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viernes, 3 de septiembre de 2021

Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que nos quiere con el traje nuevo del hombre nuevo para hacer resplandecer los valores del Reino de Dios

 


Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que nos quiere con el traje nuevo del hombre nuevo para hacer resplandecer los valores del Reino de Dios

 Colosenses 1, 15-20; Sal 99; Lucas 5, 33-39

Hoy he estado haciendo limpieza a fondo en casa, nos dice alguien. Es que vamos acumulando tantas cosas inservibles que algunas veces no sabemos ni donde poner las cosas. Es el comentario que surge. Porque aquello a lo que le dimos uso en un momento determinado y nos prestó un hermoso servicio no lo queremos tirar, porque pensamos que nos puede valer como remedio en cualquier momento. Hay personas que son muy acumuladoras, que todo lo guardan por si acaso un día lo pudiera necesitar. No es ahorro, son apegos del corazón, porque nos cuesta desprendernos de cosas, nos pueden valer como un remedio o para un remiendo, pensamos.

Así en muchas situaciones de la vida. Y ya no son cosas solamente, pero son apegos del corazón, o quizá rutina de seguir utilizando siempre lo mismo cuando en la vida vamos descubriendo cosas nuevas que podemos hacer mejor y con mayor sentido. Es cierto que lo que somos hoy es lo que ayer construimos, que somos herederos de muchas cosas que nuestros padres o nuestros antepasados vivieron en su momento con mucha intensidad.

Pero es sabiduría de la vida ir profundizando en la vida e ir descubriendo esa actitud nueva que podemos tener a la que quizás en otro momento no le dimos tanta importancia; no es cuestión de hacer las cosas simplemente porque son una tradición sino que todo lo que recibimos lo tenemos que entroncar en el momento presente, en las situaciones distintas que vivimos ahora y que nos harán buscar quizá planteamientos nuevos, sin abandonar lo que es esencial en nuestra vida, lo que son en verdad los fundamentos. Pero no confundamos los cimientos con los adornos con que queremos embellecer la fachada.

Vienen los fariseos hablándole a Jesús de ayunos y penitencias y por qué sus discípulos no ayunan como ayunaban los discípulos de Juan o como siguen haciéndolo los discípulos de los fariseos. Habían convertido algo que es cierto que podía ser importante en cuanto nos ayudara a la conversión del corazón, en algo fundamental sin lo cual los perecía que no había ningún sentido religioso para sus vidas. Pero quizá olvidaban el encuentro profundo del corazón con el Señor y la acogida que en verdad había de tenerse a la Palabra de Dios.

Por eso Jesús les habla de actitudes y de posturas nuevas, que la acogida del Reino de Dios que Jesús anunciaba no se podía quedar en unos remiendos que tratasen de disimular los rotos que pudiera haber en el interior del corazón del hombre, y por eso era necesario un paño nuevo para un vestido nuevo, como eran necesarios odres nuevos para el vino nuevo. Jesús desde el principio había pedido conversión para creer y aceptar la buena nueva que les anunciaba, y conversión no son remiendos, sino conversión es transformación profunda del corazón.

Son muchas las cosas de las que tenemos que desprendernos, de lo que tenemos que aligerar el corazón para vivir el sentido nuevo del Reino de Dios. Y eso tenemos que vivirlo también en el hoy de nuestra vida. La buena noticia del Evangelio siempre tiene que ser novedad en nuestra vida, que nos pide unas actitudes nuevas en nuestro corazón y una nueva forma de actuar. Hay maneras de ser y de hacer que nos pudieron valer muy bien en otros momentos de nuestra historia pero el Espíritu del Señor que es el que guía e inspira a la Iglesia nos va abriendo nuevos caminos de renovación.

Fue realmente un momento profético en la vida de la Iglesia el concilio Vaticano II celebrado en el siglo pasado y fue un paso y una puerta de apertura de la Iglesia y del mensaje del evangelio al mundo de hoy. Poco a poco siguiendo aquellas directrices del Espíritu expresadas en las decisiones del concilio se ha ido realizando un profundo camino de renovación en la Iglesia. Eran necesarios unos odres nuevos, una pieza nueva para hacer ese traje del hombre nuevo renovado por el Espíritu; fueron necesarios también un arrancarnos de muchos apegos de muchas cosas que había que vivir hoy con un espíritu nuevo.

Claro que habrá quienes, como reflexionábamos al principio, quisieran seguir guardando muchas cosas que pudieron sernos buenas en otros momentos, pero que hoy ya no nos dicen nada. Algunos aun quieren seguir haciendo remiendos porque les cuesta vestirse ese traje nuevo del Espíritu. Son muchos apegos los que se mantienen en ciertos sectores de la misma iglesia de los que cuesta desprenderse. Y algunas veces incluso les duele las decisiones que tiene que tomar la Iglesia desde el magisterio y la autoridad del Papa y se crean ciertas resistencias que al final a nadie ayudan. Tenemos que aprender de una vez por todas a dejarnos conducir por la acción del Espíritu del Señor.

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