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viernes, 10 de febrero de 2012

Se le abrieron los oídos y se le soltó la traba de la lengua



1Reyes, 11, 29-32; 12, 19; Sal. 80; Mc. 7, 31-37
‘En el colmo del asombro decían: Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos’. Es la exclamación llena de asombro y de admiración de la gente cuando contempla los milagros de Jesús, en este caso, la curación del sordomudo.
Hemos escuchado el relato bien detallado del evangelista. ‘La trajeron un sordo, que, además, apenas podía hablar, y le piden que le imponga las manos’. Y Jesús lo cura con los detalles que hemos escuchado de meter los dedos en los oídos y con la saliva tocarle la lengua. ‘Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad’.Y surge la admiración y la alabanza de la gente.
¿Cómo reaccionamos nosotros ante los milagros de Jesús que contemplamos en el Evangelio? No podemos quedarnos insensibles como si ya nos hubiéramos acostumbrado a ellos. Sería una forma no buena de escuchar la Palabra del Señor. Para empezar tenemos que dejarnos sorprender por la Palabra de Dios, por lo que nos dice el Señor.
Admiramos, tenemos que admirar, las maravillas que el Señor realiza donde manifiesta su grandeza y su poder. Ahí está haciéndose presente la gloria del Señor. El milagro que contemplamos tiene que llevarnos a la admiración y a la alabanza, al reconocimiento de la acción poderosa del Señor que ahí se manifiesta. Y tenemos que dar gracias, y alabar y bendecir al Señor, y cantar la gloria del Señor. Tiene que despertarse nuestra fe y nuestra capacidad de asombro ante las maravillas del Señor.
Tenemos que dar gracias al Señor porque así nos manifiesta su amor. Con los milagros, con las acciones maravillosas que realiza el Señor está manifestándonos su grandeza y su poder, como ya decíamos. Pero se está manifestando el amor que nos tiene, porque nos está diciendo cuánto quiere hacer por nosotros. Y es que los milagros son signos de lo más hondo que el Señor quiere realizar en nuestra vida para que en verdad reconozcamos el Reino de Dios y nos dispongamos a vivirlo con toda intensidad.
Jesús abre los oídos y suelta la lengua de este sordomudo que escuchamos en el evangelio pero es un signo de lo que realiza en nosotros. En la liturgia del Bautismo es un signo que es opcional hacerlo, pero que tiene un rico significado. También se nos dice ‘Effetá’, para abrir nuestros oídos a la Palabra del Señor, para soltar nuestra lengua para cantar las maravillas del Señor, y para que con nuestra palabra y con nuestra vida hagamos anuncio de salvación, de la buena nueva del Evangelio en medio del mundo en el que vivimos.
Es por ahí por donde podemos encontrar un mensaje para nuestra vida en este milagro de Jesús que estamos contemplando y meditando. Que se abran nuestros labios. Así lo proclamamos cuando iniciamos nuestra oración litúrgica de las horas. ‘Ábreme, Señor, los labios, y mi boca proclamará tu alabanza’. Que el Espíritu del Señor venga a nuestra vida y nos abra los labios y nos abra el corazón para que surja así con la fuerza del Espíritu la mejor oración al Señor.
Que el Señor toque nuestros oídos, y ya no son sólo los sentidos externos, sino los oídos del corazón para escuchar a Dios. Estamos sordos o nos ensordecemos con los ruidos de la vida y ya no sabemos distinguir la voz de Dios. No es que el Señor no nos hable, es que hemos perdido esa sensibilidad para escuchar a Dios, ya no sabemos hacer ese silencio interior para poder escuchar la voz del Señor. 

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