Busquemos el silencio interior para escuchar a Dios en nuestro corazón y que nada nos perturbe ni nos quite la paz
Apocalipsis 10,8-11; Sal 118;
Lucas 19,45-48
Dos pensamientos con mensaje surgen del texto del evangelio que hoy
se nos ofrece. Contemplamos a Jesús que
llega al templo y le disgusta lo que ve, la situación en la que se encuentra.
Por todas partes andan los vendedores que ofrecen a los peregrinos y a cuantos
suben al templo a orar lo necesario para los sacrificios. Por allá andan los
vendedores de animales, los que ofrecen las palomas o las tórtolas para los
padres que hacen la ofrenda por sus primogénitos, los cambistas con sus monedas
porque en el cepillo del templo solo podrán utilizarse las monedas de los judíos
y muchos eran los peregrinos que llegaban de todas partes.
Como sucede en torno a nuestros santuarios de devoción ya sea a una
determinada imagen de Cristo o a la Virgen en sus distintas advocaciones. En
este caso quizá todos queremos llevarnos un recuerdo del lugar, portar alguna medalla
con la imagen de la Virgen, ofrecer la ofrenda de unas velas o de unas flores,
hasta puede ser un medio de sostenimiento del propio santuario y surgen
fácilmente en su entorno todo este comercio que en ocasiones se convierte en
asfixiante y hay el peligro que nos aleje de la verdadera devoción que nos haya
llevado a aquel lugar.
Aquel mercado no le satisface a Jesús; el templo ha de ser en verdad
para la oración y el encuentro con el Señor. ¿Qué es lo importante que nos ha
de llevar a esos lugares sacros de devoción? ¿Qué es lo que realmente hemos de
encontrar en ellos? No somos quien para impedir lo que pueda suceder puertas
afuera en las calles del lugar, pero si tenemos que cuidar que esos recintos
sean en verdad lo que tienen que ser. Un lugar de paz, de recogimiento, donde
podamos vivir un silencio interior ayudado por el buen ambiente con lo
rodeemos, para poder vivir ese encuentro vivo con el Señor.
Mi casa es casa de oración, nos recuerda Jesús. Y oración es
encuentro, es escucha de Dios en nuestro corazón, al mismo tiempo que en ese
dialogo de amor podamos ponernos con lo que somos, lo que son nuestras
necesidades o las necesidades de nuestro mundo, en la presencia del Señor.
Un lugar de escucha de Dios en nuestro corazón, hemos dicho. Y es el
segundo pensamiento o imagen que nos ofrece hoy el evangelio. Tras expulsar a
los vendedores del templo, Jesús se puso a enseñar a la gente. Es cierto que había
ya algunos que no le agradaban las enseñanzas de Jesús y pretendían incluso impedírselo,
pero la gente escuchaba con corazón abierto la Palabra de Jesús.
Que nada nos impida a nosotros escuchar la Palabra de Dios. Muchas
cosas nos pueden distraer o nos lo pueden impedir, pero ahí está nuestra
vigilancia, la atención que hemos de saber tener para encontrarnos con Dios;
aprendamos a hacer de verdad silencio en nuestro corazón y que nada nos
perturbe ni nos quite la paz. Tenemos que cuidar, como decíamos, que aquellos
lugares de especial devoción sean preservados de esos peligros, pero es
importante también que cada uno sepa encontrar ese lugar interior para su
recogimiento, para su silencio interior, para la reflexión y para la oración,
para ese encuentro vivo y personal con Dios.
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