Ansiamos y buscamos la paz, pero le pedimos al Señor que nos inunde siempre de su verdadera paz
Hechos de los apóstoles 14, 19-28; Sal 144; Juan 14, 27-31a
La paz es un ansia grande que todos llevamos en el corazón. Todos
queremos la paz; todos buscamos la paz. Todos sentimos en lo más hondo de
nosotros mismos la amargura de la falta de paz cuando nos sucede algo que nos
inquieta o nos perturba.
Todos somos sensibles, no sé si algunas quizá lo disimulamos, ante los
problemas del mundo que carece de paz; y pensamos en las guerras, en la
violencia que florece como mala hierba por tantos lados en nuestro mundo. Y
esas guerras y violencias las contemplamos en esas imágenes que hoy casi en
directo nos ofrecen los medios de comunicación; naciones que se enfrentan unas
contra otras; enfrentamientos entre pueblos hermanos y que siempre habían
convivido; atentados violentos donde mueren tantos inocentes. Andamos muy
divididos en nuestro mundo y en consecuencia con mucho sufrimiento y con mucho
dolor. Son noticias que nos llegan casi a diario – ayer mismo escuchábamos de
violentos atentados -, y lo malo que terminemos acostumbrándonos y perdiendo la
sensibilidad.
Pero nos duele la falta de paz cuando en nuestra cercanía, a nuestro
lado contemplamos también rivalidades y enfrentamientos, violencias de todo
tipo en que nos hacemos daño los unos a los otros, familias rotas y divididas
por falta de entendimiento y armonía, amistades que se rompen y cuesta
reconstruir, resentimientos en el corazón que se hacen difíciles de curar, y así
podríamos pensar en tantas cosas que anidamos en el corazón y tanto daño nos
hacen por dentro.
Pero ya no son solo las rupturas que podamos tener con los demás que
se manifiestan de tantas formas violentas, sino que pensamos en nuestro interior
tan lleno de sufrimientos tantas veces que no nos dejan dormir en paz, como se
suele decir. Nos sentimos muchas veces divididos en nuestro interior; sentimos
quizá el mal que hayamos podido hacer consciente o inconscientemente muchas
veces y que luego no sabemos cómo reparar; nos sentimos turbados por cosas que
nos suceden, por ambiciones que podamos tener dentro de nosotros y donde no
sabemos discernir suficientemente qué es lo bueno que hemos de buscar; muchas
veces la paz la perdemos en nuestro interior por un mal entendido con alguien,
por una falta de comprensión, porque no nos sentimos valorados lo suficiente en
aquello que nosotros aspiramos y nuestro orgullo se resiente, y así tantas
cosas. ¿Tenemos que vivir siempre con ese desequilibrio, con esa falta de paz?
Hoy Jesús nos dice que nos quiere dar la paz. Recordamos que ese fue
su saludo pascual cuando se manifestaba resucitado a los discípulos. Fue también
el anuncio del ángel a los pastores a la hora de su nacimiento. Hoy nos dice
que nos quiere dar la paz, pero que tenemos que buscar la verdadera paz, la paz
que nos da autentico sentido y valor. No
es a la manera del mundo, nos dice, por medio de conquistas quizá contra los
demás; es la paz que tenemos que sabernos ganar en nuestro interior, es la paz
que fundamentamos en el amor verdadero, es la paz que nos hace descubrir el
verdadero valor y sentido de todo hombre, de toda persona.
Tenemos que buscar esa paz que nos da el Señor; tenemos que buscar una
paz a la manera de la paz que El nos da. Es la paz llena de comprensión y que
es capaz de perdonar; es la paz que busca siempre el bien del otro; es la paz
que nos hace sentir en una armonía interior porque nunca queremos herir a los
demás y somos incluso capaces de disimular las heridas que nos puedan causar
los demás; es la paz que nos hace actuar desde la sinceridad, la autenticidad
de la vida; es la paz que buscamos trabajando también por la justicia
fundamento de una paz autentica.
Señor, danos siempre de tu paz.
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