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domingo, 12 de febrero de 2017

En lo alto de la montaña nos traza Jesús las metas y los ideales del Reino de Dios que viviremos en la autenticidad y plenitud del amor

En lo alto de la montaña nos traza Jesús las metas y los ideales del Reino de Dios que viviremos en la autenticidad y plenitud del amor

Eclesiástico 15, 16-21; Sal 118; 1Corintios 2, 6-10; Mateo 5, 17-37
Los comentarios que irían surgiendo en torno a la figura de aquel nuevo profeta de Nazaret seguramente serian variopintos. Las noticias vuelan y pronto se hablaría de Jesús por todas partes pero seguramente con opiniones encontradas. Algo nuevo vislumbraban todos que se estaba anunciando. Jesús se presentaba con una radicalidad grande porque decía que había que cambiar desde lo más hondo. Eso creaba esperanzas y expectativas pero ponía en guardia también a otros frente a esas posibles novedades.
Y tras el entusiasmo que suscitarían sus signos y milagros soñaban con el Mesías anunciado y prometido. Ese cambio que El anunciaba ¿significaría acaso que se acabarían tantas normas y tantas leyes y que iban a ser un pueblo nuevo no esclavizado ante tantos mandatos y preceptos? A otros quizá les costara aceptarlo, como luego se verá a lo largo de su vida porque lo que decía la ley y lo que decían los profetas no se podía cambiar de ninguna manera y además siempre habían vivido así con esos mandamientos, ¿por qué habría que cambiarlos ahora? Siempre ha sido así, es la consabida frase que tantas veces se repite cuando no queremos mejorar nada.
Ahora Jesús allá en la montaña, como un nuevo Moisés que subiera al Sinaí, estaba trazando lo que habían de ser las metas y los ideales de ese Reino nuevo de Dios que el anunciaba y nos daba las pautas por donde habrían de vivir los que se llamaran sus discípulos, sus seguidores. Había desconcertado a muchos cuando llamaba dichosos a los pobres y a los que sufren, a los que son perseguidos o a los que tienen un corazón inquieto que les lleve a complicarse la vida por los demás. Otros se llenaban de esperanza y recomenzaba a brotar la alegría en el corazón por se les decía que todo lo que ahora tanto les inquietaba o les hacia sufrir un día habría de cambiar.
¿Qué les dice hoy Jesús claramente? El no ha venido a abolir la ley ni los profetas. El Reino de Dios que El anuncia se fundamente precisamente en la en la Palabra de Dios. Y esa Palabra de Dios es inamovible para siempre. El viene a darle plenitud, a darle profundo sentido, a hacer que encontremos en verdad gusto por escuchar esa Palabra y plantarla realmente en lo más hondo del corazón. Quienes así lo hagan estarán sintiendo para siempre el Señorío de Dios en sus vidas.
El no viene a hacer revoluciones violentas que con esas fuerza del poder humano haga que se cambien las cosas; con El todo ha de comenzar por cambiar desde lo más hondo el corazón para que desaparezcan para siempre las superficialidades o las rutinas, las lecturas interesadas de lo que nos dice Dios o simplemente el dejar que las cosas sigan como están.
Su ley será la del amor, un amor vivido en la más hermosa plenitud, con el más profundo sentido; un amor que no se queda en ritualismos y formalidades; un amor auténtico que tiene que abarcar toda la amplitud de la persona. No es simplemente que se nos prohíba matar, sino es que se nos manda amar. Y es que además la violencia de matar no está solo en arrancar la vida o derramar la sangre sino en todo aquello que pueda hacer daño al prójimo, también en nuestros gestos, con nuestras palabras, en nuestras posturas, en las actitudes que tengamos ante los demás, en los resentimientos que seguimos guardando en el corazón. Cuánta muerte llevamos en nosotros y cuánta muerte damos a los demás cuando nos falta ese auténtico amor en el corazón.
Por eso Jesús nos hablará de reconciliación y de perdón; nos dirá que ya a nadie se lo podrá considerar como un enemigo o contrincante a quien queremos eliminar porque a todos hemos de amar, a todos hemos de perdonar, por todos incluso hemos de rezar. Nos dirá que si vamos a presentar nuestras ofrendas de amor a Dios no podemos ir marcados en nuestro corazón por el odio, las envidias, rencores o los resentimientos sino que antes hemos de aprender a reconciliarnos los unos con los otros para poder ir con el corazón lleno de paz a la presencia del Señor.
Nos enseñará como tiene que predominar el amor en la vida, un amor que es respeto y valoración de toda persona porque de nadie podemos considerarnos dueños, ni a nadie se le pueda considerar inferior o apartarla de nuestra vida simplemente cuando nos cansemos de ella o nos apetezca hacerlo. Un amor que es fiel y que hemos de saber cuidar y preservar en todo momento para que nada haya que nos distancie o nos separe en las relaciones donde decíamos que las habíamos construido desde el amor.
Así le glorificaremos viviendo la plenitud de su Reino, santificaremos el nombre del Señor que nos merece respeto y veneración en todo momento y nunca mal usaremos su santo nombre para las justificaciones de nuestros actos injustos sino que en todo momento nos hemos de manifestar en total autenticidad y sinceridad.
Un estilo nuevo, un sentido nuevo nos está presentando Jesús en lo alto de la montaña; una vida nueva que no se quedará nunca en formalismos ni ritualismos sino que a todo le daremos autenticidad y veracidad; una vida llena de amor que entrañará un sentido nuevo para nuestras mutuas relaciones, pero también para una auténtica relación con Dios que es el Padre bueno que nos ama y nos pone en camino de amor. Algo nuevo está comenzando, está naciendo en los corazones el Reino de Dios.

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