Un camino de desesperanzas y derrotas transformado en camino de luz y de vida nueva
Hechos, 2, 14.22-23; Sal. 15; 1Pd. 1, 17-21; Lc. 24, 13-35
El camino de Emaús en principio camino de
desesperanzas, de derrotas y de silencios se convirtió en camino de luz y de
esperanza nueva. Tristes, desilusionados, con la moral hecha añicos y el
espíritu por tierra caminaban aquella tarde aquellos dos discípulos hacia Emaús.
¿El reconocimiento de una derrota y de que se desvanecían todas las esperanzas?
Aunque el sol no había terminado de ponerse, en su espíritu todo era oscuridad
y tinieblas.
Nos pasa tantas veces en la vida cuando fracasamos en
aquello en que habíamos puesto tanta ilusión y tanto empeño, cuando se nos
desvanecen las esperanzas porque parece que todas las noticias son lúgubres y
tristes, cuando el dolor oprime el corazón y nos hace daño por todas partes y
no se atisba ningún resquicio de luz. Qué tristeza embarga el alma en momentos
así cuando se ha perdido toda esperanza. Parece que las tinieblas nos
envuelven.
Pero el sol no había aún terminado de ocultarse en el
horizonte, porque ahora iba a su lado, aunque ellos no se daban cuenta. Quien
caminaba a su lado parecía no se consciente de la oscuridad que les envolvía
por lo que les pregunta por qué esa tristeza y ese decaimiento que más que
caminar parecía que se arrastraban por el camino sin tener horizontes ni metas.
Allí estaba una luz que quería brillar en sus corazones pero por ahora las
puertas y ventanas del alma estaban cerradas sin dejar entrar esa luz.
Aunque les embargaba el dolor y la desilusión por lo
que parecía un fracaso, sin embargo ellos seguían amando a Jesús. A la pregunta
del que parecía forastero que con ellos caminaba con entusiasmo comenzaron a
recordarlo y a contarle un resumen de lo que había sido su vida, de las
esperanzas que había suscitado, pero también de la pasión y muerte con que para
ellos había acabado todo.
Recordaban que había
anunciado que resucitaría, pero era el tercer día y ellos nada habían
visto, aunque llegaron noticias de la tumba vacía que ya se habían apresurado
los sumos sacerdotes y principales de la ciudad a dejar correr la noticia de
que sus discípulos habían robado su cuerpo; ellos si sabían lo que contaban las
mujeres del sepulcro vacío, de apariciones de ángeles y de anuncios de que
estaba vivo, pero para ellos todo se quedaba en sueños visionarios. Venían
contando todo eso ‘pero a El no lo
vieron’.
‘¡Qué necios y torpes
sois para creer lo que anunciaron los profetas!’, les recrimina. Un suspenso en el
conocimiento de las Escrituras, viene a decirles de una forma u otra. Aquel
caminante sí conocía bien y manejaba las Escrituras. Comenzó a explicarles;
comenzó la catequesis.
¿No os habéis fijado bien en lo que anunciaron los
profetas?, venía a decirles. Nunca hablaron de un Mesías belicoso y triunfador;
eso era lo que ustedes se habían imaginado como salida por haberlo estado
pasando mal en relación con los pueblos que os dominan. Cuando nos sentimos
oprimidos por algo parece como que lo que desearíamos es escachar de la forma
que sea a quien nos lo está haciendo pasar mal. Aparece fácilmente en nuestro
corazón el deseo de la venganza y la revancha.
Pero los profetas hablaban del siervo de Yahvé que
sería llevado como cordero al matadero, las descripciones que hace Isaías no
son tan agradables a su visión. Podríais recordar lo que tantas veces habéis
rezado en los salmos que hablan de burlas y desprecios para el inocente. O podréis
recordar lo que pasaron los patriarcas antiguos o los profetas. La obediencia
de Abrahán en su fe le llevó al punto de sacrificar a su propio hijo; y los
profetas como Jeremías fueron insultados, encarcelados, despreciados.
‘¿No era necesario que
el Mesías padeciera todo eso para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés
y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a El en toda la
Escritura’. Y
podría decirles también, ¿no recordáis lo que yo os anunciaba que no hay amor
más grande que el que da la vida por el amado? ¿No recordáis que el Hijo del
Hombre no ha venido a ser servido sino a servir? ¿No recordáis que para ser
grande y entrar en la gloria había que saber hacerse el último y el servidor de
todos? Muchas cosas les recordaría Jesús mientras caminaba con ellos y ellos no
lo reconocían.
