Tito, 1, 1-9;
Sal. 23;
Lc. 17, 1-6
La Palabra de Dios que la liturgia nos va ofreciendo cada día es una riqueza grande para nuestra vida y un alimento muy importante para el camino de nuestra vida cristiana. Aunque haya veces que pareciera que se repiten cosas, como tantas veces hemos dicho, siempre tiene la novedad de la Buena Noticia que nos llega en el momento concreto que vivimos; siempre puede recordarnos una y otra vez actitudes que hemos de tomar o que hemos de revisar y nos tiene que mover a ir purificándonos más y más en nuestro camino de santidad.
Ese recorrido que vamos haciendo es todo un proceso que vamos realizando en nuestra vida; proceso que nos tiene que ayudar a progresar, a avanzar más y más en nuestro amor al Señor y en la respuesta de amor que hemos dar en nuestra relación fraterna. De ahí la atención y el amor con que hemos de saber acoger cada día la Palabra de Dios.
Iniciamos hoy en la primera lectura la breve carta de san Pablo a Tito, enmarcada en las que llamamos cartas pastorales. Por eso vemos cómo hace al apóstol a su discípulo unas recomendaciones de orden pastoral en la elección de los presbíteros de la comunidad. Sin embargo quiero fijarme en parte del saludo del Apóstol a su discípulo que está muy en consonancia con algo que venimos escuchando y meditando en estos días.
‘Apóstol de Jesucristo, para promover la fe de los elegidos de Dios, y el conocimiento de la verdad… y la esperanza de la vida eterna’. Nos está diciendo Pablo la misión que siente que le ha confiado el Señor al elegirle su apóstol. ‘Promover la fe de los elegidos de Dios’, nos dice en primer lugar. Diríamos que es lo que siempre hemos de procurar, esa respuesta de fe que damos al Señor al sentirnos sus elegidos y amados. Una fe que tiene que ir creciendo más y más, ganando en profundidad en nuestra vida para que sea en verdad la raíz y el fundamento de toda nuestra vida. Algo que todos hemos de cuidar en nuestra propia fe, para que no se debilite, para que no se pierda, para que no se muera nunca.
Y ello desde ‘el conocimiento de la verdad…’ como sigue diciendo el apóstol. Conocer la verdad de Dios es conocer a Cristo o, si queremos, conocer a Cristo es llegar a ese conocimiento de la verdad de Dios que es la verdad de nuestra vida.
Ayer decía el Papa en la dedicación del Templo de la Sagrada Familia de Barcelona: ‘He aquí unidas la verdad y dignidad de Dios con la verdad y la dignidad del hombre. Al consagrar el altar de este templo, considerando a Cristo como su fundamento, estamos presentando ante el mundo a Dios que es amigo de los hombres e invitando a los hombres a ser amigos de Dios. Como enseña el caso de Zaqueo, del que se habla en el Evangelio de hoy (cf. Lc 19,1-10), si el hombre deja entrar a Dios en su vida y en su mundo, si deja que Cristo viva en su corazón, no se arrepentirá, sino que experimentará la alegría de compartir su misma vida siendo objeto de su amor infinito’.
¡Qué importante ese conocimiento cierto de la verdad de Dios! Cuánto tendríamos que ahondar en ese sentido en nuestra vida. Y todo, como hemos venido reflexionando mucho estos días con ‘la esperanza de la vida eterna’, que da trascendencia, como da valor y sentido a todo el caminar del hombre. No nos vamos a extender más.
Merecería también decir una palabra del evangelio que hemos escuchado. Por una parte cuánto hemos de evitar en nuestra vida todo lo que pueda dañar al otro con nuestras malas obras o con nuestro mal ejemplo. Qué delicados tendríamos que ser en ese sentido en nuestra vida. Pero también nos habla por otra parte de cómo hemos de ayudarnos los unos a los otros con la corrección fraterna y con el sincero perdón. ‘Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día y siete veces vuelve a decirte “lo siento”, lo perdonarás’.
Cuánto nos cuesta todo esto. Los apóstoles le pedían a Jesús que les aumentara la fe para poder entenderlo y vivirlo. Es lo que nosotros pedimos al Señor para tener la fuerza de vivir un amor así, en el estilo de Jesús.
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