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sábado, 22 de agosto de 2015

Reina y madre de misericordiosa nos hace volver nuestros ojos misericordiosos hacia los hambrientos para un compartir generoso

Reina y madre de misericordiosa nos hace volver nuestros ojos misericordiosos hacia los hambrientos para un compartir generoso

Rut 2,1-3.8-11; 4,13-17; Sal 127; Mateo 23,1-12

‘Dios te salve, Reina y Madre de misericordia…’ así comienza una antigua oración de la Iglesia recogida en su liturgia pero también muy enraizada en la devoción popular.
Reina y madre de misericordia… así la invocamos a ella que es nuestra esperanza, nuestra vida; la invocamos como abogada nuestra, como siempre lo es una madre, pero que hoy la contemplamos en la gloria del Señor intercediendo por todos sus hijos; a ella acudimos porque con su presencia de madre endulza nuestras amarguras y nuestras tristezas en este valle de lágrimas, como una madre siempre sabe hacerlo. ‘Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos…’ le decimos.
El 22 de agosto es algo así como una octava de la fiesta de la glorificación de María que fue la celebración de su Asunción al cielo de hace una semana. ‘De pie a tu derecha está la reina enjoyada con oro de Ofir’ ya proclamábamos en la fiesta de su Asunción. Es lo que hoy la liturgia quiere resaltar. Es la madre de Jesús que participa ya de la gloria del Señor en el cielo. Es la madre del Rey, Cristo Jesús, y por eso a ella la podemos llamar Reina Madre.
La que había cantado en el Magnificat que Dios derriba del trono a los poderosos pero enaltece a los humildes, ahora a ella, la humilde esclava del Señor como a si misma se llamaba, la vemos exaltada y enaltecida. Porque como nos decía Jesús en el evangelio ‘El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’. Es nuestra madre, porque si quiso Jesús dárnosla desde la cruz, y ¿qué hijo no considera a su madre como la reina de su vida cuando de una madre tanto recibimos?
En nuestra devoción a María, porque así la proclamamos Reina y Madre, quizá la hemos revestido excesivamente de joyas y de coronas; ha sido el amor entusiasmado de los hijos que tanto aman a su madre que le hacen mil regalos, aunque algunas veces podamos tener el peligro de confundir su sentido. Quizá tendríamos que despojar más a las imágenes de María de esas joyas de riquezas materiales, para enjoyar con nuestro amor y con nuestro compartir a sus hijos nuestros hermanos. Aquello que María cantaba en el Magnificat de que a los hambrientos colmó de bienes mientras a los ricos despidió vacíos podría ser un anuncio y una denuncia profética en labios de María de cual habría de ser el sentido de los regalos que le hacemos y de la manera cómo tendríamos que proclamarla en verdad nuestra reina y nuestra madre.
Esta fiesta de María Reina quizá nos está señalando un camino, como siempre María quiere hacer con sus hijos; es el camino del amor y del compartir generoso con nuestros hermanos que caminan a nuestro lado y que nada tienen. Es adornando con nuestro amor generoso, alimentando con nuestro compartir a los hermanos hambrientos cómo estaríamos ofreciéndole la más hermosa corona a María para invocarla como nuestra madre y nuestra reina.
Que con nuestro amor se cumplan sus proféticas palabras de que a los hambrientos colmó de bienes. Es la mejor ofrenda de amor, la mejor corona y las mejores joyas que podamos regalar a María. Y si a ella le pedimos que vuelva sus ojos misericordiosos sobre nosotros que caminamos en este valle de lágrimas, con ojos misericordiosos también nos hemos de volver nosotros hacia nuestros hermanos que sufren a nuestro lado en el camino de la vida.

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