Con nuestro dolor unidos a Jesús
buscamos la salvación
Mc. 6. 53-56
En el evangelio hemos contemplado cómo eran traídos a
la presencia de Jesús, allá por donde pasara, numerosos enfermos para que Jesús
imponiéndoles las manos los curara, o al menos le dejaran tocar la orla de su
manto. La gente quiere acercarse a Jesús con sus dolores y sufrimientos, salen
al encuentro con Jesús con todas las miserias de su vida. En Jesús tenían la certeza de encontrar vida y
salud. La curación de los enfermos eran señales de que el Reino de Dios que
llegaba a ellos encontrando en Jesús su salvación.
Cuando Jesús envíe a sus discípulos por el mundo
haciendo el anuncio del Reino esas serán las señales también que se han de dar
de la llegada del Reino de Dios. Por eso como hemos escuchado más de una vez
les da poder sobre los espíritus inmundos y les manda ungir a los enfermos para
curarlos. Como hemos dicho más de una vez no era un acto mágico lo que se
buscaba, sino que lo importante es ese encuentro vivo y personal con Cristo.
En esta fecha del once de febrero estamos celebrando
también a la Virgen María en su advocación de nuestra Señora de Lourdes,
recordando aquel lugar allá entre los Pirineos donde en el siglo XIX se sintió
de manera especial la presencia de la Virgen en sus apariciones a Bernardita de
Sobirous. Un lugar que se ha convertido en punto de peregrinación con gentes
venidas de todas partes del mundo para postrándose a los pies de María vivir
momentos de conversión y de encuentro con el Señor. Ese era el mensaje que la
Virgen le trasmitía a Bernardita para que rezara por los pecadores y por la
conversión del mundo.
Quienes hayamos visitado en alguna ocasión aquel lugar
o haya visto sus imágenes desde los medios de comunicación u otros medios
impresos, no pueden alejar de la retina de su memoria la imágenes de las filas
interminables de enfermos de todo tipo que acuden a aquel lugar para pedir la
protección y la intercesión de María y obtener la gracia de la curación ya sea
de sus miembros doloridos o impedidos o ya sea la curación del corazón en su
conversión al Señor.
Es por eso por lo que el Beato Juan Pablo II, queriendo
expresar y llevar a la celebración lo que es la preocupación que la Iglesia ha
de sentir por todo este mundo del dolor, instituyó la Jornada mundial del
Enfermo en esta fecha de las apariciones de la Virgen de Lourdes. Es lo que hoy
también estamos celebrando.
Como nos decía el Papa al instituir esta Jornada ha de
ser ‘un momento fuerte de oración,
participación y ofrecimiento para el bien de la Iglesia, así como de invitación
a todos para que reconozcan en el rostro
del hermano enfermo el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y
resucitando, realizó la salvación de la humanidad’.
Los enfermos y todos los que sufren, pues, hemos de
saber descubrir el valor que nuestro dolor puede tener cuando nos unimos a
Cristo, cuando somos capaces de hacer la ofrenda de nuestro sacrificio y
nuestro sufrimiento unidos al sacrificio de Jesús en la cruz, y descubrir
también cuanto bien podemos hacer a la Iglesia y al mundo desde nuestro
sufrimiento. Cuando terminaba el concilio Vaticano II se dirigía un mensaje a
los enfermos y se les decía ‘no estáis ni
abandonados, ni sois inútiles; sois los llamados por Cristo, su viva y
trasparente imagen’.
Es lo que todos hemos de saber descubrir en los
hermanos que sufren, ‘la viva y
trasparente imagen de Cristo’, y es entonces la manera cómo hemos de
acercarnos a ese mundo del dolor con respeto y con amor, con espíritu de
servicio y con generosidad de corazón para ayudar, consolar, mitigar esos
sufrimientos. Como le dijo Jesús a aquel letrado que le preguntaba quién era su
prójimo, cuando Jesús le propone la parábola del Buen Samaritano, al final le
dirá, ‘anda y haz tú lo mismo’.
Como nos dice el Papa Benedicto XVI en el mensaje de la
Jornada de este año ‘la parábola evangélica
del Buen Samaritano… nos enseña el amor profundo de Dios por todo ser humano,
especialmente cuando experimenta la enfermedad y el dolor… pero además nos
señala cuál es la actitud que todo discípulo de Jesús ha de tener hacia los
demás, especialmente a los que están necesitados de atención… extraer del amor
infinito de Dios, a través de una intensa relación con El en la oración, la
fuerza para vivir cada día como el Buen Samaritano con una atención concreta
hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda,
aunque sea un desconocido y no tenga recursos…’
Y nos dirá el Papa que ‘El Año de
la fe que estamos viviendo constituye una ocasión propicia para intensificar la
diaconía de la caridad en nuestras comunidades eclesiales, para ser cada uno
buen samaritano del otro, del que está a nuestro lado’.
Terminará su mensaje
hablándonos de la Virgen y su lugar en el sufrimiento de Jesús en la cruz y en
el sufrimiento de sus hijos. ‘En el
evangelio destaca la figura de la Bienaventurada Virgen María, que siguió al
Hijo sufriente hasta el supremo sacrifico en el Gólgota. No perdió nunca la
esperanza en la victoria de Dios sobre el mal, el dolor y la muerte, y supo
acoger con el mismo abrazo de fe y amor al Hijo de Dios nacido en la gruta de
Belén y muerto en la cruz. Su firme confianza en la potencia divina se vio
iluminada por la resurrección de Cristo, que ofrece esperanza a quien se
encuentra en el sufrimiento y renueva la certeza de la cercanía y el consuelo
del Señor’.
Que María Santísima, Madre
de Dios y Madre nuestra, a quien hoy invocamos con Virgen de Lourdes, nos ayude
a comprender este hermoso mensaje y con la gracia que nos trae del Señor
ilumine nuestra vida tan llena de dolores y sufrimientos para que los sepamos
vivir con verdadero sentido cristiano, no desde la resignación sino desde la
esperanza, sabiendo hacer esa ofrenda de nuestra vida al Señor.
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