Débiles y pecadores comemos a Cristo dignamente para llenarnos de su gracia y tener vida para siempre
Hechos, 8, 26-40; Sal. 65; Jn. 6, 44-52
‘Yo soy el pan vivo bajado
del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es
mi carne para la vida del mundo’.
Jesús les va haciendo una catequesis progresiva, en que paso a paso les va
revelando más y más el misterio de su ser, de su vida.
Siguen recordando los judíos el maná que sus padres
comieron en el desierto; Jesús les habla del verdadero pan del cielo que da
vida para siempre. Y termina diciendo que El, su carne, su cuerpo es ese pan
bajado del cielo que da vida al mundo. ¿Qué es lo que viene a ofrecernos Jesús con
su redención? Bien lo sabemos, decimos la salvación, decimos la vida porque no
solo nos viene a perdonar al redimirnos, sino que viene a hacernos partícipes
de su vida divina para hacernos hijos de Dios.
Cristo quiere
ser nuestra vida y nuestro alimento; para eso nos habla del pan bajado
del cielo, se hace pan por nosotros para que le comamos. Y así como el que come
se alimenta y puede vivir, puede tener vida, así quiere que le comamos a El. Es
el regalo grande que nos hace Jesús con
la Eucaristía.
Pero no podemos comer a Cristo de cualquier manera; no
es un alimento cualquiera, es alimento de gracia y de vida, es alimento que nos
trae la salvación y nos inunda con la gracia divina, es alimento que nos
fortalece para vivir la vida nueva que nos ofrece pero también es gracia que
nos purifica y nos eleva para hacernos cada vez más santos.
Primero es necesaria la fe para creer en ese misterio
de amor que es la Eucaristía donde Cristo mismo se nos da. El que cree en mi
vivirá para siempre, nos había dicho. Por eso hemos de distinguir bien qué es
ese alimento que Cristo nos ofrece en la Eucaristía, porque vamos a comer a
Cristo. Y eso tiene sus exigencias en
esa misma fe que tenemos en El.
Pero hay algo más, ¿cómo podemos decir que vamos a
comer a Cristo que es vida y nos da vida si en nosotros hay muerte y no queremos
salir de esa muerte? ¿qué quiero decir? No podemos acercarnos a la comunión eucarística
llenos de muerte, llenos de pecado, sin querer arrancarlos de verdad de nuestra
vida. atrevernos a ir a comulgar a Cristo llenos de pecado es comulgar
indignamente; y, como nos enseña san Pablo en la carta a los corintios, el que
come a Cristo indignamente está comiendo su propia condenación. Es por lo que
decimos que cuando vamos a comulgar hemos de ir en gracia de Dios, o sea, después
de haber recibido el perdón de nuestros pecados en el sacramento que nos
perdona, en el sacramento de la Penitencia.
No vamos a poder comulgar a Cristo porque ya seamos
santos, pero sí porque queremos ser santos.
Y querer ser santo es querer arrancar el pecado de nuestra vida; señal
de que queremos arrancar el pecado de nuestra vida es que nos acerquemos al sacramento de la
Penitencia o Reconciliación para recibir ese perdón de Dios y luego de forma
digna podamos ir a comer a Cristo, a comulgar a Cristo.
Esto es algo que muchas veces olvidamos los cristianos,
o no le damos la importancia que se merece. No podemos olvidar lo que la
Iglesia siempre nos ha enseñado, que con pecado no podemos comulgar; por eso es
necesario antes la reconciliación, el acudir al sacramento del perdón, para
restaurar esa gracia en nosotros.
Luego, sabiendo incluso que somos débiles y pecadores y
que tropezamos o tenemos el peligro de tropezar muchas veces, vamos a
alimentarnos de Cristo para fortalecer nuestra vida con su gracia; queremos ser
santos a pesar de que conocemos nuestra debilidad y condición pecadora y
acudimos a alimentarnos de Cristo para llenarnos de su gracia que nos dé esa fortaleza en la lucha contra
el pecado, nos dé esa fortaleza que nos haga avanzar más y más por esos caminos
de la santidad. Vamos a alimentarnos de Cristo porque queremos mantener su vida
en nosotros para siempre y de la misma manera que nuestro cuerpo lo alimentamos
con la comida, comemos a Cristo para alimentar nuestra vida de gracia, nuestra
vida espiritual y sentirnos siempre fortalecidos en el Señor.
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