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domingo, 11 de diciembre de 2022

Las obras comprometidas de nuestro amor son las señales de la auténtica esperanza con la que hemos de contagiar nuestro mundo, señales de una verdadera navidad

 


Las obras comprometidas de nuestro amor son las señales de la auténtica esperanza con la que hemos de contagiar nuestro mundo, señales de una verdadera navidad

Isaías 35, 1-6a. 10; Sal 145; Santiago 5, 7-10; Mateo 11, 2-11

Nos encontramos ya recorriendo el tercer domingo de adviento e iniciando la tercera semana que nos acerca a la navidad. A pesar de los problemas que siguen marcando el ritmo de la vida de nuestro mundo, en la calle nos vamos encontrando un ambiente de fiesta, una luminosidad distinta aunque solo sea por las luces que adornan nuestras ciudades y nuestros pueblos, una cierta alegría en el consumo por aquello de los regalos, unos aires y sones que suenan con música distinta que llaman o llamamos ambiente navideño.

Pero parece sin embargo que la alegría no es completa porque o nos hablan del encarecimiento de la vida y eso nos coarta en algunos de nuestros deseos, o en la lejanía siguen sonando oscuros cañones de guerra que se trasluce también en un cierto desasosiego que de alguna manera nos inquieta. Algunas cosas de nuestro ambiente parecen como un telón que quisiera ocultar algunas zonas oscuras de la vida en las que no quisiéramos pensar; hay cierta desesperanza, porque muchas cosas siguen turbias y llenas de una cierta oscuridad y nos parece que el ritmo que seguimos viviendo y esas cosas que queremos en cierto modo ocultar no tienen una salida y es como si viviéramos sin esperanza.

Pensemos en la acritud y desencuentro que se vive en la vida social y política con una violencia soterrada generadora de nuevas violencias y enfrentamientos, en la manipulación que se hace desde determinadas propagandas para llevarnos por algunos derroteros de nuestra sociedad en la que se quieren cambiar nuestros valores, en el rechazo a todo lo que no sea como yo pienso o como yo quiero, a la superficialidad con que se están ofreciendo soluciones para la vida y para la sociedad.

Ese ambiente que decimos navideño que notamos en nuestras calles, como decíamos al principio de esta reflexión, ¿será quizá como una cortina que quiere ocultar esas otras sombras que nos envuelven por otros lados? Claro que eso no nos satisface.

Sin embargo nosotros los cristianos queremos seguir celebrando la navidad, pero ¿qué tendría que significar? Este tiempo con que nos preparamos para la navidad lo queremos llamar tiempo de esperanza, pero a esa esperanza creo que tendríamos que darle otro sentido y otro valor. La esperanza no es solo porque vienen unos días de fiesta que nos quieren hacer olvidar o al menos ocultar otros problemas que tengamos por otros lados. Una esperanza muy efímera sería entonces porque le estamos dando poco fundamento, poca profundidad.

Nosotros sí tenemos una esperanza que no queremos simplemente poner como unas luces de colores que se encienden y se apagan. Nosotros sí creemos que ese mundo de sombras puede cambiar. Creemos y esperamos a Aquel que viene a nosotros para darnos esa luz verdadera, para poner la auténtica esperanza en el corazón, que viene y nos ofrece caminos de salvación que transformen de verdad nuestra vida y nuestro mundo. Es la esperanza en Jesús que es nuestro Salvador al que tenemos que escuchar, al que tenemos que hacer más presente en nuestra vida, del que tenemos que dejarnos iluminar para poner auténtica luz en nuestro mundo. Es el que viene a transformar nuestros corazones, es el que nos viene a poner en camino de compromiso por un mundo nuevo y mejor, es el que viene para arrancar ese mal que ennegrece nuestro mundo y nuestra vida.

Claro que lo vamos a celebrar con alegría, claro que queremos hacer que sea una auténtica navidad con toda la profundidad que se merece, que no se quede ni en apariencias ni en superficialidades. Y aunque sigamos envueltos en tantas cosas que siguen haciendo sufrir a las personas, siguen haciendo presente el sufrimiento en el mundo, nosotros podremos cantar porque tenemos esperanza de que todo se puede transformar, porque para eso se hace Cristo presente en nuestro mundo, para eso vamos a hacer presente a Cristo en nuestro mundo. Sed fuertes, no temáis, nos decía el profeta. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará’. Es la esperanza que anima nuestra vida. Es la esperanza que nos obligará a ir poniendo señales de algo nuevo en nuestro mundo.

¿Cuáles serán esas señales? El profeta nos decía:Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el cojo como un ciervo. Retornan los rescatados del Señor. Llegarán a Sión con cantos de júbilo: alegría sin límite en sus rostros. Los dominan el gozo y la alegría. Quedan atrás la pena y la aflicción’.

Es el mismo sentido en el que nos hablaba Jesús en el evangelio. Cuando vienen a preguntarle de parte de Juan si era el que había de venir o tenían que esperar a otro, Jesús les dice: Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan
y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!’


Era como tenían que reconocer que en Jesús se cumplía lo anunciado por los profetas. Pero eso nos está diciendo algo a nosotros también. Es así cómo el mundo tiene que seguir reconociendo que en Jesús tenemos nuestra salvación. Son los signos que nosotros tenemos que realizar, es el testimonio que nosotros tenemos que dar, es cómo que tiene que reflejarse en nuestra vida esa esperanza que tenemos, es cómo vamos a manifestar que es posible esa transformación porque lo estaremos manifestando con nuestras obras de amor.

Son las señales de la auténtica esperanza de la que tenemos que contagiar a nuestro mundo. No unas luces de colores que se encienden y se apagan, no unas cortinas con las que ocultar lo que nos avergüenza. Es el camino para una verdadera navidad.

 

 

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