nacimiento llenó de alegría las montañas de Judea, porque algo asombroso estaba sucediendo y cuando los vecinos de Isabel se enteraron de la noticia la felicitaban y hacían que corriera la noticia con gran alegría por todas las montañas de Judea. Con la misma alegría nosotros seguimos celebrando su nacimiento y en este día por donde se haya anunciado el evangelio de Jesús todos hacen fiesta y se llenan de alegría en el nacimiento del que había de ser el precursor del Mesías, el que venía a preparar los caminos del Señor preparando un pueblo bien dispuesto para el Señor.

Hechos portentosos rodean su nacimiento desde el anuncio que el ángel Gabriel hiciera a Zacarías en el templo. Muchas habían sido las oraciones de aquella pareja ya ancianos pidiendo un hijo al Señor, pero cuando el ángel del Señor viene a anunciarlo al sacerdote Zacarías que estaba en el servicio del templo en la ofrenda del incienso, a éste le cuesta entender los planes del Señor que están por encima de nuestros planes y se realizan por caminos que a nosotros nos parece imposible recorrer, y se queda mudo hasta el nacimiento y la circuncisión de su hijo.

Algunas veces tenemos que aprender a hacer silencio ante los planes de Dios. Caminamos desde nuestras lógicas y baremos humanos pero cuando el Señor en su gracia quiere manifestársenos quizá trastrueque esos planteamientos nuestros y es cuando tenemos que saber dejarnos conducir por la fe y el amor de Dios. Pueden parecernos tortuosos y difíciles de transitar esos caminos que se abren delante de nosotros pero hemos de saber tener la visión de la fe que llena de confianza nuestro corazón; en fin de cuentas tener fe es lo mismo que poner toda nuestra confianza en aquel en quien creemos.

Y esos caminos que nos pueden parecer difíciles tendrán una salida y se pueden convertir para nosotros en una nueva luz para nuestra vida. Parecía imposible que unos ancianos pudieran engendrar un hijo pero por encima siempre está la fuerza y la gracia del Señor. Ese fue el silencio en que tuvo que permanecer Zacarías hasta que asumió plenamente el camino que le señalaba el Señor. Cuántas cosas rumiará en su corazón en ese tiempo de silencio que le haría prorrumpir luego en ese hermoso cántico de alabanza y acción de gracias a Dios después del nacimiento de su hijo reconociendo como Dios en su misericordia había querido visitar a su pueblo. En esos caminos que nos pueden parecer oscuros pero recorridos con fe descubriremos la visita de Dios a nuestra vida.

Allá estará Juan en el desierto precisamente para ayudarnos a preparar los caminos del Señor. Su voz sonará fuerte y desde todos los rincones de Palestina llegarán hasta las orillas del Jordán todos aquellos que sienten la inquietud en su corazón por los tiempos de gracia que han de llegar. Es solo una voz que da testimonio, una voz que llama la atención y señala los caminos de la vida que hemos de enderezar. Jesús en la sinagoga de Nazaret señalará que el tiempo de la gracia y de la amnistía ha llegado, pero Juan invitando a la penitencia nos hará reconocer que somos pecadores, que estamos necesitados de esa amnistía y de ese perdón sumergiéndonos en las aguas purificadoras del Jordán pero con la promesa de que un día habremos de ser bautizados con el Espíritu santo. Son los caminos oscuros de nuestra vida que tenemos que enderezar y hacer iluminar con esa luz de la que Juan nos quiere dar testimonio.

Cuando hoy estamos llenos de alegría celebrando su fiesta ¿no tendrían que abrirse los oídos de nuestro corazón para escuchar esa voz que clama en el desierto? ¿No nos habrá enseñado este tiempo tan especial que hemos vivido que nos ha llenado de tantas incertidumbres y sombras a ir al desierto para hacer silencio en nuestro corazón y escuchar la Palabra que ilumine con sentido nuevo nuestra vida? Nos ha costado recluirnos y vernos obligados a muchos silencios; no nos gustan los silencios porque tenemos miedo a que nos grite el corazón, pero tenemos que saber hacer silencio para escuchar también ese susurro de Dios que puede llegar a nuestra vida y que entre los ruidos del mundo no podríamos escuchar.

Silencio como el de Zacarías, silencio como el de Juan en el desierto, silencio en nuestro corazón para escuchar el susurro de Dios.

 

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