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domingo, 24 de octubre de 2010

Una liturgia no para quedarnos extasiados en su belleza sino para orar al Señor


Ecles. 15, 12-18;
Sal. 33;
2Tim. 4, 6-8.16-18;
Lc. 18, 9-14

Dos hombres subieron al templo a orar’, comienza la parábola Jesús. Subieron al templo a orar ¿para la oración litúrgica que se oficiaba en el templo cada día junto con los sacrificios? ¿por devoción quizá se acercaron al templo a hacer su propia oración? Nos da pauta para variadas reflexiones ya el comienzo mismo de la parábola.
La parábola tenía su intencionalidad porque Jesús la decía por ‘algunos que teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás’. Con la conclusión que Jesús le da a la parábola también quiere decirnos cosas Jesús. ‘Éste – refiriéndose al publicano – bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’.
El Señor acoge la oración del pobre y del humilde mientras que rechaza al que se vanagloria y desprecia a los demás. ‘Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha’, repetíamos en el salmo. ‘Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias porque el Señor está cerca de los atribulados y salva a los abatidos…’ seguimos meditando con el salmista. Dios mira más el corazón que las palabras que podamos pronunciar. Y se complace en el corazón de los humildes.
‘Dos hombres subieron al templo a orar…’ y qué distancias tan grandes había entre uno y otro. Comprendemos que no sólo es la distancia física en el hecho de que uno se pusiera delante de todos mientras el otro se quedó atrás mientras no se atrevía a levantar la cabeza. Es otra más fuerte y dura la distancia. La distancia que los orgullos quieren poner en derredor como temiendo mezclarse con los pobres y los humildes. La distancia que aísla y crea barreras cuando hay menosprecio en el corazón hacia los que están a nuestro lado.
Ya quizá podríamos hacernos preguntas sobre nuestra oración o nuestro estilo de orar. ¿A qué distancia estoy yo de los que me rodean cuando voy a la oración? ¿tendré barreras interpuestas ante los demás? Es cierto que nuestra oración en principio tiene que ser un acto personal que yo he de poner desde lo más hondo de mi corazón. Me estoy encontrando de forma muy personal con ese Dios que me ama y que lo siento vivo y presente allá en lo más hondo de mí mismo. Y esa oración, es cierto, será un tú a tú con el Señor, sin olvidar su inmensidad y su grandeza porque es el Señor, pero sintiéndome en su presencia e inundado de su amor, porque siempre es el Dios que me ama.
Sin embargo en la verdadera oración ni me puedo encerrar en mi mismo ni me puedo aislar con los demás. Es más, quizá tendría que decir que en la medida en que me siento más unido a Dios en mi oración necesariamente más unido me he de sentir con los demás. Y si a mi lado hay alguien que está en oración, aunque en ese momento no compartamos palabras ni intenciones, qué unión más hermosa tendría que haber en cuanto que los dos estamos unidos al mismo Dios y Padre que me ama y nos ama.
Claro que será más hermosa aún mi oración si además yo oro por los demás y oro con los demás. No voy sólo a pedir por mí o a tener mi encuentro de manera individual con el Señor sino que voy a sentir toda la hondura de la comunión que será con el Señor pero que tiene que ser también con los demás.
Pero aquí podríamos entrar en otro aspecto de la oración que es la oración comunitaria y litúrgica. Esa oración de los hermanos, de los miembros de la familia de los hijos de Dios y de los miembros del pueblo de Dios que juntos queremos, que juntos hemos de darle culto al Señor cantando nuestra alabanza y nuestra acción de gracias. Es la oración de la Iglesia que como comunidad hacemos, celebramos y expresamos en la liturgia.
Cuando decimos en la liturgia estamos diciendo cómo a través de unos signos comunes, de unos ritos litúrgicos comunes nos sentimos unidos en esa oración, en esa alabanza al Señor, en esa gloria que queremos cantar a Dios. Es la celebración de la Eucaristía y todos los sacramentos, es la celebración de toda la Iglesia, en la que vamos a sentir de manera especial esa presencia del Señor en medio nuestro. Porque además sabemos que en esos signos sacramentales se hace realmente presente Cristo en medio nuestro.
Acciones sagradas para nosotros que nos hacen sentir la presencia del Señor, signos vivos de la presencia de Dios y de su gracia; acciones con las que queremos dar culto al Señor, alabándole y bendiciéndole con todas las criaturas del cielo y de la tierra. Acciones sagradas que expresamos con unos signos y unos ritos litúrgicos que siempre tienen que ayudarnos a vivir ese encuentro vivo con el Señor en nuestra oración.
Yo me pregunto a mí mismo muchas veces al terminar una celebración litúrgica, ya sea la Eucaristía o cualquier otra celebración de la Iglesia, si en verdad he orado al Señor y si yo sacerdote que en nombre de la Iglesia estoy presidiendo aquella celebración habré ayudado de verdad a orar a los fieles que allí estamos congregados.
No nos podemos quedar extasiados en la belleza de los ritos litúrgicos, que tenemos también que saber admirar y valorar toda la belleza de la liturgia que en cierto modo nos eleva hasta la liturgia celestial; pero, perdónenme que lo diga así, tenemos que hacer que no sólo sea una celebración bonita y llena de belleza, por decirlo de alguna manera en expresiones humanas, sino una celebración viva en la que he orado, he tenido ese encuentro vivo con el Señor para orar, para escucharle y para presentarle también mi súplica, mi alabanza o mi acción de gracias. No hay participación verdadera si no hay auténtica oración. Tenemos que aprender a orar con la liturgia. Y ya no será sólo mi oración personal sino entonces también la oración de la comunidad.
Es la oración con la que con toda humildad me pongo ante el Señor, sintiéndome indigno como Isaías cuando contempló aquellas hermosas teofanías que nos describe en la profecía – ‘¡ay de mí! que soy un hombre de labios impuros’ -, o como aquel publicano que no hacía otra cosa que pedir al Señor que tuviera compasión de él. ‘Oh Dios, ten compasión de este pecador’. Pero será la oración de la que saldré lleno de Dios que es en fin de cuentas lo que nos quiere decir Jesús con las expresiones de la parábola de bajar justificado, lleno de la justicia y de la gracia de Dios.
Que así sea nuestra oración, que así sea la forma intensa viva de nuestras celebraciones sagradas, de toda la liturgia con la que queremos bendecir y alabar en todo momento al Señor.
‘Dos hombres subieron al templo a orar…’ Aquí estamos más de dos, esta pequeña comunidad, que hemos venido a nuestra oración y a nuestra celebración, ¿cómo está siendo hoy nuestra oración? ¿estaremos en verdad orando al Señor?

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