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martes, 31 de agosto de 2021

Dejemos que el Señor llegue a nosotros y su Palabra nos transforme y nos libere, que su Espíritu nos inunde con una nueva vida resplandeciente de amor y de espíritu de servicio

 


Dejemos que el Señor llegue a nosotros y su Palabra nos transforme y nos libere, que su Espíritu nos inunde con una nueva vida resplandeciente de amor y de espíritu de servicio

1Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11; Sal 26; Lucas 4, 31-37

Va a saber este quien manda aquí. Lo habremos escuchado o lo habremos palpado en algunos que se creen con autoridad; una autoridad que parece en ocasiones que se guía por el capricho, por el autoritarismo, en plan de dominio y exigencia, poniéndose en un pedestal; tener autoridad para algunos es creerse superior y con el dominio de todo, hacer uso de ella en su propio beneficio, imponer sus ideas o su manera de hacer las cosas. Por supuesto esta descripción le repugnará a muchos, porque por supuesto entendemos que no todos lo viven así, pero si hemos de reconocer que es en cierto modo el estilo de la vida.

Hago esta referencia a la autoridad como una contraposición para comenzar la reflexión del evangelio, porque en él se nos dice hoy que las gentes reconocen en Jesús su autoridad. ‘Este modo de hablar es distinto’, dicen cuando le escuchan y cuando ven las obras que realiza. Y es que la palabra y la presencia de Jesús despertaban vida, despertaba esperanza; era una palabra y una presencia liberadora.

La presencia de Jesús es la del que se hace sencillo para saber hacerse el ultimo y el servidor de todos; la presencia de Jesús es cercanía para levantar y para liberar; la presencia de Jesús es paño de lágrimas, pero su consuelo no es una compasión paternalista, sino que siempre su presencia y su palabra estimula a algo nuevo, despierta esperanza, nos abre los ojos para tener una nueva visión y ver que las cosas pueden ser de otra manera.

Es cierto que todos no entenderán así la presencia de Jesús y de alguna manera es como un estorbo a su manipulación y a su dominio. Jesús viene a liberar, a despertar a la persona para otra perspectiva de vida. Vemos cuando Jesús llega hoy a la sinagoga de Cafarnaún mientras muchos le escuchan complacidos habrá también quien poseído por el espíritu del mal le rechaza. Nos habla el evangelio de endemoniados o poseídos por el maligno, pero en ello tenemos que saber ver también a quienes se aferran al mal y no quieren desprenderse de él y entonces la presencia de Jesús será un estorbo, porque Jesús quiere a la persona liberada de todo mal. Y así se manifiesta la autoridad de Jesús.

Nos habla el evangelio en este episodio de cómo Jesús liberó a aquel hombre poseído por el espíritu del maligno. El poseído por el mal opone resistencia, porque vemos cómo lo retuerce y lo tira por tierra. Fue la autoridad de la Palabra de Jesús la que le hizo llegar la salvación, una palabra que salva y que libera, una Palabra que llena de gracia y llena de vida, una palabra que nos pone en camino de una vida nueva en que ya no queramos ser nunca más esclavos del mal y del pecado.

Pero mirémonos a nosotros mismos. No nos contentamos con quedarnos contemplando ese episodio del evangelio como si con nosotros no fuera. Cuando escuchamos el evangelio nos ponemos en su lugar. También hay dentro de nosotros muchas cosas que nos atan y que nos esclavizan, muchas ambiciones que nos obnubilan y que en el deseo de alcanzar aquellas cosas a las que aspiramos muchas veces también vamos arrasando a nuestro paso a todo el que nos encontremos. Pensemos en esas actitudes de orgullo y de soberbia que tantas veces nos dominan y con las que queremos también violentamente dominar a los otros.

Cuánto nos cuesta reconocerlo, cuánto nos cuesta ser humildes, cuántas disculpas nos buscamos para justificarnos en nuestras actitudes y en nuestras posturas y hasta en el trato que tenemos con los demás. Es como si hubiera un rechazo desde nuestro interior no queriendo despojarnos de esas actitudes violentas y orgullosas. Como nos cuenta hoy el evangelio en aquel episodio de la sinagoga de Cafarnaún.

Dejemos que el Señor llegue a nuestra vida, que su Palabra nos transforme y nos libere, que su Espíritu nos inunde para que tengamos nueva vida resplandeciente de amor y de espíritu de servicio.

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