La vida es una responsabilidad que nos lleva a realizarnos desde nuestras propias capacidades y en bien de cuanto nos rodea
1Tes.
3, 7-13; Sal 89; Mateo 24, 42-51
La vida es una responsabilidad. No se trata
simplemente, como se suele decir, ir echando día para atrás, como si viviéramos
solamente de una forma llamaríamos vegetativa en la que nos contentáramos con
respirar, comer o simplemente existir. Ya solamente el hecho de existir nos
plantea unas responsabilidades, porque tendríamos que cubrir unas necesidades
básicas para subsistir, un alimento, un abrigo con el que cubrirnos del frío o
del calor, un lugar propio donde habitar; todo eso ya nos estaría planteando
responsabilidades.
No me vale decir, es mi vida y hago con ella lo que
quiero. Es tu vida, pero vives en un mundo, rodeado de otros seres, de otras
personas y tú y el espacio en que vives ya no es solo tuyo, sino que entramos
en una relación con los demás y con ese mundo. Y eso entrañaría no solo unos
derechos para ti sino también unas obligaciones en relación a esa vida, a ese
mundo y entorno en el que vives, y en tu relación con los demás.
Pero vivir no es solo subsistir, es algo más. La vida
tiene un sentido y un valor. Y tenemos también una función y responsabilidad en
ese mundo en el que vivimos. La vida no ha surgido de la nada, sino que te ha
sido dada, y pensamos en quien es capaz de sacarla de la nada, el Creador que
te dio la vida, que puso la vida humana en este mundo en el que vivimos. La
responsabilidad de la vida adquiere una trascendencia; se trasciende hacia los
demás, pero se trasciende en ámbitos eternos cuando nos hace volvernos a
nuestro creador. Es la respuesta y la visión del creyente de la que arranca
nuestra propia visión como cristianos.
Podríamos seguir ahondando mucho más en este
pensamiento si queremos meramente desde un sentido humano y terreno, pero queremos
dar un paso más para descubrir el sentido de Cristo en ese nuestro vivir, que
seguramente nos llevaría a más largas reflexiones de las que en unas líneas
podemos aquí y ahora reflejar.
Recordemos algunas parábolas de Jesús como la de los
talentos, y pensemos en nuestra vida como ese talento que Dios ha puesto en
nuestras manos. Ya en la primera página de la Biblia tras la creación Dios pone
en manos del hombre toda aquel mundo que había salido de sus manos; y al hombre
da un poder y una responsabilidad, porque ha de continuar con esa obra creadora
de Dios con esos mismos dones que Dios le ha dado. ‘Creced, multiplicaos, llenad la tierra…’ le dice Dios al ser
humano.
Luego podríamos pensar en la misión que Jesús nos
confía de construir el Reino de Dios, para lo que nos manda por el mundo para
anunciarlo y construirlo. Y hoy nos dirá en el evangelio que estemos atentos,
preparados y vigilantes porque volverá el Señor. Es una referencia a los últimos
tiempos, pero puede ser también una referencia al final de nuestra vida
terrena, tras la cual hemos de presentarnos ante el Creador para rendir cuentas
de esa vida que Dios había puesto en nuestras manos. Esa vigilancia, esa atención
que hemos de prestar nos está hablando de esa responsabilidad de nuestra vida
en esa trascendencia profunda que también queremos darle. Nos trascendemos no
solo hacia los demás - lo que ya es muy importante -, sino que nuestra vida se
trasciende hacia Dios con sones de eternidad.
Muchas cosas ahora podríamos preguntarnos sobre la
responsabilidad con que vivimos nuestra vida; no tiene sentido en el ser humano
una vida ociosa que se convertiría en una vida sin sentido. Una responsabilidad
de desarrollar la propia vida en si mismo, en esos valores, esas cualidades,
esas capacidades de las que estamos dotados, lo que llamamos una realización de
nosotros mismos; pero una responsabilidad de cara a los demás y a esa sociedad
en la que vivimos donde vamos realizándonos cuando ponemos lo que somos y
valemos en bien de los demás y de ese mundo en el que vivimos. Y podríamos hablar también de nuestra
responsabilidad con la naturaleza en ese entorno del mundo en el que vivimos,
pero es un tema más amplio.
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