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viernes, 3 de febrero de 2012


Herodes ejemplo de quien se deja enredar por la espiral del mal

Eclesiástico, 47, 2-11; Sal. 17Mc. 6, 14-29
Cuando el corazón está lleno de maldad o la conciencia nos recrimina de algo que no hacemos bien sentimos desconfianza hacia los demás, nos llenamos de temores, nos dejamos arrastrar por respetos humanos aunque sepamos que hacemos mal, y entramos en una espiral de mal que parece no tener fin.
Herodes no estaba contento consigo mismo por lo que había hecho. Por eso cuando oye hablar de Jesús le entran temores pensando que si es el Bautista que había resucitado. Había caído en esa espiral de maldad que le había llevado a decapitar a Juan y la presencia de Jesús le parecían fantasmas que se le aparecían recriminando allá en su conciencia el mal que había hecho.
Es lo que nos narra hoy el evangelio. ‘Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado’. Su vida no era recta y el Bautista denunciaba su situación de pecado y de injusticia. Influenciado por Herodías, la mujer de su hermano que había tomado por mujer, se deja arrastrar por ese mal. Herodías buscaba la manera de quitar de en medio a Juan.
Y Herodes que se creía poderoso sin embargo era débil ante la tentación y se dejaba arrastrar. Cuántas veces nos pasa. Decía que apreciaba y respetaba a Juan al que escuchaba con gusto en ocasiones, pero sin embargo lo tenía encadenado en la cárcel. Y llegó la ocasión en que su debilidad llegó al extremo con ocasión de la fiesta que realiza con sus magnates y el baile de la hija de Herodías, sus vanas promesas y juramentos, que hacen que pidan la cabeza de Juan. Y en esa espiral en que se había metido cedió.
‘Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino… Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista...’  Y en sus temores y respetos humanos ‘mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan’.
Este episodio del Evangelio nos puede ofrecer muchas lecciones para nuestra vida. Por supuesto, de entrada tenemos que considerar el testimonio valiente de Juan. Valientemente allá junto al Jordán, desde la austeridad y rectitud de su vida, invitaba a todos a convertirse para preparar los corazones a la venida del Mesías señalando a cada uno lo que debía hacer, en lo que tenía que cambiar; ahora no teme decir al poderoso lo que está haciendo mal, también como una invitación a la conversión del corazón. Pero esta valentía y fidelidad le llevará al sufrimiento y al martirio.
No temamos vivir en rectitud de vida aunque nos cueste, o nos parezca que vamos a la contraria de lo que viven los que están alrededor. Tenemos que ser fieles a nuestros principios éticos, a nuestra fe, a nuestro compromiso con los valores del evangelio cuando nos decimos creyentes y cristianos. Qué débiles nos sentimos tantas veces en la vida. Nos cuesta mantener esa fidelidad, pero bien sabemos que no estamos solos porque nunca nos faltará la gracia del Señor.
Alejemos de nuestro corazón todo tipo de maldad, porque la pendiente del mal es resbaladiza y si nos dejamos llevar por el mal podemos caer en esa pendiente que nos hunde en la vida, nos aleja de Dios, nos lleva al pecado y con lo que ofendemos a Dios y hacemos también tanto mal a los que nos rodean. No nos dejemos enredar por la espiral del mal.
Que el Señor nos alcance su gracia en nuestra lucha por superar y vencer toda tentación. Que sintamos en todo momento la fortaleza del Señor para seguir el camino recto. Que el Espíritu divino nos dé valentía para ese testimonio que con nuestra palabra valiente y con nuestra vida hemos de saber dar en todo momento. 

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