En lo alto de la montaña nos traza Jesús las metas y los ideales del Reino de Dios que viviremos en la autenticidad y plenitud del amor
Eclesiástico 15, 16-21; Sal 118;
1Corintios 2, 6-10; Mateo 5, 17-37
Los comentarios que irían surgiendo en torno a la figura de aquel
nuevo profeta de Nazaret seguramente serian variopintos. Las noticias vuelan y
pronto se hablaría de Jesús por todas partes pero seguramente con opiniones
encontradas. Algo nuevo vislumbraban todos que se estaba anunciando. Jesús se
presentaba con una radicalidad grande porque decía que había que cambiar desde
lo más hondo. Eso creaba esperanzas y expectativas pero ponía en guardia
también a otros frente a esas posibles novedades.
Y tras el entusiasmo que suscitarían sus signos y milagros soñaban con
el Mesías anunciado y prometido. Ese cambio que El anunciaba ¿significaría
acaso que se acabarían tantas normas y tantas leyes y que iban a ser un pueblo
nuevo no esclavizado ante tantos mandatos y preceptos? A otros quizá les
costara aceptarlo, como luego se verá a lo largo de su vida porque lo que decía
la ley y lo que decían los profetas no se podía cambiar de ninguna manera y
además siempre habían vivido así con esos mandamientos, ¿por qué habría que
cambiarlos ahora? Siempre ha sido así, es la consabida frase que tantas veces
se repite cuando no queremos mejorar nada.
Ahora Jesús allá en la montaña, como un nuevo Moisés que subiera al
Sinaí, estaba trazando lo que habían de ser las metas y los ideales de ese
Reino nuevo de Dios que el anunciaba y nos daba las pautas por donde habrían de
vivir los que se llamaran sus discípulos, sus seguidores. Había desconcertado a
muchos cuando llamaba dichosos a los pobres y a los que sufren, a los que son
perseguidos o a los que tienen un corazón inquieto que les lleve a complicarse
la vida por los demás. Otros se llenaban de esperanza y recomenzaba a brotar la
alegría en el corazón por se les decía que todo lo que ahora tanto les
inquietaba o les hacia sufrir un día habría de cambiar.
¿Qué les dice hoy Jesús claramente? El no ha venido a abolir la ley ni
los profetas. El Reino de Dios que El anuncia se fundamente precisamente en la
en la Palabra de Dios. Y esa Palabra de Dios es inamovible para siempre. El
viene a darle plenitud, a darle profundo sentido, a hacer que encontremos en
verdad gusto por escuchar esa Palabra y plantarla realmente en lo más hondo del
corazón. Quienes así lo hagan estarán sintiendo para siempre el Señorío de Dios
en sus vidas.
El no viene a hacer revoluciones violentas que con esas fuerza del
poder humano haga que se cambien las cosas; con El todo ha de comenzar por
cambiar desde lo más hondo el corazón para que desaparezcan para siempre las
superficialidades o las rutinas, las lecturas interesadas de lo que nos dice
Dios o simplemente el dejar que las cosas sigan como están.
Su ley será la del amor, un amor vivido en la más hermosa plenitud,
con el más profundo sentido; un amor que no se queda en ritualismos y
formalidades; un amor auténtico que tiene que abarcar toda la amplitud de la
persona. No es simplemente que se nos prohíba matar, sino es que se nos manda
amar. Y es que además la violencia de matar no está solo en arrancar la vida o
derramar la sangre sino en todo aquello que pueda hacer daño al prójimo, también
en nuestros gestos, con nuestras palabras, en nuestras posturas, en las
actitudes que tengamos ante los demás, en los resentimientos que seguimos
guardando en el corazón. Cuánta muerte llevamos en nosotros y cuánta muerte
damos a los demás cuando nos falta ese auténtico amor en el corazón.
Por eso Jesús nos hablará de reconciliación y de perdón; nos dirá que
ya a nadie se lo podrá considerar como un enemigo o contrincante a quien
queremos eliminar porque a todos hemos de amar, a todos hemos de perdonar, por
todos incluso hemos de rezar. Nos dirá que si vamos a presentar nuestras
ofrendas de amor a Dios no podemos ir marcados en nuestro corazón por el odio,
las envidias, rencores o los resentimientos sino que antes hemos de aprender a
reconciliarnos los unos con los otros para poder ir con el corazón lleno de paz
a la presencia del Señor.
Nos enseñará como tiene que predominar el amor en la vida, un amor que
es respeto y valoración de toda persona porque de nadie podemos considerarnos
dueños, ni a nadie se le pueda considerar inferior o apartarla de nuestra vida
simplemente cuando nos cansemos de ella o nos apetezca hacerlo. Un amor que es
fiel y que hemos de saber cuidar y preservar en todo momento para que nada haya
que nos distancie o nos separe en las relaciones donde decíamos que las habíamos
construido desde el amor.
Así le glorificaremos viviendo la plenitud de su Reino, santificaremos
el nombre del Señor que nos merece respeto y veneración en todo momento y nunca
mal usaremos su santo nombre para las justificaciones de nuestros actos
injustos sino que en todo momento nos hemos de manifestar en total autenticidad
y sinceridad.
Un estilo nuevo, un sentido nuevo nos está presentando Jesús en lo
alto de la montaña; una vida nueva que no se quedará nunca en formalismos ni ritualismos
sino que a todo le daremos autenticidad y veracidad; una vida llena de amor que
entrañará un sentido nuevo para nuestras mutuas relaciones, pero también para
una auténtica relación con Dios que es el Padre bueno que nos ama y nos pone en
camino de amor. Algo nuevo está comenzando, está naciendo en los corazones el
Reino de Dios.
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