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lunes, 8 de abril de 2013


Creo en un solo Señor Jesucristo, Dios y Hombre verdadero

Is. 7, 10-14; Sal. 39; Hebreos, 10, 5-10; Lc. 1, 26-38
‘Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos… Dios verdadero de Dios verdadero… de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre…’
Así confesamos en el Credo que luego proclamaremos en su integridad. He querido comenzar esta breve reflexión entresacando estas palabras del Credo sobre todo en referencia a lo que hoy estamos celebrando, el misterio de la Encarnación de Dios en las entrañas de María, misterio por el cual el Hijo de Dios se hizo hombre verdadero. No lo pudimos celebrar en la fecha habitual de la celebración de este misterio de nuestra fe al coincidir en las ferias mayores de la Semana Santa por lo que ha sido trasladada litúrgicamente a este lunes siguiente a la octava de la Pascua de la Resurrección del Señor.
Hemos escuchado en el libro de Isaías anuncio profético de por el que una doncella dará a luz un  hijo al que se le pone por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros. Anuncio con pleno sentido mesiánico como lo ha visto siempre la Iglesia y que nos ofrece la liturgia en este día en que en el Evangelio veremos la Anunciación del Ángel a María que iba a ser la Madre de Dios.
‘Has encontrado gracia ante Dios y concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús… se llamará el Hijo del Altísimo… y su reino no tendrá fin… el Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra… el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’. Así hemos escuchado al ángel anunciar a María.
María encontró gracia ante de Dios y la gracia de Dios se derramó sobre toda la humanidad con la presencia del Emmanuel, del Dios con nosotros. ‘Por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, Virgen, y se hizo hombre’, como confesamos en el Credo. ‘Así, Dios cumplió sus promesas al pueblo de Israel y colmó de manera insospechada la esperanza de los otros pueblos’, como cantaremos en el prefacio.
Es el misterio de Dios que hoy celebramos. Es el misterio del amor de Dios que no abandona al hombre sino que lo busca para salvarlo y porque tanto amaba Dios al hombre envía a su único Hijo para que nadie perezca, para que todos alcancemos la salvación de Dios. Hijo de Dios, ‘de la misma naturaleza del Padre’. Desde toda la eternidad, ‘nacido del Padre antes de todos los siglos’ como decimos en el Credo, ‘Dios verdadero de Dios verdadero’ se hace hombre, verdadero hombre, tomando nuestra naturaleza humana para elevarnos y hacernos ‘semejantes a El en su naturaleza divina’ como expresábamos en la oración litúrgica de esta fiesta.
Es grande el misterio que hoy celebramos que supera todas nuestras expectativas y esperanzas, todo lo que nuestra mente humana podría imaginar. Así es el amor de Dios. Así se derrama su gracia sobre nosotros. Así es la grandeza del hombre que ha sido elevado a una nueva dignidad porque al participar de la vida divina de Jesús nos hacemos también hijos de Dios.
Estamos hoy recordando aspectos fundamentales de nuestra fe que, aunque conocidos y confesados continuamente cuando recitamos el Credo, muchas veces tenemos que rumiarlos y reflexionarlos para hacerlo vida de nuestra vida. Como tantas veces hemos dicho y la celebración del Año de la fe en el que estamos metidos nos impulsa hemos de ahondar cada vez más en ese misterio de nuestra fe para conocerle mejor y para poder confesarlo con toda firmeza. Por eso nos conviene ir recordando y reflexionando sobre los diferentes artículos de fe nuestro credo.
Una fe que nos lleve a vivir una vida en consecuencia buscando siempre lo que es la voluntad de Dios. Ejemplo tenemos en María en el texto de la Anunciación que hemos escuchado y tantas veces reflexionado. Que como María sepamos abrirnos al misterio de Dios y sepamos en todo hacer su voluntad por encima de nuestras humanas voluntades. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, decía María y Dios se encarnó en su seno. ‘Aquí estoy para hacer tu voluntad’, como hemos escuchado en el Apocalipsis y así nos veamos justificados y santificados por la acción del Espíritu Santo en nosotros.
‘Confirma en nosotros la verdadera fe, pediremos en la oración después de la comunión, para que cuantos confesamos al Hijo de la Virgen, como Dios y hombre verdadero, podamos llegar a las alegrías del Reino por el poder de su Resurrección’. Es nuestra fe, es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de confesar.

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