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martes, 22 de julio de 2025

La experiencia del encuentro pone alas en el corazón y alegría en el alma para hacernos evangelizadores de la Buena Noticia

 


La experiencia del encuentro pone alas en el corazón y alegría en el alma para hacernos evangelizadores de la Buena Noticia

Cantar de los Cantares 3, 1-4b; Salmo 62; Juan 20, 1-2. 11-18

Qué gozo y alegría sentimos en nosotros y cómo pronto buscamos la manera de contárselo a alguien cuando una persona querida y apreciada, un amigo por la razón que sea no lo hemos podido ver en mucho tiempo, y ya parecía que habíamos perdido todo contacto con él, de pronto nos lo hemos encontrado. El abrazo de amistad no puede faltar y todas las manifestaciones de afecto que nos salen del corazón; pronto comenzaremos a contarnos cosas, las experiencias que hayamos tenido en esa ausencia, buscaremos la forma de no perder contacto, es más, nos prometemos volver a vernos pronto. Y como decíamos, casi de inmediato le llevaremos la noticia a la gente de nuestro entorno, que sabían de nuestro desasosiego por la pérdida o la ausencia ahora recuperada, todos participarán de nuestra alegría.

Aunque habían sido pocas horas María Magdalena estaba viviendo esa angustia desde la pasión de Jesús y su muerte de la que ella había sido testigo pues al pie de la cruz también estaba con aquel pequeño grupo que con María y con Juan habían podido llegar hasta el calvario. Ella fue de las mujeres que estaban atentas en los detalles de la sepultura hecha con prisas en la tarde de las vísperas de la pascua para pasado el descanso sabático suplir los ritos funerarios que no habían podido realizar. Con las otras mujeres había venido aquel primer día de la semana desde el amanecer, pero se habían encontrado la piedra de la entrada del sepulcro corrida y allí no estaba el cuerpo de Jesús.

Yo llamo a ese amanecer la mañana de las carreras en el ir y venid a comunicar en principio la mala noticia de la desaparición del cuerpo de Jesús, la venida de algunos discípulos, Pedro y Juan, para comprobar la veracidad de lo que contaban, mientras algunas de ellas por su parte se habían visto a Jesús que les había salido a su encuentro.

Pero María Magdalena no se lo podía creer. Lloraba y se preguntaba donde estaba el cuerpo de Jesús entrando incluso con aquellos Ángeles que eran los que ahora le daban esperanzadoras noticias.

Una oportunidad es preguntar a cualquiera que aparezca por el lugar y si es el encargado del huerto mejores noticias les puede traer. Es el diálogo de Magdalena con la que ella creía era el hortelano ofreciéndose a si le decían donde estaba ella por si mismo lo traería para darle digna sepultura.

Sus lágrimas cegaban sus ojos, sus lágrimas le hacían perder perspectivas de vida, sus lagrimas la encerraban en si misma para no ver más allá, para no saber encontrar la luz. Cuántas veces nos pasa cuando estamos envueltos por las oscuridades de nuestros problemas; parece que una loza con el peso del mundo entero ha caído sobre nosotros. La vida se nos vuelve un laberinto del que parece que no sabemos salir, caminamos sin rumbo y ciegos y sordos a todas las buenas noticias que nos pudieran traer, la confusión se adueña de nuestra vida, qué difícil es encontrar serenidad y mantener la paz en el corazón.

Allí estaba el Señor, fue necesaria solo una palabra para que ella lo reconociera y se desataran todas las alegrías. Era el Señor. ‘Rabbonni’- Maestro -, es ahora la exclamación de María Magdalena. Vendrían los besos y los abrazos, ella se echa a sus pies para abrazarlos, ¿para que no se escapara? ¿Para que no se volviera a marchar? ¿Para que estuviera siempre con ella?

Pero para ella Jesús tiene una misión. ‘Ve a decir a mis hermanos’. Y las carreras continúan porque es ahora ella la que corre de nuevo al encuentro con los demás discípulos, que aún siguen incrédulos y con sus miedos y dudas, para decirles ‘He visto al Señor, esto me ha dicho el Señor’. Es la alegría compartida, es la Buena Noticia transmitida; a María Magdalena la llamamos por eso la primera misionera, es la que viene a comunicarnos la alegría de la Pascua del Señor.

La experiencia del encuentro con el Señor la transformó; se acabaron los miedos y las dudas, se acabaron las lágrimas y las angustias, se abrió el alma con una nueva alegría, a los pies se les pusieron alas no solo para que corrieran sino para que volaran a llevar la buena noticia. ¿Es la experiencia que nosotros vivimos? ¿Es la carrera evangelizadora que nosotros hacemos?

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