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sábado, 10 de diciembre de 2022

Tengamos la valentía de ponernos con sinceridad ante la Palabra del Señor y dejémonos interpelar por esa Palabra que es luz, fortaleza y camino hacia la verdad en plenitud

 


Tengamos la valentía de ponernos con sinceridad ante la Palabra del Señor y dejémonos interpelar por esa Palabra que es luz, fortaleza y camino hacia la verdad en plenitud

Eclesiástico 48, 1-4.9-11b; Sal 79; Mateo 17, 10-13

Muchas veces nos rondan preguntas en nuestro interior que de alguna manera se quedan en el tintero, porque parece que no encontramos el sitio ni el momento oportuno donde nos sintamos con confianza; puede ser la timidez o la inseguridad que muchas veces sentimos que nos hace como avergonzarnos de lo que nos ronda por dentro, pero en el fondo estamos deseando encontrar ese momento y esa persona. Sucede más de lo que pensamos; aunque parezca muchas veces que la relación es fluida entre las personas, entre los que se dicen amigos, o con aquellos que están ahí en la vida para ayudarnos, nos falta ese momento de coraje, de humildad y de valentía al mismo tiempo para plantearnos las cosas.

Hay cosas de las que nos cuesta hablar; nos parecen de nuestra particular intimidad, aunque en otras cosas seamos muchas veces muy locuaces y hasta muy liberales; pensemos que de nuestro interior poco decimos, de la vida espiritual no parece que sea un tema fácil o nos parece que nos van a tratar como ñoños o infantiles porque eso para algunos no está de moda, de las aspiraciones profundas de la vida solo contamos con muy pocas personas, de las dudas en cuestiones importantes nos callamos para no parecer unos analfabetos.

A los discípulos con Jesús les pasaba también muchas veces. Estaban con El, les explicaba con todo detalle las cosas que los demás no entendían, pero les vemos muchas veces por detrás discutiendo sobre sus ambiciones, y los recelos y envidias que entre ellos mismos se generaban porque siempre se andaban preguntando quien sería el más importante, algo así, que como quien iba a heredar el mando cuando Jesús faltase, lo hacían por detrás y como a escondidas, mientras iban de camino en que de alguna manera se dispersaban un poco.

Ahora parece que ha llegado el momento, sobre todo para aquellos tres que habían subido especialmente con El a la montaña y habían sido testigos de lo que allí había sucedido, la transfiguración del Señor. Parece que ahora se sienten con confianza y mientras van bajando surge alguna pregunta que llevaban rumiando en su interior. Habían conocido a Juan, el Bautista, allá en el desierto y alguno había sido incluso su discípulo, oían hablar de los antiguos profetas y de sus anuncios y promesas mesiánicas, ahora habían sido testigos en medio de la transfiguración de Jesús en la oración que habían aparecido Moisés y Elías hablando con Jesús.

De este profeta quieren preguntar. Estaba la nebulosa del misterio de su subida al cielo en un carro de fuego y los anuncios proféticos que hablaban de la vuelta de Elías cuando llegasen los momentos de plenitud. De alguna manera estaban presintiendo que esos momentos estaban llegando por lo que vislumbraban de Jesús y ahora más después de la teofanía del Tabor. ¿Había llegado ya el momento de la vuelta de Elías y eran entonces los tiempos del cumplimiento de las promesas mesiánicas?

‘¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?’ Jesús viene a decirles que muchas veces será difícil para la gente interpretar los signos de Dios. No siempre eran aceptados los profetas, muchos fueron rechazados violentamente. Allí habían tenido a Juan Bautista y no todos habían querido creer en El, y ya todos sabían cómo había terminado a manos de Herodes. Pero aprovecha Jesús para anunciar que al Hijo del Hombre le va a suceder de manera semejante porque no todos quieren aceptarlo. Aquí a ellos ahora mismo tampoco sabían interpretar estas palabras de Jesús. Pero Jesús les había día que Elías había venido ya, aunque no lo supieron ver. Interpretarían después ellos que Jesús se estaba refiriendo precisamente a Juan el Bautista.

El ángel en su aparición a Zacarías en el templo lo había anunciado como el que ‘venía con el espíritu y el poder de Elías para convertir los corazones de los padres hacia los hijos y a los desobedientes a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’. ¿No era eso precisamente lo que Juan había realizado con su predicación allá en el desierto junto al Jordán?

Dejémonos instruir por el Espíritu del Señor. Dejémonos conducir y no cerremos nuestros corazones. Tengamos la valentía de ponernos con sinceridad ante la Palabra del Señor y dejémonos interpelar por esa Palabra que al mismo tiempo irá siendo luz en nuestras dudas, fortaleza en nuestra debilidad y camino cierto que nos conducirá a la Verdad plena.

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