Las
obras comprometidas de nuestro amor son las señales de la auténtica esperanza
con la que hemos de contagiar nuestro mundo, señales de una verdadera navidad
Isaías 35, 1-6a. 10; Sal 145; Santiago 5,
7-10; Mateo 11, 2-11
Nos encontramos ya recorriendo el
tercer domingo de adviento e iniciando la tercera semana que nos acerca a la
navidad. A pesar de los problemas que siguen marcando el ritmo de la vida de
nuestro mundo, en la calle nos vamos encontrando un ambiente de fiesta, una
luminosidad distinta aunque solo sea por las luces que adornan nuestras
ciudades y nuestros pueblos, una cierta alegría en el consumo por aquello de
los regalos, unos aires y sones que suenan con música distinta que llaman o
llamamos ambiente navideño.
Pero parece sin embargo que la alegría
no es completa porque o nos hablan del encarecimiento de la vida y eso nos
coarta en algunos de nuestros deseos, o en la lejanía siguen sonando oscuros
cañones de guerra que se trasluce también en un cierto desasosiego que de
alguna manera nos inquieta. Algunas cosas de nuestro ambiente parecen como un telón
que quisiera ocultar algunas zonas oscuras de la vida en las que no quisiéramos
pensar; hay cierta desesperanza, porque muchas cosas siguen turbias y llenas de
una cierta oscuridad y nos parece que el ritmo que seguimos viviendo y esas
cosas que queremos en cierto modo ocultar no tienen una salida y es como si
viviéramos sin esperanza.
Pensemos en la acritud y desencuentro
que se vive en la vida social y política con una violencia soterrada generadora
de nuevas violencias y enfrentamientos, en la manipulación que se hace desde
determinadas propagandas para llevarnos por algunos derroteros de nuestra
sociedad en la que se quieren cambiar nuestros valores, en el rechazo a todo lo
que no sea como yo pienso o como yo quiero, a la superficialidad con que se
están ofreciendo soluciones para la vida y para la sociedad.
Ese ambiente que decimos navideño que
notamos en nuestras calles, como decíamos al principio de esta reflexión, ¿será
quizá como una cortina que quiere ocultar esas otras sombras que nos envuelven
por otros lados? Claro que eso no nos satisface.
Sin embargo nosotros los cristianos
queremos seguir celebrando la navidad, pero ¿qué tendría que significar? Este
tiempo con que nos preparamos para la navidad lo queremos llamar tiempo de
esperanza, pero a esa esperanza creo que tendríamos que darle otro sentido y
otro valor. La esperanza no es solo porque vienen unos días de fiesta que nos
quieren hacer olvidar o al menos ocultar otros problemas que tengamos por otros
lados. Una esperanza muy efímera sería entonces porque le estamos dando poco
fundamento, poca profundidad.
Nosotros sí tenemos una esperanza que
no queremos simplemente poner como unas luces de colores que se encienden y se
apagan. Nosotros sí creemos que ese mundo de sombras puede cambiar. Creemos y
esperamos a Aquel que viene a nosotros para darnos esa luz verdadera, para
poner la auténtica esperanza en el corazón, que viene y nos ofrece caminos de salvación
que transformen de verdad nuestra vida y nuestro mundo. Es la esperanza en
Jesús que es nuestro Salvador al que tenemos que escuchar, al que tenemos que
hacer más presente en nuestra vida, del que tenemos que dejarnos iluminar para
poner auténtica luz en nuestro mundo. Es el que viene a transformar nuestros
corazones, es el que nos viene a poner en camino de compromiso por un mundo
nuevo y mejor, es el que viene para arrancar ese mal que ennegrece nuestro
mundo y nuestra vida.
Claro que lo vamos a celebrar con
alegría, claro que queremos hacer que sea una auténtica navidad con toda la
profundidad que se merece, que no se quede ni en apariencias ni en
superficialidades. Y aunque sigamos envueltos en tantas cosas que siguen
haciendo sufrir a las personas, siguen haciendo presente el sufrimiento en el
mundo, nosotros podremos cantar porque tenemos esperanza de que todo se puede
transformar, porque para eso se hace Cristo presente en nuestro mundo, para eso
vamos a hacer presente a Cristo en nuestro mundo. ‘Sed fuertes, no temáis, nos decía el profeta. ¡He aquí
vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os
salvará’. Es la esperanza
que anima nuestra vida. Es la esperanza que nos obligará a ir poniendo señales
de algo nuevo en nuestro mundo.
¿Cuáles
serán esas señales? El profeta nos decía: ‘Entonces se despegarán los ojos de los
ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el cojo como un
ciervo. Retornan los rescatados del Señor. Llegarán a Sión con cantos de
júbilo: alegría sin límite en sus rostros. Los dominan el gozo y la alegría.
Quedan atrás la pena y la aflicción’.
Es el mismo sentido en el
que nos hablaba Jesús en el evangelio. Cuando vienen a preguntarle de parte de
Juan si era el que había de venir o tenían que esperar a otro, Jesús les
dice: ‘Id a anunciar a Juan lo que estáis
viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios
y los sordos oyen; los muertos resucitan
y los pobres son evangelizados. ¡Y
bienaventurado el que no se escandalice de mí!’
Era como tenían que reconocer que en Jesús se cumplía lo anunciado por los profetas. Pero eso nos está diciendo algo a nosotros también. Es así cómo el mundo tiene que seguir reconociendo que en Jesús tenemos nuestra salvación. Son los signos que nosotros tenemos que realizar, es el testimonio que nosotros tenemos que dar, es cómo que tiene que reflejarse en nuestra vida esa esperanza que tenemos, es cómo vamos a manifestar que es posible esa transformación porque lo estaremos manifestando con nuestras obras de amor.
Son las
señales de la auténtica esperanza de la que tenemos que contagiar a nuestro
mundo. No unas luces de colores que se encienden y se apagan, no unas cortinas
con las que ocultar lo que nos avergüenza. Es el camino para una verdadera
navidad.
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