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sábado, 4 de febrero de 2012


Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado

1Reyes, 3, 4-13; Sal. 118; Mc. 6, 30-34
Jesús había enviado a los apóstoles de dos en dos a anunciar el Reino de Dios ‘dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos’. Habían salido a predicar la conversión, ‘ungían a muchos enfermos y los curaban’.
Ahora contemplamos la vuelta de los discípulos después de esta experiencia apostólica, como la podemos llamar. ‘Los Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado’. No será necesario poner mucha imaginación para darnos cuenta del entusiasmo y la alegría con que contarían todo lo que habían hecho.
Os confieso que al meditar este pasaje me viene a la memoria mis tiempos jóvenes de seminario cuando salíamos por las parroquias de alrededor a dar catequesis o unas experiencias apostólicas que hacíamos en verano desplazándonos a lugares apartados o deprimidos para pasar un tiempo conviviendo con aquella gente dando catequesis a los niños, charlas para jóvenes o mayores o visitando a las familias con muchas iniciativas de encuentro con las gentes del lugar. Nos sentíamos como ahora nos cuenta el evangelista que se sentían los apóstoles después de cumplir con la misión que Jesús les había encomendado.
Merecían un descanso. Por eso Jesús les dice: ‘Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco’. Y comenta el evangelista que era mucha la gente que se acercaba a Jesús para estar con El. ‘Eran tantos los que iban y venían que no les dejaban tiempo ni para comer’.
Por eso Jesús se los lleva, se fueron en barca dice el evangelista, a un lugar tranquilo y apartado. Aunque allí se van a encontrar de nuevo con la gente que acude de todas partes y se va a mostrar la compasión del corazón de Cristo que seguirá atendiéndolos, quiero fijarme en este hecho de Jesús querer llevarlos a un sitio tranquilo y apartado.
Jesús quería estar a solas con ellos y ellos se sintieran a gusto estando a solas con Jesús. Cuánto reconfortan momentos así y cuánto los necesitamos. Pero a veces somos nosotros mismos los que nos agobiamos con un activismo desbordante. Y necesitamos estar a solas con Jesús.
Hemos de saber detenernos en la vida. Nuestra vida cristiana necesita ese saber estar a solas con Jesús. Será nuestra oración, nuestro trato personal con el Señor; serán momentos de silencio interior para rumiar todo lo que nos va sucediendo en la presencia del Señor y en espíritu de oración; serán momentos de reflexión, de escucha interior de lo que el Señor nos va manifestando a través de los mismos acontecimientos, de las palabras buenas que nos dicen, de lo que podemos recibir también de los demás. No le tengamos miedo a esos momentos de silencio, de reflexión. No todo es correr y correr.
Es lo que nos hace madurar como personas y como cristianos. Es lo que nos va dando una fuerza interior, una espiritualidad que nos hace crecer. No podemos simplemente dejarnos arrastrar por el torbellino de la vida, donde todo son carreras y locuras muchas veces. Vayamos con el Señor a ese sitio apartado y tranquilo a que nos quiere llevar. Sintámonos a gusto en su presencia. Vivamos esa presencia de Dios. Gocemos de esa presencia de Dios. Y en los muchos ruidos nos será más difícil descubrir y sentir esa presencia del Señor.
Ahí encontraremos esa paz y esa fuerza que necesitamos para nuestro caminar de cada día. Ahí en la presencia del Señor descubriremos la verdad de nuestra vida. Ahí en ese silencio interior vamos a escuchar de verdad al Señor y descubriremos lo que nos va pidiendo, esos pasos que tenemos que ir dando para crecer en santidad, que no es otra cosa que vivir su misma vida. Vayámonos en barca con Jesús para estar con El.

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