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viernes, 4 de mayo de 2018

Nos sentimos inflamados de amor porque nos sabemos elegidos y amados de Dios entrando en la onda de su amor


Nos sentimos inflamados de amor porque nos sabemos elegidos y amados de Dios entrando en la onda de su amor

Hechos 15,22-31; Sal 56; Juan 15, 12-17

‘Hay amigos que son mas afectos que un hermano, aunque los hay también que nos llevan a la ruina’. Siempre recuerdo este pensamiento tomado de los libros sapienciales del Antiguo Testamento, aunque ahora no soy capaz de dar la cita concreta, pero que leí y medité hace mucho tiempo. Pensando sobre todo en lo positivo somos conscientes de esa verdad, de esos amigos que son mucho para nosotros, con quienes compartimos todo, que los sentimos cerca de nosotros en toda circunstancia, que son un estimulo para nuestra vida, y su presencia nos ayuda a crecer más y más como personas. No son familia de carne y sangre, pero entran en un rango de familia que es inigualable.
Me ha venido ese pensamiento escuchando lo que hoy nos expresa el evangelio, la forma en que Jesús trata a los discípulos, a los apóstoles. A ellos les ha ido revelando los secretos de su corazón, a ellos se manifiesta con una ternura especial. Por eso les dice que  no son siervos, que son amigos, queriendo darle a esa palabra toda la hondura que se merece. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer’.
Nos lo está diciendo a nosotros también. Somos los amados del Señor. Para nosotros también abre su corazón, pero además nos llena de su Espíritu para que seamos nosotros también los que abramos nuestro corazón para recibirle, para acogerle, para vivirle. Nos descubre lo que es la voluntad del Señor, todo lo que es el misterio de Dios, pero nos ilumina con la sabiduría de su Espíritu para que podamos conocer a Dios, para que podamos llenarnos de Dios.
Y un detalle importante, todo eso porque El ha querido. Ha sido El quien nos ha elegido. Es importante, es cierto, nuestra respuesta, pero cuidado no pensemos que lo que llegamos a ser es por la respuesta que nosotros demos. Es un don del Señor, es un regalo de Dios. El amor de Dios fue primero; ya nos lo dice claramente san Juan en sus cartas; no es que nosotros hayamos amado a Dios sino que El nos amó primero. ‘Yo os he elegido, nos dice hoy Jesús, y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure’.
Y ahora sí, después de ser conscientes de esa elección de amor, tenemos que pensar en nuestra respuesta. Entramos en una onda de amor, en una órbita de amor. Y ese amor ha de inundar nuestra vida; y ese amor ha de expresarse en toda nuestra respuesta, en toda nuestra vida. Esa ha de ser nuestra relación con Dios. Por eso nos explicaba santa Teresa del sentido de nuestra oración, tratar de las cosas que queremos o deseamos con aquel que sabemos que nos ama. Y al que también amamos, tendríamos que añadir.
Nuestra oración tiene que estar inflamada por ese amor que sabemos que Dios nos tiene pero que nosotros queremos también tener. Así hemos de sentir ese calor del amor en nuestro corazón. Nuestra oración no puede ser nunca algo frió, rutinario, repetitivo, simplemente ritual. ¿Es así como nos tratamos con aquellos a los que amamos?
Cuando los amigos que se quieren de verdad se encuentran, hablan y hablan sin cansarse, siempre con alegría e ilusión, siempre compartiendo y contando todo lo que es su vida, siempre abriendo totalmente el corazón, sin medidas de tiempo, convirtiendo en eternidad el tiempo que estamos juntos, simplemente gozando de la presencia del amigo sin necesidad muchas veces de decir muchas cosas. ¿Es la manera como hacemos nuestra oración?

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