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sábado, 30 de enero de 2021

Una travesía difícil por la vida en la que no hemos de debilitarnos sino saber acudir con fe a quien sabemos que está a nuestro lado para ser nuestra fuerza

 


Una travesía difícil por la vida en la que no hemos de debilitarnos sino saber acudir con fe a quien sabemos que está a nuestro lado para ser nuestra fuerza

Hebreos 11,1-2.8-19; Sal.: Lc 1,69-75; Marcos 4,35-41

Alguna vez habremos recibido el reproche, medio en broma, medio en serio en que nos echaban a la cara que estamos como atolondrados, que no nos enteramos, que no terminamos de caer en la cuenta de los problemas que hay. Seguramente a nosotros nos pasa cuando vivimos la vida medio superficialmente o no queremos complicarnos demasiado y así aunque veamos hacemos que no vemos, no vayan a meternos en el lío y tengamos que apechugar buscando soluciones. Es que esa tendría que ser la alerta que vivamos en todo momento, atentos a lo que pasa, atentos a los problemas, dispuestos a arrimar el hombro para buscar salidas y soluciones intentando salir de ese caparazón en que nos metemos en ocasiones para no enterarnos.

En esta introducción que nos estamos haciendo incido en nuestras posturas, cómodas muchas veces, aunque no es el caso de lo que hoy se nos plantea en el evangelio aunque no sabemos bien lo que pasaba por la cabeza de aquellos avezados pescadores que se veían envueltos en aquella tormenta tan normal en el lago de Tiberíades, mientras Jesús que iba en la barca pareciera que se desentendía de todo mientras dormía ausente de todo lo que pasaba a su alrededor. Medio acostumbrados a que Jesús les sacara de apuros en más de una ocasión, y como actuaba El cuando apreciaba sufrimiento en los demás, ahora no saben que pensar y bruscamente le despiertan.

¿Es que no te enteras? ¿Cómo puedes dormir tan tranquilo en medio del fragor de esta tormenta? Es que casi nos hundimos. Jesús no dormía ausente de cuanto pasaba, ni era insensible ante el momento difícil que estaban pasando. Aquel dormir de Jesús ¿sería como una prueba para la fe de aquellos hombres? ¿No les estaba obligando a que se las ingeniaran y supieran salir adelante sin tener que buscar una ayuda fácil? ¿Sabrían ellos más tarde caminar por la vida enfrentándose a dificultades e incluso persecuciones cuando Jesús no estuviera físicamente entre ellos?

Es cierto que les prometerá que nunca los dejará y de una forma o de otra siempre estaría con ellos, pero en muchas ocasiones también iban a sentir, como lo sentimos nosotros también, el dolor y la angustia de la soledad porque nos pareciera que Jesús se haya desentendido de nosotros. Pero ellos tendrían que aprender la lección, tendrían que aprender a confiar, tendrían o tendríamos también nosotros que saber buscar esa ayuda y esa presencia de Jesús que nunca nos faltará.

Sí, porque este texto del evangelio no es solo la lección que aprendieron aquel día los discípulos que iban en la barca que casi se hundía, sino que es la lección que nos vale a los cristianos de todos los tiempos, que nos vale a nosotros hoy cuando con mil problemas algunas veces también nos llenamos de angustias en nuestras soledades. Siempre hemos dicho, quizá como recurso fácil, pero no menos cierto, que esta barca zarandeada por las olas en medio de la tormenta del mar de Galilea es imagen de la Iglesia, barca también zarandeada por miles de olas a través del paso de los tiempos.

Ahora podemos pensar en la situación de la Iglesia con todos los problemas en que se ve envuelta a lo largo y a lo ancho del mundo, pero podemos pensar en más cosas también. Es la situación que vive hoy nuestra sociedad con la pandemia donde también nos vemos tan embrollados que nos parece que nunca vamos a salir; y aquí no sé si habremos sabido acudir al Señor que nos parece que duerme sobre un cabezal de la barca para pedirle con fe que nos ayude a salir de esta.

Epidemias y pestes ha habido numerosas a lo largo de los siglos y con más difícil solución cuando los medios sanitarios no eran los que hoy tenemos; y a lo largo y a lo ancho de nuestras tierras tenemos muchos santuarios y ermitas en honor de los santos a los que se invocaron en aquellas ocasiones como especiales protectores en aquellas situaciones. Hoy nos valen para romerías y fiestas, pero hemos de ser conscientes de que son testigos de la fe de nuestra gente y la ayuda del cielo.

Era la fe del pueblo cristiano, valiéndose de la devoción a algún santo en particular – ¿cuántas iglesias de san Roque hay en nuestra tierra y cuántas imágenes de ese santo en nuestros templos? – estaban implorando del Señor su protección en aquellos momentos. ¿Habremos sabido hacerlo o nos parece que no es moderno que hoy en el siglo XXI hagamos esas rogativas al Señor?

Considero también una travesía por un mar tumultuoso el enfriamiento espiritual que se pueda estar produciendo en el pueblo cristiano con la disculpa de los aforos limitados que de alguna manera nos impiden la asistencia a los actos religiosos. ¿Cómo nos levantaremos de este debilitamiento espiritual en que podemos estar cayendo? Nos tendrá que gritar Jesús también a nosotros: ‘hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?’

 

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