Pero sus corazones se iban caldeando; más tarde
recordarían que ‘les ardía el corazón
mientras les hablaba por el camino y les explicaba las Escrituras’. Si a
los doce en el cenáculo les había lavado los pies para que comprendieran bien
que era el Maestro y el Señor, ahora a estos caminantes desilusionados que
marchan y en cierto modo huyen a Emaús les está lavando el corazón, porque en
ellos se está produciendo un cambio grande. Han comenzando a dejar de pensar en
sí mismos y en sus tristezas para abrir los ojos y darse cuenta del caminante
que va a su lado. El amor, la generosidad y la disponibilidad se van
despertando de nuevo en sus corazones y ahora no permitirán que el caminante
siga su camino porque no solo el camino puede ser peligroso sino que ellos
también lo necesitan, necesitan seguir estando con El. Algo de luz comienza a
brillar en sus corazones
‘Quédate con nosotros
porque atardece y el día va de caída’.
Se están dando cuenta que había tinieblas en su corazón, pero ahora no quieren
perder la luz. El cambio se está produciendo en sus corazones y ahora se irán
sucediendo los signos con rapidez de vértigo ante sus ojos y se correrán los
velos que les impedían ver y reconocer. ‘Entró
para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la
bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo
reconocieron. Pero El desapareció’.
‘¡Era verdad, ha
resucitado el Señor!’
y se ponen de nuevo en camino porque ya no hay tinieblas sino que tienen luz en
el alma. Han visto al Señor, ha caminado con ellos en el camino y se ha sentado
a su mesa. Entendían ahora mejor la alegría de los ciegos cuando recobraban la
vista, porque habían estado bien ciegos y al final volvió la luz a su alma; podían
entender por qué los leprosos daban saltos de alegría y corrían a contárselo a
los suyos, porque la desilusión y la desesperanza que se les había metido en el
alma era la peor lepra y Jesús con su presencia, con su Palabra, con los signos
de la Eucaristía les había lavado el corazón y había renacido la esperanza en
sus vidas.
Cuando se dieron cuenta de que Jesús había estado con
ellos, aunque ahora ya de nuevo no lo veían
salieron corriendo porque la buena noticia había que comunicarla, no se la podían
quedar para ellos sino que tenían que compartirla con los hermanos. Ahora no
temían oscuridades en los caminos, pues aunque el sol se hubiera ocultado en el
horizonte al caer la tarde ellos estaban viviendo un día nuevo radiante de luz
y ya nada era dificultad para ellos que
se sentían hombres nuevos afortunados de haber estado con el Señor. Ahora el
camino de regreso de Emaús se convirtió en un camino de luz - ya lo había sido
antes aunque no se dieran cuenta porque iba el Señor con ellos - y un camino de
esperanza nueva.
Pero necesitamos nosotros vivir esta experiencia de
resurrección. Jesús también viene a nuestro encuentro y camina a nuestro lado y
nos explica la Escrituras y parte para nosotros el pan. En serio preguntémonos,
¿estamos ahora en estos momentos viviendo esa experiencia de resurrección, de
sentir a Cristo resucitado con nosotros que también nos quiere hacer ardes
nuestros corazones?
Cuidado que los agobios de la vida nos distraigan y no
nos dejen ver esa presencia del Señor. También vivimos momentos malos en que
nos podemos llenar de desilusión y perder la esperanza, en que los problemas o
los sufrimientos que padezcamos nos encierren en nosotros mismos y no seamos
capaces de darnos cuenta de que el Señor está a nuestro lado. Abramos los ojos
de la fe; despertemos nuestro espíritu; caigamos en la cuenta de cómo parte el
pan el Señor para nosotros en esta Eucaristía. Aprendamos a sentir esa
presencia del Señor.
Pero tenemos que darnos cuenta de una cosa más; en
nuestro entorno hay muchas desesperanzas y derrotas que tenemos que curar. Esos
caminos oscuros por los que caminan nuestros hermanos nosotros tenemos que
iluminarlos haciendo presente a Jesús en medio de nuestro mundo. Ahí está la
tarea que nos queda y el compromiso.
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