Gestos humanos que son signos de salvación nacidos de una fe profunda
2Samuel, 18, 9-10.14.24-25.30; 19, 3; Sal. 85; Mc. 5, 21-43
Contemplamos por una parte unos gestos muy humanos que
se convierten en signos verdaderos y cauces auténticos de salvación y por otra
la importancia de la fe en el encuentro vivo y personal con Jesús para hacernos
llegar su salvación.
Unos gestos humanos llenos de cercanía y de confianza:
la mujer que se acerca a tocar el manto de Jesús, aunque fuera sólo por detrás,
la cercanía de Jesús que se pone a caminar junto a Jairo en su dolor y
sufrimiento para llegar hasta su casa y la mano tendida de Jesús hacia la niña
para levantarla de las sombras de la muerte y entregarla llena de vida a sus
padres; junto a ello aparecen detalles como los de Jesús preocupándose de que
le den de comer a la niña, el evitar todo alboroto innecesario en aquellas
expresiones de duelo, o las palabras de aliento en todo momento, incluso cuando
comunican la noticia de la muerte.
Todo, porque Jesús quiere llenarnos de su vida y para
eso se acerca a nosotros con toda su humanidad. Caminos de humanidad que
nosotros tenemos que aprender a recorrer para saber estar siempre al lado del
que sufre y en una actitud generosa de servicio. En la vida necesitamos
sentirnos acompañados, tener alguien que camine a nuestro lado cualquiera que
sea la situación que vivamos, pero sobre todo en momentos difíciles para sentir
ese aliento y calor humano que nos da fuerzas en nuestro duro caminar.
Son muchas las soledades que se pueden sentir y desde
las propias experiencias que nosotros tenemos en nuestra propia vida, tendríamos
que aprender a saber estar al lado del hermano y acompañarlo en ese duro camino
que es la vida para muchos. No serán necesarias quizá muchas palabras sino la
palabra de aliento en el momento oportuno. Creo que a todos nos puede enseñar
mucho en este sentido el evangelio.
Vemos cómo el gesto de la mujer de las hemorragias se
transforma en cauce de salud y salvación para su vida; y de la misma manera el
camino de Jesús junto a Jairo concluirá también en resurrección y en vida no
solo para la niña que es levantada de la cama, sino para la fe que se despierta
fuertemente en aquella familia de Jairo y de todos los presentes que se llenan
de admiración ante lo que sucede. ‘Se
quedaron viendo visiones’, comenta el evangelista.
Y ese es el otro aspecto que hemos de destacar en este
doble episodio que nos narra el evangelio: la fe. ‘Tu fe te ha curado, vete en paz y con salud’, le dirá Jesús a
aquella mujer que en su amargura y desesperación por lo que sufre sin embargo
llena de una confianza grande se atreve a acercarse a Jesús y tocarle aunque
solo fuera el manto por detrás para sentirse curada.
Pero será fe lo que Jesús le pide a Jairo. Con esa fe
había acudido a Jesús porque sabía que su presencia bastaría para curar a su
niña. ‘Mi niña está en las últimas; ven,
pon las manos sobre ella, para que se cure y viva’. Ya es eso una
manifestación de fe. Pero sucederían cosas que podrían poner a prueba su fe. Cuando
vienen a decirle que para qué molestar más al Maestro porque la niña ya ha
muerto, esa fe es la que pedirá Jesús a Jairo. ‘No temas, basta que tengas fe’. Una fe que siempre tiene que
llevarnos a un encuentro vivo con el Señor.
Acudimos muchas veces a Dios con fe, pero luego nos
llenamos de dudas. ¿Me concederá o no me concederá el Señor lo que le pido? El
Señor no nos escucha, pensamos a veces. O quizá la misma humildad que tenemos
pudiera hacer que no confiemos, porque nos sentimos tan pecadores, que pensamos
que el Seño no nos escucha. ‘Basta que
tengas fe’, nos dice a nosotros también el Señor. Por eso siempre tenemos
que saber acudir al Señor, con la confianza de la que nos hablará Jesús tantas
veces en el Evangelio. Dios nos ama, es nuestro Padre, y ¿qué padre si su hijo
le pide pan, le va a dar una piedra? Cuánto no nos dará nuestro Padre del
cielo.
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