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martes, 29 de julio de 2025

Vivamos en verdad como quienes se sienten resucitados, porque desde nuestro encuentro con Jesús todo es en nosotros vida, porque hemos encontrado el amor

 


Vivamos en verdad como quienes se sienten resucitados, porque desde nuestro encuentro con Jesús todo es en nosotros vida, porque hemos encontrado el amor

 Éxodo 33, 7-11; 34, 5b-9. 28; Salmo 102; Juan 11, 19-27

Cuando hay amor de verdad no tiene cabida el reino de la muerte. Para los que aman no llega la muerte, siempre vencerá vida. Aquellas personas que amamos, aunque físicamente no las tengamos a nuestro lado, sin embargo siempre seguirán presentes en nuestra vida. Creo que todos los hemos experimentado cuando ha llegado esa hora para un familiar o un ser muy querido nuestro, seguimos incluso viéndolo porque la intensidad del amor con la que la llevamos en el corazón produce continuamente ese milagro en nuestra vida.

Hoy nos encontramos en el evangelio con una página que de entrada nos podría parecer de tristeza y de angustia, pero los momentos vivido en aquel hogar de Betania se transforman y se convierten en momentos de vida.

De entrada nos topamos con el dolor de la muerte, aquellas dos hermanas Marta y María han perdido al hermano de sus vidas. Surgen incluso las quejas, pero unas quejas nacidas desde el amor y desde la confianza que ellas habían puesto en Jesús. ‘El que amas está enfermo’, le habían mandado a decir a Jesús que está más allá del Jordán a causa de las inquinas que en Jerusalén se están tramando contra El. Pero ya Jesús dirá a los discípulos allá en el desierto que aquella enfermedad no es de muerte. Pero cuando finalmente llega Jesús a Betania Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado.

‘Si hubieras estado aquí…’ es el saludo que se repite en las dos hermanas. Con Jesús no tenía por qué haber habido muerte. Los signos de vida se habían multiplicado tantas veces cuando Jesús se acercaba a los enfermos o los traían ante El. Pero hay dolor en aquellas mujeres, pero también hay confianza en la presencia y en las palabras de Jesús. Porque Jesús habla de resurrección. La respuesta de Marta expresa la fe y la esperanza de su vida. ‘Resucitará en el último día’, pero Jesús hará una declaración verdaderamente importante. ‘El que cree en mi no morirá para siempre’. Con Jesús está siempre presente la vida. ‘Yo soy la resurrección y la vida’, afirmará rotundamente Jesús.

Por eso Jesús quiere acercarse al sepulcro. ‘¿Dónde lo habéis puesto?’ Las sombras todavía parece que quieren adueñarse de la situación. ‘Ya huele mal’ es el comentario de Marta. Y Jesús le recuerda que es necesario creer. ¿No eran los amigos de Jesús? ¿No era aquel patio el lugar de tantas tardes de placidez, de conversación, de encuentro, de amistad? Allí se había vivido el amor y la amistad, allí tenía que estar presente para siempre la vida, porque, como decíamos, donde hay amor no tiene cabida el reino de la muerte.

¿Será ese en verdad el camino de nuestra vida y de nuestra esperanza? Es el mensaje que recibimos pero es el mensaje que tenemos que trasmitir, es el amor del que tenemos que seguir contagiando cuanto nos rodea. Tenemos que ser signos de vida, tenemos que despertar de nuevo la esperanza en nuestro mundo, tenemos que tratar de convencer a cuantos caminan desencantados a nuestro lado porque no saben amar ni se sienten amados y agobiados por tantas tristezas de la vida que es posible un mundo nuevo, que es posible el amor, que es posible la vida.

Nuestros gestos, nuestra cercanía y nuestra ternura tienen que ser signos de esa presencia de Jesús en medio de nosotros para que tengamos vida de verdad. Vivamos en verdad como quienes se sienten resucitados, un día saboreamos quizás esas sombras de muerte en nosotros, pero desde nuestro encuentro con Jesús todo tiene que ser en nosotros vida, porque hemos encontrado el amor.

Que sea esa nuestra más hermosa profesión de fe, como la de Marta ante Jesús,  ‘yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo’.

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