Que no se apague la esperanza en nuestro corazón, que no olvidemos nunca la necesidad de estar bien injertados en la vid para que podamos dar fruto
Gálatas 2, 19-20; Salmo 33; Juan 15, 1-8
Muchas veces cuando queremos hacer una valoración de nuestra vida, algo así como definirla según lo que hemos hecho en la vida, aunque quizás mantengamos las apariencias porque nunca queremos decir en voz alta todo lo que pensamos de nosotros mismos, tenemos la tentación de pensar en nuestros fracasos, en nuestras debilidades, en los tropiezos que hemos ido teniendo en la vida y tenemos el peligro de cargar con demasiados tintes oscuros lo que ha sido nuestra vida; por eso, como decía, guardamos las apariencias y son cosas que no siempre decimos en voz alta.
Pero sin embargo creo que hay algo, y que no es eso, que es lo que en verdad tendría que definir nuestra vida. A pesar de las sombras que podamos ver en nosotros hay una luz que brilla, y es que en todo siempre se ha desbordado el amor de Dios con nosotros y en nosotros. Al vivir por la fe descubrimos la maravilla de que somos hijos de Dios y el amor de Dios siempre es fiel y sigue contando con nosotros, es más, ha contado con nosotros a pesar de nuestros límites y nuestras debilidades.
Este pensamiento tiene que hacer renacer la esperanza en nuestro corazón, es una inyección muy fuerte de entusiasmo y de vida, que nos ayuda a superar nuestras limitaciones y nos llena de confianza porque Dios sigue contando con nosotros y sigue amándonos a pesar de todos los errores nuestros. Es algo que nos hace caminar, levantarnos de esas zonas oscuras, poner un optimismo nuevo en la vida, confiar más en nosotros porque si Dios que nos conoce bien confía, ¿por qué no podemos seguir sembrando semillas, contribuyendo incluso desde nuestros fracasos a hacer ese mundo nuevo y mejor?
Solo nos está pidiendo una cosa Jesús, como nos dice hoy en el evangelio, que como sarmientos sigamos unidos a la vida. Podrán estar ajadas las hojas o ramas de nuestra vida, pero puede seguir saliendo un racimo hermoso, siempre podemos hacer que broten los frutos, porque la vida no viene de nosotros, la vida nos viene de Dios, la savia de su gracia sigue alimentando las ramas de nuestra vida, sigue haciendo que a pesar de todos los pesares siguen surgiendo brotes que pueden darnos frutos buenos.
Si somos sinceros con nosotros mismos nos damos cuenta de ese regalo de Dios que es su amor y como han ido surgiendo esos nuevos brotes en nuestra vida llamados a dar frutos. No nos podemos sentir fracasados a pesar de los fracasos, no nos podemos echar para atrás aunque quizás muchos a nuestro lado no quieran creer en nosotros, piensen que a causa de nuestros fracasos tendríamos que estar relegados a otros lugares, pero hay algo dentro de nosotros que podemos compartir, que podemos sembrar en los corazones y en las vida de los demás, y es esa certeza que tenemos de que Dios nos ama.
Con esa seguridad seguimos adelante, con esa confianza seguimos sembrando la semilla en aquel campo que la providencia de Dios va poniendo a nuestro alcance, a nuestra mano para que en él sembremos. Muchas veces quizás nos hemos sentido tentados a tirar la toalla, pero cuando hacemos un pequeño recuento de nuestra vida y vemos cómo aún estamos ahí, como aun se siguen manifestando en nosotros los signos del amor de Dios, como nos hemos visto liberados de tantos peligros y acechanzas en tantos momentos, todo eso nos da ánimo para seguir adelante, y sembrar allí donde podemos hacerlo.
Que no se apague esa esperanza en nuestro corazón, que no olvidemos nunca la necesidad de estar bien injertados en la vid para que podamos dar fruto. Demos gracias a Dios por todo ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario