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jueves, 12 de junio de 2025

Oración de la Iglesia por aquellos que con su ministerio hacen de sus vidas imagen y signo de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote en medio de la Iglesia y el mundo

 


Oración de la Iglesia por aquellos que con su ministerio hacen de sus vidas imagen y signo de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote en medio de la Iglesia y el mundo

Isaías 6, 1-4.8; Salmo 22;  Juan 17, 1-2.9. 14-26

¿Hay algún voluntario que se ofrezca? Quizás habremos escuchado en más de una ocasión quedándonos a la expectativa de quien se va a presentar, quedándonos nosotros con la pregunta por dentro para ver si seríamos capaces de ofrecernos voluntariamente; quizás entre aquellos entre los que se lanza la pregunta ya quien tiene la misión, vamos a decirlo así, de formar ese grupo se ha ido insinuando a algunos en quienes ve esas cualidades necesarias para desarrollar esa misión que se les va a confiar; no se sentirán obligados, si son voluntarios, pero de alguna manera se sienten en cierto modo elegidos como preferentes para que se ofrezcan voluntariamente.

Estoy planteando algo que quizás les parezca demasiado imaginario, pero estoy realmente pensando en lo que fue haciendo Jesús con aquel grupo, en especial los doce a los que llamaría de manera especial que con su presencia y su palabra era una invitación a seguirle, no sólo como discípulos que aceptaran su camino y quisieran vivir esos valores del reino de Dios que iba proponiendo, sino de manera especial a aquellos que quería tener más cerca de sí porque a ellos en especial les confiaba la continuidad del anuncio del Reino de Dios por el mundo, aunque fuera tarea de todos los que creyeran en Él.

Es un camino de entrega en que Jesús va por delante. ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’, había dicho en su entrada en el mundo como se nos menciona en la carta a los Hebreos. Era quien iba a ofrecerse por nosotros para hacer de su vida ese sacrificio acepto a Dios y en el que nos invitaba también a nosotros a participar. Hoy estamos celebrando a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, como nos recuerda la liturgia de este día. Su muerte en la cruz no era simplemente un destino o una condenación que recibiera de aquellos que no querían aceptarle y seguirle. Él se entregaba libremente, libremente había subido a Jerusalén cuando entendía muy bien lo que significaba aquella pascua para El. Así se lo había ido anunciando a sus discípulos.

Su voz resuena fuerte cuando en la angustia de Getsemaní, sabiendo que comenzaba su pasión, pedía al Padre que pasara de Él aquel cáliz, pero que allí estaba Él sin embargo en esa disposición de que por encima de todo se cumpliera la voluntad del Padre. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’, que tanto nos cuesta a nosotros tantas veces pronunciar. Aquel cáliz de su sacrificio está sobre el Altar y Él hará su ofrenda de amor como Sacerdote, como Víctima y al mismo tiempo como Altar.

Pero Jesús quiere hacernos partícipes de su sacerdocio en esa ofrenda que tenemos que saber hacer de nuestra vida a la manera de Jesús. Cuando hemos sido ungidos y consagrados en nuestro Bautismo ha sido para hacernos a nosotros con Cristo Sacerdotes, profetas y reyes. Lo que llamamos el sacerdocio común de los fieles, pero que es un verdadero y auténtico sacerdocio. Cada cristiano está haciendo ofrenda de su vida al Señor. Lo expresamos en el padrenuestro cuando queremos santificar siempre con nuestra vida el nombre santo de Dios queriendo que se realice en nosotros el Reino de Dios porque siempre y por encima de todo queremos hacer su voluntad. Qué rápido rezamos tantas veces el padrenuestro sin saborear todo lo que queremos expresar con esas palabras que nos enseñó Jesús.

Estaremos respondiendo así a esa invitación, como reflexionábamos al principio, de hacernos voluntarios por el Reino de Dios. Dios no nos obliga a aceptar su oferta de amor; Él nos ofrece su amor y nosotros respondemos sabiendo todo lo que implica decir que seguimos a Jesús, que somos cristianos. Por ese camino del servicio y del amor ha de transcurrir nuestra vida. Y con ello estamos haciendo esa ofrenda a Dios cada uno desde nuestro lugar, cada uno en la situación de su vida, cada uno con sus valores y cualidades, cada uno en las responsabilidades que va asumiendo en su vida, allí donde estemos.

Pero la petición de voluntarios siempre queda en el aire porque algunos serán llamados para ejercer ese sacerdocio como un ministerio especial. Entre todos, como vemos en el evangelio, Jesús escogió a algunos para que estuvieran más cerca de Él porque a ellos les iba a confiar una misión especial, un servicio especial, un ministerio dentro de la comunidad para lograr construir ese Reino de Dios. Son los llamados al sacerdocio ministerial, como diáconos, como presbíteros, como pastores en medio de la Iglesia en el nombre de Cristo, Buen Pastor.

Hoy en el texto del evangelio que ya hemos meditado en otras ocasiones recientemente Jesús dice que ruega de manera especial por aquellos discípulos más cercanos que tendrán que vivir una misión especial. En medio del mundo están pero no son del mundo, no han de hacer las cosas de la manera como las hace el mundo. Tienen una misión y un testimonio que no es fácil, pero Jesús que cuenta siempre con nuestra libertad también nos acompaña de manera especial en ese camino de su sacerdocio, signos de Cristo Sacerdote en medio de la comunidad.

Hace pensar todo esto a quienes han recibido ese ministerio, esa llamada especial, pero ha de hacer pensar también a toda la comunidad, valorando el ministerio de sus sacerdotes, que son tan humanos y pecadores como todos, pero que tienen esa misión especial. Hoy es un momento muy especial de oración de la Iglesia por sus Sacerdotes, para que sean en verdad imagen de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.

 


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