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martes, 1 de junio de 2010

Confiados en la promesa del Señor esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva

2Ped. 3, 12-18;
Sal. 89;
Mc. 12, 13-17

Hay un texto en las cartas de san Pablo que nos dice que nosotros no podemos sufrir como los que no tienen esperanza porque nosotros creemos en Cristo muerto y resucitado. Es así lo que tiene que ser la vida de un cristiano, pero muchas veces me pregunto si en verdad todos los que creemos en Jesús vivimos como personas que tienen esperanza. Podríamos pensarlo de gente a nuestro alrededor, pero creo que lo importante es que nos examinemos a nosotros mismos y veamos si en verdad vivimos como quienes tienen esperanza o no.
Tenemos el peligro de vivir tan absortos en el día a día con sus trabajos, responsabilidades, preocupaciones, o queriendo apurar hasta el último sorbo aquellas cosas de las que podemos disfrutar en la vida, o rehuyendo aquellas que nos pudieran hacer sufrir, que quizá en lo menos que pensamos es en la esperanza, en la vida eterna, en la trascendencia que hemos de darle a nuestra vida o en el esperar que un día vayamos a gozar en Dios en plenitud de todo lo mejor que nos puede dar la felicidad.
Tenemos la tentación de quedarnos de tejas abajo, como se suele decir, para pensar sólo en esta vida terrena, pero para pasarlo aquí con la mayor felicidad. No es que no tengamos o queramos ser felices en esta vida, pero si no le damos la debida trascendencia a lo que hacemos o vivimos, si no ponemos esperanza en esta vida en la que sólo en Dios vamos a alcanzar plenitud, es fácil que nos amarguemos o desesperemos cuando no conseguimos ahora todo lo que deseamos.
El cristiano tiene que ser un hombre y una mujer de esperanza desde la fe que tenemos en Jesús muerto y resucitado. Y en esa esperanza aprenderemos a darle valor y sentido a todo lo que hacemos y a todo lo que es nuestra vida. También tendrán valor y sentido los momentos malos que tengamos que vivir a causa de la enfermedad, las debilidades humanas y corporales que padezcamos y los sufrimientos por los que tengamos que pasar.
‘Nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habita la justicia’, nos dice hoy Pedro en su carta. Nos recuerda el Apocalipsis y aquella expresión y súplica final, ‘Ven, Señor Jesús’. Nos continuará diciendo: ‘Por tanto, mientras esperáis estos acontecimientos , procurad que Dios os encuentre en paz con El, inmaculados e irreprochables’. Nos dice el apóstol que ‘Dios nos encuentre en paz con El’, porque muchas veces a causa de nuestra debilidad y nuestro pecado, tenemos el peligro de perder esa paz. Vayamos a reconciliarnos con El, porque somos pecadores y sólo en El encontraremos el perdón, sólo en El vamos a restaurar esa paz que nos ofrece en su misericordia.
‘Estad prevenidos’, nos dice, ‘que no os arrastre el error… que no perdáis pie’. Porque el enemigo tentador nos acecha, ‘como un león rugiente’, en expresión que emplea Pedro en otro lugar de sus cartas. Por eso, en esa esperanza, en esos deseos de alcanzar la vida eterna, deseos de poder gozar un día junto a Dios para siempre, nos tenemos que sentir impulsados a que ahora cada día seamos más santos.
‘Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a quien sea la gloria ahora y hasta el día eterno’.

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