Caminemos
con sencillez al encuentro con los demás para sentir el gozo y la ternura de
los sencillos y los otros se puedan sentir igualmente a gusto con nuestra
presencia
Éxodo 3,1-6.9-12; Sal 102; Mateo 11,25-27
Yo no sé ustedes, pero a mi me encanta
estar con la gente humilde y sencilla. Se siente uno a gusto, te hacen saborear
la cercanía y la ternura de las cosas pequeñas, de las cosas sencillas. Pero
también digo que hay que saber tener ojos limpios para descubrir a esas
personas que quizá nos pueden pasar desapercibidas, porque no serán nunca
personas que busquen las apariencias, que busquen sobresalir, sino que
calladamente van por la vida realizando pequeñas gestos, teniendo pequeños
detalles que cuando los descubrimos nos daremos cuenta de la grandeza de esas
personas e incluso de su sabiduría.
Sencillez y humildad que no está por si
misma vinculada a ningún grupo social, sino que es el espíritu con que vivamos
la vida cualquiera que sea nuestra condición. No porque tengamos más o menos
medios, más o menos conocimientos, no porque estemos en una escala social
determinada, sino que depende de nuestro corazón, de nuestras actitudes, de la
humildad que pongamos en la vida.
Algunas veces nos cuesta porque nos
puede aparecer la tentación al orgullo y creernos que todo nos lo sabemos. Qué
sutil es la autosuficiencia que queremos disimular con la autovaloración que
podamos hacer de nosotros mismos. El que valoremos nuestra dignidad e incluso
reconozcamos los valores que hay en nosotros, no está en contra de ese espíritu
de sencillez y de humildad con que hemos de manifestarnos.
Ojalá sepamos descubrir a tantos que
con humildad y sencillez caminan a nuestro lado en la vida y sepamos, sí,
aprender de su sabiduría siendo nosotros de la misma manera también sencillos y
cercanos a los demás, sea quien sea. Es el espíritu con que hemos de saber
vivir la vida y así podremos abrirnos mejor a los demás y a Dios. Es la
humildad, repito, y humanidad que hemos de saber poner en el corazón.
Es lo que nos hace ver hoy Jesús en el
evangelio. En su presencia en medio del pueblo, en su predicación y en la
manera de acercase a todos se ha encontrado con gente que le acoge con
sencillez, se admira de sus palabras y de los hechos que realiza, pero también
ha encontrado oposición entre los que se creen poderosos o que pueden manipular
a los demás a su antojo. Ahora como un desahogo que le sale de lo más profundo
del corazón da gracias al Padre del cielo porque ha querido manifestarse a los
que son pequeños y sencillos mientras los orgullos y se creen autosuficientes
no han sido capaces de descubrir el misterio de Dios.
‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la
gente sencilla’. Es la oración que brota de su corazón. Es la alabanza que
también nosotros hemos de saber hacer, reconociendo las maravillas del Señor
que cuando somos también nosotros sencillos y humildes se nos manifiesta en lo
hondo de nuestro corazón.
María
sintió que el Señor había realizado en ella obras maravillosas pero al mismo
tiempo supo ser humilde para sentirse la esclava del Señor. Daba gracias a Dios
por ello, por las maravillas que en ella realizaba, pero se siguió sintiendo la
pequeña, la humilde esclava del Señor. En el reconocimiento de las maravillas
de Señor y en su humildad al mismo tiempo le hizo salir con mayor rapidez de si
misma para ir al encuentro de los demás, corrió hasta casa de su prima Isabel
para servirla. Caminó humilde los caminos del Señor que le llevaban siempre al
servicio, al encuentro con los demás.
Ha de ser
también nuestro camino para abrirnos a los demás, para sentir el gozo de la
presencia y la ternura de los sencillos que están a nuestro lado, pero para
manifestarnos de la misma manera con otros haciendo que también se sientan a
gusto con nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario