Dejemos
que el Señor llegue a nosotros y su Palabra nos transforme y nos libere, que su
Espíritu nos inunde con una nueva vida resplandeciente de amor y de espíritu de
servicio
1Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11; Sal 26; Lucas
4, 31-37
Va a saber este quien manda aquí. Lo habremos escuchado o lo habremos palpado en
algunos que se creen con autoridad; una autoridad que parece en ocasiones que
se guía por el capricho, por el autoritarismo, en plan de dominio y exigencia, poniéndose
en un pedestal; tener autoridad para algunos es creerse superior y con el
dominio de todo, hacer uso de ella en su propio beneficio, imponer sus ideas o
su manera de hacer las cosas. Por supuesto esta descripción le repugnará a
muchos, porque por supuesto entendemos que no todos lo viven así, pero si hemos
de reconocer que es en cierto modo el estilo de la vida.
Hago esta referencia a la autoridad como una contraposición para comenzar la reflexión del evangelio, porque en él se nos dice hoy que las
gentes reconocen en Jesús su autoridad. ‘Este modo de hablar es distinto’,
dicen cuando le escuchan y cuando ven las obras que realiza. Y es que la
palabra y la presencia de Jesús despertaban vida, despertaba esperanza; era una
palabra y una presencia liberadora.
La presencia de Jesús es la del que se
hace sencillo para saber hacerse el ultimo y el servidor de todos; la presencia
de Jesús es cercanía para levantar y para liberar; la presencia de Jesús es
paño de lágrimas, pero su consuelo no es una compasión paternalista, sino que
siempre su presencia y su palabra estimula a algo nuevo, despierta esperanza,
nos abre los ojos para tener una nueva visión y ver que las cosas pueden ser de
otra manera.
Es cierto que todos no entenderán así
la presencia de Jesús y de alguna manera es como un estorbo a su manipulación y
a su dominio. Jesús viene a liberar, a despertar a la persona para otra
perspectiva de vida. Vemos cuando Jesús llega hoy a la sinagoga de Cafarnaún
mientras muchos le escuchan complacidos habrá también quien poseído por el
espíritu del mal le rechaza. Nos habla el evangelio de endemoniados o poseídos
por el maligno, pero en ello tenemos que saber ver también a quienes se aferran
al mal y no quieren desprenderse de él y entonces la presencia de Jesús será un
estorbo, porque Jesús quiere a la persona liberada de todo mal. Y así se
manifiesta la autoridad de Jesús.
Nos habla el evangelio en este episodio
de cómo Jesús liberó a aquel hombre poseído por el espíritu del maligno. El poseído
por el mal opone resistencia, porque vemos cómo lo retuerce y lo tira por
tierra. Fue la autoridad de la Palabra de Jesús la que le hizo llegar la salvación,
una palabra que salva y que libera, una Palabra que llena de gracia y llena de
vida, una palabra que nos pone en camino de una vida nueva en que ya no
queramos ser nunca más esclavos del mal y del pecado.
Pero mirémonos a nosotros mismos. No
nos contentamos con quedarnos contemplando ese episodio del evangelio como si
con nosotros no fuera. Cuando escuchamos el evangelio nos ponemos en su lugar.
También hay dentro de nosotros muchas cosas que nos atan y que nos esclavizan,
muchas ambiciones que nos obnubilan y que en el deseo de alcanzar aquellas
cosas a las que aspiramos muchas veces también vamos arrasando a nuestro paso a
todo el que nos encontremos. Pensemos en esas actitudes de orgullo y de
soberbia que tantas veces nos dominan y con las que queremos también
violentamente dominar a los otros.
Cuánto nos cuesta reconocerlo, cuánto
nos cuesta ser humildes, cuántas disculpas nos buscamos para justificarnos en
nuestras actitudes y en nuestras posturas y hasta en el trato que tenemos con
los demás. Es como si hubiera un rechazo desde nuestro interior no queriendo
despojarnos de esas actitudes violentas y orgullosas. Como nos cuenta hoy el
evangelio en aquel episodio de la sinagoga de Cafarnaún.
Dejemos que el Señor llegue a nuestra
vida, que su Palabra nos transforme y nos libere, que su Espíritu nos inunde
para que tengamos nueva vida resplandeciente de amor y de espíritu de servicio.
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