El sarmiento tiene que estar bien unido a su cepa de la que pueda obtener la savia que le alimente y le puede hacer llegar a dar buenos frutos así nosotros unidos a Jesús
Hechos de los apóstoles 15, 1-6; Sal 121; Juan 15, 1-8
Nos lo repite Jesús en el evangelio, que lo que El quiere es que
nosotros demos fruto y fruto abundante. No se entiende que no demos fruto. Y Jesús
cuando pasa por el camino y se acerca a una frondosa higuera y ve que en ella
no hay fruto la maldice. Pero al mismo tiempo veremos al dueño de la higuera
que viene cada año a buscar fruto a su higuera y al no encontrarla querrá
arrancarla porque de nada le sirve sino que es un estorbo en su terreno, pero
el agricultor le dice que la cavará y la abonará un año más y tenga que
paciencia que al año tendrá fruto.
Pero nos habla también en el evangelio del propietario que sale una y
otra vez a las calles y plazas en busca de trabajadores para su viña, y a todos
los envía allá para que ellos obtengan fruto y beneficio con su trabajo.
Igualmente nos propone la parábola del que preparó muy bien viña, dotándola de
lagar y buena casa para el guarda para arrendarla a unos labradores que le
proporcionaran cada año el fruto y beneficio de aquella viña.
Todo nos está hablando del fruto que Dios pide de nuestra vida. Y
pensamos en los dones y cualidades con los que nos ha dotado a cada uno que
tenemos que hacer fructificar porque los talentos no son para enterrarlos sino
para hacer que tengan su beneficio para nosotros y para cuantos nos rodean en
ese mundo en el que vivimos.
¿Cómo podemos llegar a dar ese fruto? Bien sabemos que algunas veces
la tierra parece que se nos hace infructuosa, o que nos pueden aparece plagas
dañinas que nos hagan perder toda la cosecha que quizá con tanto esfuerzo antes
habíamos trabajado, que nos pueden aparecer ventiscas y temporales que puedan
poner en peligro nuestra producción, que las malas hierbas y los abrojos pueden
mezclarse con nuestras buenas plantas que les mermen su fructuosidad, que
muchas cosas al menor descuido pueden poner peligro el fruto de nuestros
trabajos, y así muchas cosas más.
Hoy nos viene a decir Jesús que una sola cosa nos hace falta. El
sarmiento tiene que estar bien unido a su cepa, de la que pueda obtener la
savia que le alimente y le puede hacer llegar a dar buenos frutos. Creo que
entendemos lo que nos quiere decir Jesús. ‘Sin mi no podéis hacer nada’.
Un día Pedro había dicho ‘en tu nombre echaré la red’ y la red se llenó
de peces hasta casi reventar donde parecía que allí no había peces.
‘El que permanece en mi y yo en El ese dará fruto abundante’,
nos dice Jesús hoy. Claro que podemos dar fruto, que no los vamos a dar por
nosotros mismos, sino desde la unión que mantengamos con Jesús. Es su gracia la
que nos hace fecundos y hará fructificar de verdad nuestra vida.
Tenemos que abonar nuestra vida con la gracia del Señor, pero tenemos
que cuidar debidamente la planta de nuestra vida para que no se desarrolle en
ramas infructuosas. Hay que realizar la poda cada año para poder tener una
planta robusta y fecunda. Cuantas cosas tendremos que podar en nuestra vida,
porque tantas cosas maléficas se nos pueden meter en ella. No podemos dejar
crecer esos abrojos a nuestro alrededor metiéndonos en terrenos de zarzales que
en peligro pueden poner la integridad de nuestra vida.
Con las imágenes que nos ofrece esta alegoría con la que Jesús nos
habla se nos está presentando todo un programa de ascesis, de superación, de
purificación que necesitamos en nosotros. Muchos apegos nos pueden ir
apareciendo a los que en principio quizá no damos importancia pero que se
pueden convertir en plagas o malas hierbas que nos impidan el desarrollo de una
vida santa. Como el agricultor que está siempre atento y vigilante a los
cultivos que realiza para poder obtener una buena cosecha, así tenemos que
estar atentos y vigilantes en el camino de nuestra vida cristiana.
Cada día le pedimos al Señor que no nos deje caer en la tentación y
que nos libere del mal, porque nosotros queremos avanzar, crecer, madurar y no
queremos que nada malogre nuestra vida. ‘Asi recibirá gloria nuestro Padre
del cielo’, como nos dice Jesús.
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