Rompamos esa espiral de intransigencias que nos llevan a los juicios y a las condenas, entremos en la órbita de la mansedumbre y de la misericordia
Éxodo, 24, 3-8; Sal. 49; Mateo, 13, 24-34
La imagen que nos propone hoy Jesús en la parábola del evangelio es bien significativa de lo que nos pasa en la vida y no solo porque miremos a nuestro alrededor y el mundo en el que vivimos, sino porque tenemos que mirarnos a nosotros mismos, pues es parábola que nos habla también de la realidad de nuestra propia vida. ‘¿No sembraste buena semilla en tu campo?’, es la pregunta que le hacen aquellos obreros a su dueño al ver que sus tierras no solo están rebosantes de trigo sino que en medio han crecido las malas hierbas, a cizaña que tanto daño hace a sus sembrados.
Es la realidad de la vida, de nuestra vida, de lo que a nosotros tantas veces nos sucede de una forma o de otra. Los padres que educaron con esmero a su hijo inculcándole buenos valores, pero que de la noche a la mañana se lo encuentran rebelde y que está haciendo con su vida todo lo contrario de lo que sus padres le inculcaron. Hablamos de esa realidad como en ese mismo sentido muchas cosas que vemos en nuestra sociedad; unas buenas costumbres que han sido la base del crecimiento de los pueblos, pero pronto se meten por medio los rencores y resentimientos, las ambiciones egoístas y vicios de todo tipo y se destroza aquella buena convivencia que en otros tiempos se tuvo.
Pero no tenemos que ir muy lejos sino mirarnos a nosotros mismos. Cuántos propósitos nos hemos hecho, cuantos planes nos hemos trazado, cuánta bondad y bien hacer hemos trasmitido en nuestra vida, cuantos consejos damos a los demás y a tantos que en muchas cosas hemos ayudado a salir adelante, a superarse y ser mejores, pero en un momento determinado tuvimos nuestras tropiezos, muchas cosas se nos han podido desestabilizan en nuestra vida y nos hemos visto envueltos en unas espirales de las que no sabemos salir. ¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué hemos llegado a esta situación? ¿Rompemos todos los planes de nuestra vida porque un día cometimos unos errores? ¿Seguimos echando a rodar por la pendiente esa piedra porque no sabemos que hacer con ella?
La respuesta de aquel hombre de la parábola no fue mandar a arrancar aquella cizaña. ‘Dejadlas crecer juntas’, les dice. La motivación está en el peligro de arrancar las buenas plantas; al final será la solución. Pero lo que Jesús nos está dejando entrever en la parábola es algo muy hermoso. Sabemos que una mala hierba porque esté al lado de una buena no va a cambiar, no va a transformarse. Pero lo que Jesús nos está queriendo decir es que somos personas, y en las personas siempre está esa posibilidad del cambio. Nos deja traslucir la parábola lo que es la misericordia de Dios que siempre nos estará esperando para que demos ese paso de conversión a El, de vuelta a El, que eso viene a significar la palabra conversión.
Es lo que nosotros necesitamos aprender cuando en la vida nos volvemos tan intransigente con los demás y no somos capaces de sacar ese lado de la misericordia. La llamada de amor siempre tiene que estar presente, la comprensión con los errores de los demás es algo que hemos de tener en cuenta, porque además nos miramos a nosotros mismos y vemos cómo nosotros también cometemos errores, y siempre esperamos que sean comprensivos con nosotros, siempre haya una palabra de aliento y de ánimo, una actitud comprensiva que sea capaz de ofrecer el perdón como comienzo de un camino de restauración y de paz.
Es también la buena actitud que hemos de tener con nosotros mismos. No es que tratemos de disculparnos y justificarnos por lo que hacemos, pero sí hemos de creer que en el fondo del corazón siempre queda un rastro de bondad que hemos de saber hacer resucitar en nosotros; por eso aunque luchamos por nuestro cambio y superación somos comprensivos con nosotros mismos; nunca nos podemos sentir derrotados a causa de nuestros tropiezos y errores; siempre confiamos en la misericordia del Señor que estará a nuestro lado para ayudarnos a levantarnos.
Rompamos esa espiral de intransigencias que nos llevan tan fácilmente a los juicios y a las condenas; entremos en la órbita de la mansedumbre y de la misericordia; dejémonos contagiar por esa misericordia del Señor que tan abundantemente se derrama sobre nosotros y nuestro mundo y haremos un mundo mejor. ¿No somos nosotros los que creemos en la resurrección? Podemos, pues, hacer resucitar nuestras vidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario