Autenticidad, sinceridad y verdad es lo que tiene que
resplandecer en nosotros para hacer brillar la profunda espiritualidad que
anima nuestra vida
2Tesalonicenses 2, 1-3a. 14-17; Sal 95;
Mateo 23, 23-26
Hoy cuidamos mucho la
apariencia. Para eso tenemos hasta asesores de imagen; quien nos va a decir
cómo tenemos que ponernos, la sonrisa que llevemos en nuestros labios, el lado
mejor de la cara que nos va a dar mejor imagen; cualquier figura pública que se
precie tiene a su alrededor esos asesores que le van a decir hasta el más mínimo
detalle con el que han de manifestarse si quieren conseguir las metas que se
proponen, ya sea un lugar destacado en la sociedad, un cargo o lugar público de
influencia en esa sociedad, o el camino del poder que poco menos que los haga
amos del mundo.
Pero y detrás de todo
eso ¿qué queda? ¿Dónde están las ideas y los pensamientos? ¿Dónde queda la
personalidad del individuo? ¿Qué es lo que hay en el fondo que define de verdad
a la persona? ¿Todo es fachada y apariencia? Como las tramoyas de cartón piedra
que nos querían reflejar el mundo antiguo y los grandes monumentos en las
‘películas de romanos’ que veíamos en otros tiempos. Claro que todo sigue
siendo tramoya y escenificación, todo siguen siendo efectos especiales que nos
transportan a otro mundo y nos alejan de la realidad.
Pero ni venimos a
hablar de películas, ni venimos a hablar de esos personajes públicos que
necesitan esos asesores de imagen. Pero nos vale la imagen y la comparación que
estamos proponiendo para esa tramoya de falsedad e hipocresía sobre la que
construimos muchas veces nuestra vida. Jesús es duro hoy en el evangelio con
los fariseos a los que llama hipócritas, pero acaso tenemos que pensar si no
seguimos hoy en nuestra vida con esas mismas hipocresías. Nos presentamos con
minucias y superficialidades cuando quizá nuestro corazón está vacío. Es en lo
que tenemos que pensar seriamente.
No podemos ocultarnos
tras unos ropajes con que cubramos nuestra vida de apariencia de cosas buenas
cuando seguimos siendo ruines en nuestro corazón. Es cierto que queremos tener
buena voluntad, pero muchas veces nos cuesta superar tanto lastre de egoísmo y
orgullo que llevamos dentro de nosotros. Somos débiles tenemos que reconocerlo,
porque es la manera de comenzar a salir y a vencer esa debilidad.
Pero al mismo tiempo
tenemos que cultivar nuestro espíritu, que se construye es cierto desde esas
cosas pequeñas de cada día, pero donde tenemos que saber darle profundidad para
que eso que realizamos no nos encorsete, sino que nos dé esa libertad de espíritu
que nos haga crecer, que nos haga madurar en la vida, que en verdad en lo que
hacemos estemos reflejando esa profundidad de nuestro corazón, esa profunda
espiritualidad sobre la que construimos nuestra vida.
Y eso nos exige una
purificación interior para ir reconduciendo todas esas pasiones que llevamos
dentro de nosotros, pero para arrancar esas malas hierbas de esas vanidades,
esos orgullos y esas apariencias que tienen el peligro de enraizarse en nuestro
corazón. Recordemos aquello que en otro momento nos dirá Jesús de que lo que
nos hace impuros son las maldades que salen de dentro de nosotros, que salen
del corazón, no las cosas que nos entren de fuera. Son esas malas raíces que
tenemos que arrancar de nosotros y así manifestamos con claridad y brillante
resplandor toda esa bondad y toda esa generosidad en la que tiene que abundar
nuestro corazón.
Jesús es para nosotros
mucho más que un asesor de imagen, porque lo que nos está pidiendo esa
autenticidad de nuestra vida, esa sinceridad y esa verdad con la que haremos
resplandecer nuestro amor.
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