¿Dónde
está la conexión de fe con el espíritu y el mensaje del evangelio en muchas de
nuestras celebraciones, fiestas, tradiciones de nuestros pueblos?
Levítico 23, 1. 4-11. 15-16. 27. 34b-37;
Salmo 80; Mateo 13,54-58
¿Dónde ha aprendido este tanto? Es quizás
el comentario que nos sale pronto y fácil cuando vemos a alguien que conocemos
de toda la vida y que ahora destaca en alguna cosa, sus palabras son certeras y
sensatas, la prudencia va moviendo sus pasos, pero no ceja en ofrecernos
posibilidades de algo mejor, de algo bueno, de la búsqueda de una armonía entre
todos. Si nosotros lo conocemos de siempre, nos decimos, si jugaba en nuestra
calle o en nuestras plazas, si lo conocemos bien que conocemos a su familia…
pero estamos admirados por su sensatez, por su prudencia, por las ideas que nos
presenta para la solución de los problemas. ¿Dónde habrá aprendido tanto?
Era la sorpresa también y la admiración
que se suscitaba en torno a Jesús, por aquellos pueblos y caminos de Galilea,
sobre todo, donde la gente se agolpaba para escucharle, eran capaces de ponerse
en camino con El para estar con El y para escucharle, donde le traían los
enfermos para que los curase, donde todos se habían lenguas de admiración y
alabanza; pero sucede ahora en su pueblo, allí donde se había criado, donde había
pasado gran parte de su niñez y su juventud en las mismas tareas artesanales en
que se ocupaba José y su familia; se sentían sorprendido y también se
preguntaban de donde sacaba aquella sabiduría, porque siempre lo habían visto allí
y no asistiendo a las escuelas rabínicas de Jerusalén.
Una sabiduría que podemos adquirir
desde los conocimientos que nos da la escuela, pero también y eso es muy
importante de la sabiduría que aprendemos en la vida cuando sabemos tener ojos
atentos y mente reflexiva ante lo que sucede en nuestro entorno. Solo había
alguien que no podía ser otra que la madre, como las madres que lo guardan todo
en el corazón, que sin embargo sabía de su sabiduría con la que le había
encontrado discutiendo en medio de los doctores del templo, donde lo habían
encontrado cuando se había perdido en su subida a Jerusalén.
Y más aun se admiraban por los signos
que realizaba, que venían a ratificar lo que de palabra les enseñaba de cual
era el sentido del Reino nuevo de Dios que anunciaba. Aquellos signos que
transformaban una vida de carencias y dolor en una nueva vida sana y sin
limitaciones – las curaciones que Jesús realizaba – que eran señales de esa
transformación que había de realizarse en nuestras vida con la vivencia de unos
valores nuevos, de un sentido nuevo de la vida y donde Dios sería siempre el
centro de esa vida, de esa existencia. No siempre llegaban quizás a percibir
ese nuevo sentido de todo quedándose muchos en lo material, por decirlo así,
que se realizaba con aquellas curaciones, pero ahí quedaba y queda para
nosotros esa señal, ese signo de vida nueva que hemos de vivir.
Es lo que les sucede ahora a aquellas
gentes de Nazaret aun en medio de toda la sorpresa y admiración que sentían por
Jesús. Pero no fueron capaces de ver el signo, se quedaban en un orgullo
egoísta – es de nuestro pueblo, aquí está su familia… -, o en algo interesado
de lo que incluso querían sacar partido, porque más que el signo era la fama de
los milagros que Jesús allí realizara lo que les interesaba. ‘No pudo hacer allí
ningún signo, ningún milagro, nos dice el evangelista, por su falta de
fe’.
Es el paso importante que quizás muchas
veces nos puede faltar, aun en medio de nuestros santuarios, nuestras fiestas
religiosas y tantas costumbres que mantenemos en nuestros pueblos pero que se
quedan en tradiciones de las que nos sentimos orgullosos, porque son las
tradiciones de nuestro pueblo y no hay ningún que se le asemeje o sea como lo
nuestro.
¿Dónde está muchas veces esa conexión
de fe con el espíritu y el mensaje del evangelio en muchas de nuestras
celebraciones, en muchas de nuestras fiestas, en muchas de esas cosas que
llamamos tradiciones de nuestros pueblos que tienen un origen y un fondo
religioso? ¿Nos quedamos en lo milagroso que es nuestro santo, nuestro Cristo o
nuestra Virgen y andamos con comparaciones entre unos y otros y rivalidades,
permítanmelo decirlo así, entre santos? ¿Terminaremos de darnos cuenta que
muchas de esas cosas que hacemos tienen poco de evangélico y por esas
rivalidades en las que andamos parece que estamos muy lejos del sentido del
Reino de Dios anunciado por Jesús?
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