La alegría
con que celebramos la natividad del Bautista nos tendría que conducir a un
silencio de desierto para en estos momentos de la vida escuchar el susurro de
Dios
Isaías 49, 1-6; Sal 138; Hechos 13, 22-26;
Lucas 1, 57-66. 80;
Celebramos hoy la fiesta de la
Natividad de Juan Bautista, que había venido para dar testimonio de la luz y
para preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto. No era él la luz sino el
que venía a ser testigo de la luz, no era la Palabra sino la voz que anunciaba
y nos preparaba para escuchar al que era en verdad la Palabra de Dios, no era
el Mesías ni se consideraba un profeta – aunque Jesús nos dijera que no había ningún
profeta mayor que él - sino que era el anunciado por los profetas que venía a
preparar los caminos del Señor. Es lo que hoy estamos celebrando.
Una fiesta que nos llena de alegría
como su nacimiento llenó de alegría las montañas de Judea, porque algo
asombroso estaba sucediendo y cuando los vecinos de Isabel se enteraron de la
noticia la felicitaban y hacían que corriera la noticia con gran alegría por
todas las montañas de Judea. Con la misma alegría nosotros seguimos celebrando
su nacimiento y en este día por donde se haya anunciado el evangelio de Jesús
todos hacen fiesta y se llenan de alegría en el nacimiento del que había de ser
el precursor del Mesías, el que venía a preparar los caminos del Señor
preparando un pueblo bien dispuesto para el Señor.
Hechos portentosos rodean su nacimiento
desde el anuncio que el ángel Gabriel hiciera a Zacarías en el templo. Muchas
habían sido las oraciones de aquella pareja ya ancianos pidiendo un hijo al
Señor, pero cuando el ángel del Señor viene a anunciarlo al sacerdote Zacarías
que estaba en el servicio del templo en la ofrenda del incienso, a éste le
cuesta entender los planes del Señor que están por encima de nuestros planes y
se realizan por caminos que a nosotros nos parece imposible recorrer, y se
queda mudo hasta el nacimiento y la circuncisión de su hijo.
Algunas veces tenemos que aprender a
hacer silencio ante los planes de Dios. Caminamos desde nuestras lógicas y
baremos humanos pero cuando el Señor en su gracia quiere manifestársenos quizá
trastrueque esos planteamientos nuestros y es cuando tenemos que saber dejarnos
conducir por la fe y el amor de Dios. Pueden parecernos tortuosos y difíciles
de transitar esos caminos que se abren delante de nosotros pero hemos de saber
tener la visión de la fe que llena de confianza nuestro corazón; en fin de
cuentas tener fe es lo mismo que poner toda nuestra confianza en aquel en quien
creemos.
Y esos caminos que nos pueden parecer
difíciles tendrán una salida y se pueden convertir para nosotros en una nueva
luz para nuestra vida. Parecía imposible que unos ancianos pudieran engendrar
un hijo pero por encima siempre está la fuerza y la gracia del Señor. Ese fue
el silencio en que tuvo que permanecer Zacarías hasta que asumió plenamente el
camino que le señalaba el Señor. Cuántas cosas rumiará en su corazón en ese
tiempo de silencio que le haría prorrumpir luego en ese hermoso cántico de
alabanza y acción de gracias a Dios después del nacimiento de su hijo
reconociendo como Dios en su misericordia había querido visitar a su pueblo. En
esos caminos que nos pueden parecer oscuros pero recorridos con fe
descubriremos la visita de Dios a nuestra vida.
Allá estará Juan en el desierto
precisamente para ayudarnos a preparar los caminos del Señor. Su voz sonará
fuerte y desde todos los rincones de Palestina llegarán hasta las orillas del Jordán
todos aquellos que sienten la inquietud en su corazón por los tiempos de gracia
que han de llegar. Es solo una voz que da testimonio, una voz que llama la
atención y señala los caminos de la vida que hemos de enderezar. Jesús en la
sinagoga de Nazaret señalará que el tiempo de la gracia y de la amnistía ha
llegado, pero Juan invitando a la penitencia nos hará reconocer que somos
pecadores, que estamos necesitados de esa amnistía y de ese perdón sumergiéndonos
en las aguas purificadoras del Jordán pero con la promesa de que un día
habremos de ser bautizados con el Espíritu santo. Son los caminos oscuros de
nuestra vida que tenemos que enderezar y hacer iluminar con esa luz de la que
Juan nos quiere dar testimonio.
Cuando hoy estamos llenos de alegría
celebrando su fiesta ¿no tendrían que abrirse los oídos de nuestro corazón para
escuchar esa voz que clama en el desierto? ¿No nos habrá enseñado este tiempo
tan especial que hemos vivido que nos ha llenado de tantas incertidumbres y
sombras a ir al desierto para hacer silencio en nuestro corazón y escuchar la
Palabra que ilumine con sentido nuevo nuestra vida? Nos ha costado recluirnos y
vernos obligados a muchos silencios; no nos gustan los silencios porque tenemos
miedo a que nos grite el corazón, pero tenemos que saber hacer silencio para
escuchar también ese susurro de Dios que puede llegar a nuestra vida y que
entre los ruidos del mundo no podríamos escuchar.
Silencio como el de Zacarías, silencio
como el de Juan en el desierto, silencio en nuestro corazón para escuchar el
susurro de Dios.
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