Is. 30, 18-21.23-26
Sal.146
Mt. 9, 35-10, 1.6-8
Sal.146
Mt. 9, 35-10, 1.6-8
Nos decía el profeta: ‘Pueblo de Sión, habitante de Jerusalén, no tendréis que llorar, porque se apiadará a la voz de tu gemido: apenas te oiga, te responderá… el grano de la cosecha del campo será rico y sustancioso… tus ganados pastarán en anchas praderas… habrá ríos y cauces de agua… cuando el Señor vende la herida de tu pueblo y cure la llaga de su golpe…’
Ricas imágenes, palabras que anuncian un tiempo nuevo, el tiempo mesiánico que en Cristo vemos cumplido. En la plenitud de los tiempos Dios envió a su Hijo que nos manifiesta la misericordia y el amor del Padre. Hoy nos ha dicho el evangelio: ‘Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias’.
Es el Señor que escucha nuestros gemidos que decía el profeta. Que nos manifiesta su amor y su compasión. ‘Al ver a las gentes se compadecía de ellas,,porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’. Y Jesús se nos manifestará en el evangelio como el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y las lleva a buenos pastos; nos ofrece el alimento de su Palabra y de su vida, dándosenos El mismo para que le comamos y así tengamos vida para siempre; se nos manifiesta como el Buen Pastor que va a buscar a la oveja descarriada y cuando la encuentra la carga sobre sus hombros y hace fiesta porque ha encontrado la oveja perdida.
Es lo que Cristo quiere seguir realizando hoy a través de su Iglesia, a través de sus pastores, a través de tantos y tantos que El llama para hacerles partícipes del ministerio pastoral; pero a través de tantos y tantos que se han consagrado al Señor para servirle en los pobres, en los enfermos, en los ancianos, en los excluidos, en los que nada tienen ni techo para cobijarse. Pensemos, por ejemplo, en las legiones – digámoslo así – de religiosos y religiosas en multitud de obras asistenciales para servir a Cristo en los pobres y en los que sufren. O pensemos también en tantos cristianos comprometidos que dan su tiempo, sus cosas, su vida para ofrecerse voluntarios y trabajar por los demás en tantas instituciones de la Iglesia como Cáritas, Manos Unidas, etc…
Son los que Cristo ha enviado como escuchamos hoy en el evangelio que hace con los doce con una especial misión de anunciar el Reino de Dios. ‘Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curad toda enfermedad y dolencia… Id y proclamad diciendo que el Reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido: dad gratis’.
Pero a algo más nos invita hoy el Señor en el Evangelio. ‘Entonces dijo a sus discípulos: La mies es abundante pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies’. Nos pide el Señor que oremos al Dueño de la mies para que envíe operarios a su mies. Una petición que ha de estar siempre presente en nuestras oraciones: la oración por las vocaciones. ‘La mies es abundante…’
Bien sabemos cuánto hay que hacer en nuestro mundo. Cómo tenemos que anunciar el Reino de Dios con obras y palabras. Se necesitan sacerdotes, misiones, personas consagradas, religiosos y religiosas, cristianos comprometidos con el Reino de Dios. Oremos con insistencia al Señor. Y al mismo tiempo abramos nuestro corazón para escuchar la llamada que el Señor nos pueda hacer para de una forma u otra trabajar también en su mies, en su viña.
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