El
signo somos nosotros, nuestra vida, nuestras actitudes, nuestro compromiso,
nuestro amor, la valentía y autenticidad de nuestra fe
Éxodo 14,5-18; Sal. Ex 15,1-2.3-4.5-6; Mateo
12,38-42
Hay un dicho que algunas veces habremos
escuchado o también nosotros mismos hemos empleado que es aquello de ‘ver
para creer’; aunque nos digan y nos demuestren, si no lo veo no lo creo,
pero es que además andamos hoy en un mundo tan confuso que ni aunque veamos las
cosas nos las creemos. Algunas veces uno siente lástima cuando ve tal
increencia, tal desconocimiento muchas veces que nos habla de una cultura con
muchas lagunas, tal desconfianza que se ha ido sembrando porque todo se quiere
poner en duda, porque aun los hechos históricos que ahí están más que
comprobados por quienes con toda seriedad los han estudiado, ahora nos vienen
con tantas interpretaciones confusas, muchas veces nacidas de intereses con los
que de alguna manera se quiere marcha a la sociedad de hoy. Nos afecta a la
historia, al sentido de la sociedad, a lo que queremos ser o lo que queremos
construir según los intereses de cada uno.
Hoy en el evangelio vemos que algunos
se acercan a Jesús pidiendo signos, pidiendo pruebas. No les basta lo que están
contemplando en lo que Jesús enseña y en lo que Jesús hace y vive El mismo,
sino que aun siguen pidiendo unos signos. ¿Y todos los milagros que estaban
contemplando? ¿Y toda la sabiduría que se destilaba de los labios de Jesús?
Claro que quienes estaban pidiendo aquellos signos no era porque quisieran
creer, sino porque realmente querían sembrar esa desconfianza en los que
rodeaban a Jesús. No accede Jesús a lo que le piden porque simplemente Jesús no
es un mago milagrero; les habla de una señales antiguas como fue la sabiduría
de Salomón, la acción del profeta Jonás con todo lo que le sucedió además, y
desde ahí tienen que descubrir la gran señal que será su propia pascua, su
muerte y resurrección; pero hay siempre quienes quieren poner en duda las
palabras de Jesús.
Unas actitudes desconcertantes que
vemos en muchos que rodean a Jesús, pero ¿no serán también las actitudes
desconcertantes que podemos estar contemplando en nuestro mundo de hoy? No se
cree en los signos de Dios, se sigue poniendo en duda el ser de la iglesia, se
hacen mil interpretaciones diferentes para querer explicar las cosas a su
manera y quieren darnos esas explicaciones quienes quizás menos conocimiento
tienen de lo que hablan. Cuántas cosas disparatadas escuchamos en los medios de
comunicación cuando se trata de hablar de la Iglesia; cuanta falta de cultura
de lo más elemental descubrimos en quienes quieren ser precisamente unos
comunicadores fiables para nuestra sociedad. Y todo eso va llevando a la gente
a una confusión cada vez mayor.
¿Qué tenemos que hacer nosotros los
cristianos? ¿Cruzarnos de brazos y dejar las cosas como están porque nos parece
imposible remediarlo o darle una buena explicación? ¿No estará en juego el
anuncio del evangelio en el mundo de hoy y la credibilidad de ese anuncio para
las generaciones que nos rodean?
Queremos un signo, parece que nos están
pidiendo y exigiendo. ¿Qué signo le daremos? ¿Qué es lo que podemos ofrecer que
haga en verdad creíble nuestro mensaje?
Pues el signo somos nosotros, nuestra
vida, nuestras actitudes, nuestro compromiso, nuestro amor, la valentía de
nuestra fe. Tenemos que manifestarnos convencidos y auténticos y congruentes
entre lo que decimos y lo que hacemos, para que en verdad nos hagamos signos creíbles.
No son cosas las que tenemos que presentar, son nuestras vidas que en verdad
están reflejando eso en que creemos. Quitémonos de máscaras y tapujos,
manifestémonos a cara descubierta, hablemos con claridad de aquello en lo que
creemos, de ese Dios del que nos sentimos amados, expresemos la autenticidad de
nuestras vidas. Y nos manifestamos tal como somos también con nuestras
debilidades porque nuestro deseo de superación hará que merece la pena de
verdad por lo que luchamos y de lo que hablamos.
El mundo necesita testigos. La Iglesia
tiene que manifestarse como el gran testigo. Los cristianos tenemos que ser
testigos de esa fe aunque nos costara sangre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario