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sábado, 23 de octubre de 2010

Todos construimos el Cuerpo de Cristo, la Iglesia

Ef. 4, 7-16;
Sal. 121;
Lc. 13, 1-9

‘A cada uno de nosotros se ha dado la gracia según la medida del don de Cristo’. Comenzaba así hoy Pablo en el texto proclamado de la carta a los Efesios. No nos falta nunca la gracia de Dios. Esa gracia que nos hace crecer a la medida de Cristo, nos hace crecer en santidad a cada uno, pero que no es sólo para nosotros, cada uno por nuestro lado que podríamos decir, sino que es gracia que contribuye al crecimiento del cuerpo de Cristo.
‘El ha constituido a unos apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelistas, a otros pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los fieles, en función de su ministerio, y para la edificación del Cuerpo de Cristo’. Nos está hablando, como todos comprendemos, de la Iglesia y los diferentes carismas y ministerios que el Espíritu hace surgir ‘para la edificación del Cuerpo de Cristo’. Es cierto que no todos tenemos la misma función, pero sí a cada uno el Señor nos ha dado un don. Podemos recordar por otra parte lo que hemos escuchado más de una vez de la parábola de los talentos.
Más adelante nos hablará de esa unidad de todo el cuerpo en la que cada miembro, cada juntura que lo nutre nos dice, realiza su función. ‘Todo el cuerpo bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte se procura el crecimiento del cuerpo…’ Si todos formamos ese cuerpo de Cristo, todos tenemos nuestra función en él. Ninguno puede considerarse ni menor ni inútil porque cada uno tiene su función. Algunas veces, decimos, no valemos, qué puedo hacer yo, soy el último y el más inútil. Cada piedra, cada grano de arena contribuye en la construcción del edificio.
Hay un proverbio chino que dice: ‘un capazo de tierra cada jornada y verás crecer allí una montaña’. Vemos un hermoso edificio de muchas plantas, y mientras se va construyendo contemplamos el trabajo de cada uno de los obreros, se va colocando ladrillo a ladrillo, planta a planta hasta que vemos crecer el edificio. Cuántos ladrillos colocados y cuántas horas de trabajo realizadas. Cada ladrillo ocupa su lugar, tiene su función y en unión con los demás hará que se pueda levantar ese hermoso edificio.
Así edificamos la Iglesia, así construimos el pueblo de Dios. Cada uno de nosotros tiene su importancia. Cada uno aportamos lo que somos. Y ponemos nuestra palabra, y ponemos aquel buen gesto para con los demás, y ponemos nuestra sonrisa o nuestra alegría, ponemos nuestro amor, ponemos lo que sabemos o podemos hacer y con la gracia de Dios vamos haciendo que nuestro mundo sea mejor, que la fe crezca, que se contagie el amor.
Si tú no pones eso que eres o que es tu capacidad faltará esa piedra en la construcción. Y todos somos valiosos. Valioso es también nuestra sufrimiento, nuestra oración callada, el ofrecimiento que hacemos de nuestras cosas. Todo eso es una gracia que Dios ha puesto en ti, para que crezcas tú pero para hacer crecer a la Iglesia, para hacer crecer el Reino de Dios.
Recogiendo también lo que nos dice hoy el Evangelio que el Señor no nos encuentre como higuera inútil o infructuosa. Demos esos pequeños frutos que el Señor espera de nosotros. Que convirtamos también nuestro corazón al Señor viendo las llamadas que nos va haciendo cada día. Y aprovechemos la gracia del Señor.

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