Vivamos
en verdad como quienes se sienten resucitados, porque desde nuestro encuentro
con Jesús todo es en nosotros vida, porque hemos encontrado el amor
Éxodo 33, 7-11; 34, 5b-9. 28; Salmo
102; Juan 11, 19-27
Cuando hay amor de verdad no tiene
cabida el reino de la muerte. Para los que aman no llega la muerte, siempre
vencerá vida. Aquellas personas que amamos, aunque físicamente no las tengamos
a nuestro lado, sin embargo siempre seguirán presentes en nuestra vida. Creo
que todos los hemos experimentado cuando ha llegado esa hora para un familiar o
un ser muy querido nuestro, seguimos incluso viéndolo porque la intensidad del
amor con la que la llevamos en el corazón produce continuamente ese milagro en
nuestra vida.
Hoy nos encontramos en el evangelio con
una página que de entrada nos podría parecer de tristeza y de angustia, pero
los momentos vivido en aquel hogar de Betania se transforman y se convierten en
momentos de vida.
De entrada nos topamos con el dolor de
la muerte, aquellas dos hermanas Marta y María han perdido al hermano de sus
vidas. Surgen incluso las quejas, pero unas quejas nacidas desde el amor y
desde la confianza que ellas habían puesto en Jesús. ‘El que amas está
enfermo’, le habían mandado a decir a Jesús que está más allá del Jordán a
causa de las inquinas que en Jerusalén se están tramando contra El. Pero ya
Jesús dirá a los discípulos allá en el desierto que aquella enfermedad no es de
muerte. Pero cuando finalmente llega Jesús a Betania Lázaro llevaba ya cuatro
días enterrado.
‘Si hubieras estado aquí…’ es el saludo
que se repite en las dos hermanas. Con Jesús no tenía por qué haber habido
muerte. Los signos de vida se habían multiplicado tantas veces cuando Jesús se
acercaba a los enfermos o los traían ante El. Pero hay dolor en aquellas
mujeres, pero también hay confianza en la presencia y en las palabras de Jesús.
Porque Jesús habla de resurrección. La respuesta de Marta expresa la fe y la
esperanza de su vida. ‘Resucitará en el último día’, pero Jesús hará una
declaración verdaderamente importante. ‘El que cree en mi no morirá para
siempre’. Con Jesús está siempre presente la vida. ‘Yo soy la
resurrección y la vida’, afirmará rotundamente Jesús.
Por eso Jesús quiere acercarse al
sepulcro. ‘¿Dónde lo habéis puesto?’ Las sombras todavía parece que
quieren adueñarse de la situación. ‘Ya huele mal’ es el comentario de
Marta. Y Jesús le recuerda que es necesario creer. ¿No eran los amigos de
Jesús? ¿No era aquel patio el lugar de tantas tardes de placidez, de
conversación, de encuentro, de amistad? Allí se había vivido el amor y la
amistad, allí tenía que estar presente para siempre la vida, porque, como decíamos,
donde hay amor no tiene cabida el reino de la muerte.
¿Será ese en verdad el camino de
nuestra vida y de nuestra esperanza? Es el mensaje que recibimos pero es el
mensaje que tenemos que trasmitir, es el amor del que tenemos que seguir
contagiando cuanto nos rodea. Tenemos que ser signos de vida, tenemos que
despertar de nuevo la esperanza en nuestro mundo, tenemos que tratar de
convencer a cuantos caminan desencantados a nuestro lado porque no saben amar
ni se sienten amados y agobiados por tantas tristezas de la vida que es posible
un mundo nuevo, que es posible el amor, que es posible la vida.
Nuestros gestos, nuestra cercanía y
nuestra ternura tienen que ser signos de esa presencia de Jesús en medio de
nosotros para que tengamos vida de verdad. Vivamos en verdad como quienes se
sienten resucitados, un día saboreamos quizás esas sombras de muerte en
nosotros, pero desde nuestro encuentro con Jesús todo tiene que ser en nosotros
vida, porque hemos encontrado el amor.
Que sea esa nuestra más hermosa
profesión de fe, como la de Marta ante Jesús, ‘yo creo que tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo’.
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