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martes, 1 de mayo de 2018

Ansiamos y buscamos la paz, pero le pedimos al Señor que nos inunde siempre de su verdadera paz


Ansiamos y buscamos la paz, pero le pedimos al Señor que nos inunde siempre de su verdadera paz

Hechos de los apóstoles 14, 19-28; Sal 144; Juan 14, 27-31a

La paz es un ansia grande que todos llevamos en el corazón. Todos queremos la paz; todos buscamos la paz. Todos sentimos en lo más hondo de nosotros mismos la amargura de la falta de paz cuando nos sucede algo que nos inquieta o nos perturba.
Todos somos sensibles, no sé si algunas quizá lo disimulamos, ante los problemas del mundo que carece de paz; y pensamos en las guerras, en la violencia que florece como mala hierba por tantos lados en nuestro mundo. Y esas guerras y violencias las contemplamos en esas imágenes que hoy casi en directo nos ofrecen los medios de comunicación; naciones que se enfrentan unas contra otras; enfrentamientos entre pueblos hermanos y que siempre habían convivido; atentados violentos donde mueren tantos inocentes. Andamos muy divididos en nuestro mundo y en consecuencia con mucho sufrimiento y con mucho dolor. Son noticias que nos llegan casi a diario – ayer mismo escuchábamos de violentos atentados -, y lo malo que terminemos acostumbrándonos y perdiendo la sensibilidad.
Pero nos duele la falta de paz cuando en nuestra cercanía, a nuestro lado contemplamos también rivalidades y enfrentamientos, violencias de todo tipo en que nos hacemos daño los unos a los otros, familias rotas y divididas por falta de entendimiento y armonía, amistades que se rompen y cuesta reconstruir, resentimientos en el corazón que se hacen difíciles de curar, y así podríamos pensar en tantas cosas que anidamos en el corazón y tanto daño nos hacen por dentro.
Pero ya no son solo las rupturas que podamos tener con los demás que se manifiestan de tantas formas violentas, sino que pensamos en nuestro interior tan lleno de sufrimientos tantas veces que no nos dejan dormir en paz, como se suele decir. Nos sentimos muchas veces divididos en nuestro interior; sentimos quizá el mal que hayamos podido hacer consciente o inconscientemente muchas veces y que luego no sabemos cómo reparar; nos sentimos turbados por cosas que nos suceden, por ambiciones que podamos tener dentro de nosotros y donde no sabemos discernir suficientemente qué es lo bueno que hemos de buscar; muchas veces la paz la perdemos en nuestro interior por un mal entendido con alguien, por una falta de comprensión, porque no nos sentimos valorados lo suficiente en aquello que nosotros aspiramos y nuestro orgullo se resiente, y así tantas cosas. ¿Tenemos que vivir siempre con ese desequilibrio, con esa falta de paz?
Hoy Jesús nos dice que nos quiere dar la paz. Recordamos que ese fue su saludo pascual cuando se manifestaba resucitado a los discípulos. Fue también el anuncio del ángel a los pastores a la hora de su nacimiento. Hoy nos dice que nos quiere dar la paz, pero que tenemos que buscar la verdadera paz, la paz que nos da autentico sentido y valor.  No es a la manera del mundo, nos dice, por medio de conquistas quizá contra los demás; es la paz que tenemos que sabernos ganar en nuestro interior, es la paz que fundamentamos en el amor verdadero, es la paz que nos hace descubrir el verdadero valor y sentido de todo hombre, de toda persona.
Tenemos que buscar esa paz que nos da el Señor; tenemos que buscar una paz a la manera de la paz que El nos da. Es la paz llena de comprensión y que es capaz de perdonar; es la paz que busca siempre el bien del otro; es la paz que nos hace sentir en una armonía interior porque nunca queremos herir a los demás y somos incluso capaces de disimular las heridas que nos puedan causar los demás; es la paz que nos hace actuar desde la sinceridad, la autenticidad de la vida; es la paz que buscamos trabajando también por la justicia fundamento de una paz autentica.
Señor, danos siempre de tu paz.

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