Vistas de página en total

viernes, 21 de agosto de 2015

El amor a Dios sobre todas las cosas tiene que traducirse de manera práctica y concreta en el amor al prójimo como a nosotros mismos

El amor a Dios sobre todas las cosas tiene que traducirse de manera práctica y concreta en el amor al prójimo como a nosotros mismos

Rut 1,1.3-6 14b-16.22; Sal 145; Mateo 22,34-40

Amar a Dios, amar al prójimo, un mandamiento principal. ¿Lo sabemos? Nos pudiera parecer superflua la pregunta, porque es algo que hemos aprendido desde chicos y continuamente lo estamos oyendo repetir. Pero, ¿es algo que sabemos solo de cabeza o es algo que está bien gravado en nuestra vida, haciéndolo parte integral de nuestra vida?
Decimos que amamos a Dios, de manera que ni siquiera nos detenemos mucho en ese primer mandamiento cuando hacemos examen de conciencia. Amamos a Dios y quizá nos contentamos con decir que tenemos fe. Amamos a Dios y quizá hasta seamos unas personas muy religiosas, que no faltamos a nuestras oraciones de cada día, a nuestras prácticas religiosas.
Amamos a Dios, pero tenemos el peligro de que eso no lo traduzcamos en el día a día de nuestra vida con actitudes verdaderamente creyentes en aquello que hacemos, en las opciones que tomamos. Va quizá por un lado el amor a Dios y hasta nuestras prácticas religiosas, pero luego en nuestra manera de actuar caminamos como si no tuviéramos esa fe en Dios. Nos pueden suceder incongruencias así.
Amamos al prójimo, amamos a los demás. Bueno, pensamos, yo soy bueno con los demás, le hago el bien a los que se portan bien conmigo, soy amigo de mis amigos, yo soy bueno. Y nos quedamos ahí, nos contentamos con eso. O decimos que nosotros somos buenos y hacemos el bien a todo el mundo, hasta quizá vivimos muy comprometidos por los demás, pero que no necesitamos más, que no necesitamos expresar una fe especial o un amor especial a Dios. Mi religión es hacer lo bueno, pero sin darle otra trascendencia a mi vida, sin necesidad de entrar en un ámbito o una relación religiosa. Yo soy cristiano, decimos, porque hacemos cosas buenas sin más.
¿Será suficiente? ¿esa sería la forma de actuar de un cristiano? Creo que algo le está faltando a esa fe y a ese amor, a esa manera de entender la fe y de entender el amor cristiano. Y es que no podemos hacer espacios  estancos en esos aspectos de mi vida, sin que tengan relación el uno con el otro.  No puedo decir que vivo mi fe y mi amor a Dios y prescindo tranquilamente de los demás, como no puedo decir que yo ya hago el bien a los otros y no necesito de Dios.
Cuando le hacen la pregunta a Jesús que escuchamos hoy en el evangelio,  Jesús responde textualmente con la Escritura en la mano, con algo que estaba ya bien marcado en la Biblia, como revelación de Dios. Nos habla de ese amor a Dios sobre todas las cosas, pero nos está diciendo que el segundo es semejante, que tiene tanta importancia, que no lo podemos separar, el amor al prójimo.
‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Y es que además tendríamos también que recordar lo que se nos dice en la Escritura en otro lugar: ‘Quien no puede amar a su hermano a quien ve no puede amar a Dios a quien no ve’.
Como vemos esto tendría muchas consecuencias para nuestra vida, para nuestra manera de entender y de vivir nuestra fe y nuestro amor cristiano. Porque no es un amor cualquiera. Ese amor a Dios sobre todas las cosas hemos de reflejarlo en ese amor al prójimo a quien amamos como a nosotros mismos. Eso se tiene que traducir en muchas cosas prácticas y concretas de nuestra vida. Hagamos un examen serio de nuestra fe y de nuestro amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario