Con
la actitud y la confianza de los hijos nos dirigimos a Dios como a nuestro
Padre tal como nos enseña Jesús
Génesis 18, 20-32. Salmo 137. Colosenses 2,
12-14. Lucas 11, 1-13
Cuando nos dirigimos a alguien porque
tenemos que tratar algún asunto con esa persona, seguramente hacia ella según
nosotros la veamos, o según el concepto que nosotros tengamos de esa persona.
Me explico, aunque digamos que todos nos tratamos igual, sin embargo no es lo
mismo si nos dirigimos a una persona que nosotros consideramos muy importante,
sea por su situación social, la representatividad política o de autoridad que
ejerza, no es lo mismo que si nos dirigimos al vecino de la casa de al lado, al
amigo con el que siempre hemos convivido, o a un familiar; en unos y en otros tenemos
en cuenta quizás también su forma de ser o de relacionarse con los demás; todo
eso son condicionantes, y en el caso familiar no es lo mismo quizás a un
hermano que a nuestro padre o nuestra madre. Seguro que con estos nos sentimos
más a gusto por esa relación de amor que existe entre un padre y sus hijos.
Yo diría que es lo que nos quiere hoy
decir Jesús cuando nos enseña a hablar con Dios nuestro Padre. Los discípulos
que ven continuamente como Jesús siempre está encontrando momentos para su oración
con el Padre, como El llama a Dios le piden que les enseñe a orar. Ellos habían
visto cómo Juan el Bautista allá en el desierto – algunos de ellos también
habían sido discípulos de Juan – enseñaba a sus discípulos a orar; los fariseos
en su manera de entender a Dios y la religión también enseñaban a sus discípulos
a orar; podríamos decir que de alguna manera estas maneras de orar que unos y
otros enseñaban viene a ser como una señal de su identidad como creyentes.
Jesús anuncia del Reino de Dios, es el
eje de su predicación, sus discípulos le siguen porque en ese Reino de Dios
anunciado por Jesús se están despertando sus esperanzas y están encontrando un
sentido para sus vidas. Ellos quieren, podíamos decir, tener también su oración,
su manera de orar como distintivo; es la forma de orar que les enseña Jesús.
Más que formulas a repetir Jesús enseña un sentido nuevo de oración.
Pero la primera palabra con la que
Jesús nos enseña a dirigirnos a Dios tiene su gran importancia, porque es lo
que va a dar un sentido distinto a nuestra oración, a nuestro encuentro con
Dios. Recordemos lo que decíamos antes.
No le da nombres a Dios, como un día
Moisés había pedido en el Horeb. ¿Cuál es tu nombre? ¿Quién les voy a decir a
los israelitas que me manda a ellos para liberarlos de la esclavitud de Egipto?
Jesús nos dice algo mucho más tierno, no recuerda aquella palabra que muchas
veces se queda casi en unas mínimas letras que musitamos como los niños llaman
a su papá, ‘paaa’, ‘papaito’, porque simplemente es la ternura de un niño con
su padre, pero es la ternura de un padre con su niño. Y así nos dice que
nosotros le digamos a Dios, es la actitud con la que nosotros vamos a la
oración.
En nuestro encuentro con Dios vayamos
siempre con esa ternura del niño que se encuentra con su padre; y esa ternura
da confianza, y esa ternura nos llena de amor y queremos manifestar ese amor de
mil maneras, y esa ternura va a mover nuestro corazón, y esa ternura buscara
siempre la manera de hacernos agradables para nuestro Dios, y en esa ternura
nos sentimos seguros y fuertes frente a las cosas adversas con las que nos
podemos encontrar, esa ternura nos hará buscar siempre por encima de todo lo bueno, el bien, lo que
es justo.
Que es realmente lo que Jesús nos
enseña a decir en el Padrenuestro. Ese tiene que ser en verdad el sentido de
nuestra oración. Una oración que aprenderemos a decir porque hemos aprendido a
escuchar a Jesús y nos hemos impregnado del Espíritu de Jesús. Como nos ha
dicho alguien sólo el que vive en el
Espíritu de Jesús, quiere decir Lucas, sabrá rezar el Padrenuestro con el
espíritu de Jesús. Y sólo sabrá rezarlo quien sepa escuchar primeramente la
predicación de Jesús.
Será en verdad una oración que nos
llena interiormente porque nos hace sentirnos llenos de Dios, una oración de la
que saldremos siempre rebosantes de paz, una oración que siempre pone esperanza
en el corazón, una oración que no nos deja adormecidos en la rutina, una
oración que nos pone siempre en camino de vida, una oración en la que sintiendo
como Pedro en el Tabor que bien se esta aquí sabemos que tenemos que salir, que
bajar de la montana a la llanura para ponernos en camino, una oración con la
que sintiendo a Dios en el centro de nuestro corazón nos hará comprender de
verdad lo que es vivir ese Reino de Dios.
Y todo porque hemos comenzado sintiendo
que a quien vamos a dirigirnos es a un Dios que nos ama y que es nuestro padre,
al que podemos llamar papaíto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario