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lunes, 9 de junio de 2025

María, madre y molde de la Iglesia sintiendo que camina siempre a nuestro lado y con su mano nos va moldeando para mejor parecernos a ella y así vivir a Jesús

 


María, madre y molde de la Iglesia sintiendo que camina siempre a nuestro lado y con su mano nos va moldeando para mejor parecernos a ella y así vivir a Jesús

Génesis 3, 9-15. 20; Salmo 86;  Juan 19, 25-34

Dios busca al hombre, pero el hombre está escondido de Dios. Es la imagen que aparece en las primeras líneas el texto del Génesis proclamado. ‘¿Dónde estás?’ llegaron los miedos donde el hombre había sido colocado para ser feliz, era un jardín al que llamamos paraíso aquí en la tierra, pero entró el desorden y la división, las mutuas acusaciones, quienes habían sido creados para una especial comunión de felicidad, ahora hasta sienten vergüenza de si mismos y llenos de miedo se esconden.

¿No reflejarán estas palabras mucho de lo que nosotros queremos vivir y construir a nuestra manera? El mundo y la vida tenía que ser un jardín apacible, pero quisimos hacer un paraíso a nuestra medida; y hablamos de bienestar pero impera el materialismo, hablamos de comunidad y nos rompemos por nuestras ambiciones, hablamos de un mundo de felicidad pero todo lo sensualizamos, hablamos de un mundo que es de todos pero seguimos encerrados en ambiciones e insolidaridades. ‘¿Donde estás?’, ¿Dónde está el hombre que Dios ha creado y en cuyas manos a puesto toda la riqueza de la creación? ¿Andaremos escondiéndonos también avergonzados de nuestra manera de proceder?

Pero Dios se sigue ganando por su amor. El hombre vivirá errante pero no todo está perdido. La misericordia del Señor fluye por doquier y a ese hombre le promete una salvación, un día en que acabaran esos miedos o esas cobardías, ese mal que nos corroe será vencido porque llegará la estirpe y descendencia de una nueva Eva que traerá la victoria sobre todo ese mal y nos hará un mundo nuevo.

En medio de aquello que había hecho de un jardín un lugar de miedos y cobardía, queriéndolo convertir en un escondite de si mismo, hay una mujer, la madre de todos los vivientes, Eva; pero ahora aparecerá una nueva mujer, una nueva Eva que va a ser la madre de la nueva humanidad. De ella ha de nacer el Salvador, el Hijo de Dios que a ella la convierte en Madre de Dios, pero ese hijo a ella le va a confiar esa nueva humanidad que está naciendo desde la sangre derramada en la cruz para que sea la madre de todos los creyentes, la Madre esa humanidad nueva que es la Iglesia. Es como hoy, en el día siguiente a Pentecostés, queremos llamarla, Madre de la Iglesia, como la había proclamado el Papa san Pablo VI en casi los albores del concilio Vaticano II, que nos dejó en la constitución sobre la Iglesia un hermoso tratado de lo que es y significa María en la historia de la salvación y luego en la historia de la Iglesia.

Y nos dice el evangelio que el discípulo la llevó a su casa. La tradición sitúa la presencia de María en aquellos lugares en que los discípulos estaban haciendo el anuncio del Evangelio, y no hace muchos años, por ejemplo, en los alrededores de Efeso se ha encontrado la casita de María – en cuyo lugar he tenido la suerte de haber estado -, como la vemos también en nuestra tradición hispana presente en el Pilar de Zaragoza, que como confesamos en nuestras tradiciones Maria quiso hacerse presente en las orillas del Ebro junto al Apóstol Santiago que anunciaba la buena nueva de Jesús en nuestras tierras hispanas.

¿No querremos nosotros, como hizo el discípulo amado a quien Jesús se la confió desde la cruz, traernos también a casa a María, para que habite con nosotros? Sí, son sus imágenes repartidas por nuestros templos y capillas por todas partes; son las imágenes de la Virgen María que con tanta devoción conservamos en nuestras casas en la advocación de nuestra especial y particular devoción. Pero son las imágenes de María que nosotros hemos de mostrar desde nuestras actitudes y comportamientos, desde la copia de sus virtudes y el cultivo de los mejores valores que manifiestan nuestro seguimiento de Jesús y su evangelio.

La santidad de nuestras vidas es querer copiar la santidad de María, es como vestirnos con su misma ropa para así mejor parecernos a Ella, es meternos en el mismo molde para que así salgamos nosotros esa imagen perfecta, esa figura que trasparenta lo que fue la vida de Maria, su amor y su generosidad, su fe y su fortaleza, su fidelidad a la Palabra de Dios y su disponibilidad para el servicio, para ayudar, para estar atenta a las necesidades de los demás, para tener los ojos abiertos para beberse las lagrimas de los que lloran y ser el mejor consuelo de los que sufren. Dios llenó de perfección el molde de María en el que nosotros hemos de verternos para que salgan grabadas en nosotros mismos sus virtudes y su amor.

María, madre y molde de la Iglesia sintiendo siempre además que camina a nuestro lado y con su mano va moldeando nuestra vida para mejor parecernos a ella y así vivir la vida de Jesús.

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