Creo en un solo Señor Jesucristo, Dios y Hombre verdadero
Is. 7, 10-14; Sal. 39; Hebreos, 10, 5-10; Lc. 1, 26-38
‘Creo en un solo Señor
Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos…
Dios verdadero de Dios verdadero… de la misma naturaleza del Padre, por quien
todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó
del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se
hizo hombre…’
Así confesamos en el Credo que luego proclamaremos en
su integridad. He querido comenzar esta breve reflexión entresacando estas
palabras del Credo sobre todo en referencia a lo que hoy estamos celebrando, el
misterio de la Encarnación de Dios en las entrañas de María, misterio por el
cual el Hijo de Dios se hizo hombre verdadero. No lo pudimos celebrar en la
fecha habitual de la celebración de este misterio de nuestra fe al coincidir en
las ferias mayores de la Semana Santa por lo que ha sido trasladada
litúrgicamente a este lunes siguiente a la octava de la Pascua de la
Resurrección del Señor.
Hemos escuchado en el libro de Isaías anuncio profético
de por el que una doncella dará a luz un
hijo al que se le pone por nombre Emmanuel, que significa Dios con
nosotros. Anuncio con pleno sentido mesiánico como lo ha visto siempre la
Iglesia y que nos ofrece la liturgia en este día en que en el Evangelio veremos
la Anunciación del Ángel a María que iba a ser la Madre de Dios.
‘Has encontrado gracia
ante Dios y concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por
nombre Jesús… se llamará el Hijo del Altísimo… y su reino no tendrá fin… el
Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su
sombra… el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’. Así hemos escuchado al ángel
anunciar a María.
María encontró gracia ante de Dios y la gracia de Dios
se derramó sobre toda la humanidad con la presencia del Emmanuel, del Dios con
nosotros. ‘Por obra del Espíritu Santo se
encarnó de María, Virgen, y se hizo hombre’, como confesamos en el Credo. ‘Así, Dios cumplió sus promesas al pueblo de
Israel y colmó de manera insospechada la esperanza de los otros pueblos’,
como cantaremos en el prefacio.
Es el misterio de Dios que hoy celebramos. Es el
misterio del amor de Dios que no abandona al hombre sino que lo busca para
salvarlo y porque tanto amaba Dios al hombre envía a su único Hijo para que
nadie perezca, para que todos alcancemos la salvación de Dios. Hijo de Dios, ‘de la misma naturaleza del Padre’. Desde
toda la eternidad, ‘nacido del Padre antes
de todos los siglos’ como decimos en el Credo, ‘Dios verdadero de Dios verdadero’ se hace hombre, verdadero
hombre, tomando nuestra naturaleza humana para elevarnos y hacernos ‘semejantes a El en su naturaleza divina’
como expresábamos en la oración litúrgica de esta fiesta.
Es grande el misterio que hoy celebramos que supera
todas nuestras expectativas y esperanzas, todo lo que nuestra mente humana
podría imaginar. Así es el amor de Dios. Así se derrama su gracia sobre
nosotros. Así es la grandeza del hombre que ha sido elevado a una nueva
dignidad porque al participar de la vida divina de Jesús nos hacemos también
hijos de Dios.
Estamos hoy recordando aspectos fundamentales de
nuestra fe que, aunque conocidos y confesados continuamente cuando recitamos el
Credo, muchas veces tenemos que rumiarlos y reflexionarlos para hacerlo vida de
nuestra vida. Como tantas veces hemos dicho y la celebración del Año de la fe
en el que estamos metidos nos impulsa hemos de ahondar cada vez más en ese
misterio de nuestra fe para conocerle mejor y para poder confesarlo con toda
firmeza. Por eso nos conviene ir recordando y reflexionando sobre los
diferentes artículos de fe nuestro credo.
Una fe que nos lleve a vivir una vida en consecuencia
buscando siempre lo que es la voluntad de Dios. Ejemplo tenemos en María en el
texto de la Anunciación que hemos escuchado y tantas veces reflexionado. Que
como María sepamos abrirnos al misterio de Dios y sepamos en todo hacer su
voluntad por encima de nuestras humanas voluntades. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’,
decía María y Dios se encarnó en su seno. ‘Aquí
estoy para hacer tu voluntad’, como hemos escuchado en el Apocalipsis y así
nos veamos justificados y santificados por la acción del Espíritu Santo en
nosotros.
‘Confirma en nosotros
la verdadera fe,
pediremos en la oración después de la comunión, para que cuantos confesamos al Hijo de la Virgen, como Dios y hombre
verdadero, podamos llegar a las alegrías del Reino por el poder de su
Resurrección’. Es nuestra fe, es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de
confesar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario