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domingo, 23 de agosto de 2015

La fe nos abre caminos de vida eterna y nos fiamos de Jesús porque sus palabras son siempre para nosotros palabras de vida eterna

La fe nos abre caminos de vida eterna y nos fiamos de Jesús porque sus palabras son siempre para nosotros palabras de vida eterna

Jos. 24, 1-2.15-18; Sal. 33; Ef. 5, 21-32; Jn. 6, 61-70
Hay ocasiones en la vida en que nos vemos en la tesitura de tener que tomar una decisión importante que incluso puede ser trascendental para nuestra vida. Bien sea por los problemas que se nos presentan que tenemos que afrontar con decisión y valentía, o bien sea por un futuro que se abre ante nosotros que quizá se nos puede presentar incierto y nos llena de dudas o también pudiera ser un campo nuevo que se abre ante nosotros prometedor de muchas esperanzas.
Estarán en juego muchas cosas; nos sentiremos como zarandeados en medio de un mar de dudas, podemos tener miedo ante ese nuevo planteamiento de la vida, se hace crisis en cierto modo en nuestro interior. Ahí tiene que manifestarse la serenidad con que afrontamos la vida y la madurez que vamos alcanzando.
Como decíamos son los problemas que tenemos que afrontar, o pudiera ser el planteamiento de una vocación o de un sentido de la vida. Son decisiones que hemos de saber tomar, es la confianza que podamos tener en nosotros mismos y en nuestra prudencia humana será también lo que nos confiemos a la orientación o consejo que podamos recibir de quienes nos rodean y en quienes nos confiamos. Todo esto en múltiples aspectos de la vida, como podemos comprender fácilmente.
Me estoy haciendo esta reflexión al hilo de los hechos que contemplamos hoy en la Palabra proclamada. Será por una parte Josué a la entrada de la tierra prometida el que le plantee al pueblo su adhesión a la fe del Dios de la Alianza que les ha liberado de Egipto y les ha conducido por el desierto atravesando primero el mar Rojo y luego el Jordán hasta la tierra que le había prometido. ‘Escoged a quién servir: a los dioses a quienes sirvieron vuestros antepasados al este del Eufrates o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis. Yo y mi casa serviremos al Señor’, les dice.
Por su parte en el evangelio contemplamos la crisis que se ha suscitado en los discípulos y todos aquellos que primero le habían seguido en el desierto cuando la multiplicación de los panes y ahora han venido hasta la sinagoga de Cafarnaún ante las palabras de Jesús que anuncian el Pan de Vida. ‘Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?’, y lo criticaban. ‘Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él’. Incluso entre los más cercanos, los doce, parecía también que aparecían sus vacilaciones y dudas, de manera que Jesús les preguntará: ‘¿También vosotros queréis marcharos?’
Allá en Siquén fue clara la respuesta y la confesión de fe del pueblo: ‘¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre los pueblos por donde cruzamos. Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios’.
Ahora en la sinagoga de Cafarnaún será Pedro el que tomará la palabra para responder en nombre de los doce: ‘Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios’. No había dudas aunque volvieran los momentos oscuros todavía muchas veces a la vida. Pero allí estaba la decisión firme y valiente, arriesgándolo todo por el Señor. ‘¿A quien vamos a acudir?’ Ponían toda su confianza en la Palabra de Jesús. Eran palabras de vida eterna. Como les había dicho Jesús: Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida’. Y allí estaba Pedro reconociéndolo.
Y nosotros, ¿qué hacemos? ¿Podemos repetir esas mismas palabras de Pedro? ¿Podremos hacer una profesión de fe que implique toda nuestra vida reconociendo la acción de Dios en nuestra historia, como lo hacia el pueblo judío allá en Siquén ante la pregunta de Josué?
Tenemos que saber escuchar allá en lo más hondo de nosotros mismos esa Palabra de vida de Jesús y plantarla de verdad en nuestra vida. Nos entran dudas en muchas ocasiones, pasamos por crisis de todo tipo, nos preguntamos quizá si merece la pena, nos suenan los cantos de sirena de otras cosas que nos quieren atraer por otros caminos, nos vemos envueltos en múltiples incertidumbres. Otras veces los problemas nos agobian y nos hacen verlo todo oscuro; nos vemos obligados en ocasiones a tomar decisiones que van a afectar toda nuestra vida y no sabemos o no tenemos claro lo que va a venir después.
Pero hemos de aprender a fiarnos del Señor. Sus palabras son espíritu y vida. Esa experiencia de nuestra vida donde tantas veces hemos sentido tan cercana su presencia tenemos que revivirla en nosotros, hacerla formar parte de la profesión vital de nuestra fe. ¿A quien vamos a acudir? ¿Dónde vamos a encontrar esas palabras de vida eterna? ¿Dónde podremos sentir esa paz en nuestro corazón que solo sentimos cuando estamos con Dios?
Caminemos guiados por la fe y por la esperanza. Hemos venido escuchando cómo Cristo se hace Pan de vida porque quiere que tengamos vida para siempre. Pongamos toda nuestra fe en El y comámosle que sabemos que tenemos asegurada la resurrección y la vida eterna.

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