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miércoles, 20 de octubre de 2010

A la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre

Ef. 3, 2-12;
Sal.: Is. 12, 2-6;
Lc. 12, 39-48

‘Estad preparados porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre’. Una invitación que nos hace Jesús para que no andemos en la vida distraídos olvidando la meta final y definitiva de la vida.
Lo expresamos de muchas maneras en la liturgia, lo confesamos en nuestra fe, pero pareciera que este artículo de nuestra fe y nuestra esperanza lo olvidáramos fácilmente o no lo tuviéramos en cuenta. ¿Será acaso por una falta de trascendencia en nuestra vida? ¿será porque sólo pensamos en la vida presente y nos falta la esperanza de la vida eterna?
Ayer ya nos decía Jesús en el texto del evangelio entonces proclamado: ‘tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas’. A la manera del criado que tiene que estar vigilante a la espera de la llegada de su señor; o a la manera del administrador que tiene que estar atento a sus obligaciones y responsabilidades ejerciendo además su función con lealtad y justicia; o a la manera del dueño de casa que tiene que estar vigilante para que no llegue el ladrón y le robe todo lo que tiene.
‘Pedro le preguntó: Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?’ Por la respuesta de Jesús pareciera que en principio está haciendo un llamamiento a aquellos que van a tener una función en su iglesia. Los pastores en estas palabras hemos de sentir la advertencia y la invitación de Jesús para que ejerzamos nuestro servicio y ministerio atendiendo bien a ese pueblo de Dios que el Señor nos ha encomendado y que no podemos hacer dejación de esa atención que hemos de tener y de ese alimento que en la Palabra de Dios hemos de dar al pueblo de Dios que se nos ha encomendado. Rogad al Señor para que seamos fieles cumplidores del mandato y de la encomienda del Señor. Nos confiamos también a vuestra oración.
Pero también estas parábolas, como dice Pedro, estas advertencias y esa invitación a la vigilancia y a la esperanza es para todos. Podemos pensar en ese encuentro final y definitivo con el Señor, que no sabemos cuando el Señor nos va a llamar y hemos de estar siempre preparados. Preparados con esperanza y con confianza, nunca con temor.
Algunos cristianos cuando oyen hablar de la muerte se llenan de temores y angustias. ¿Por qué temer si vamos a encontrarnos con el Padre misericordioso siempre dispuesto a perdonarnos? Claro que hemos de vivir nuestra vida de cada día con rectitud, con santidad, llenándola de muchas obras buenas y santas, de mucho amor. Es el tesoro que nos dice Jesús que acumulemos en el cielo. Es esa vigilancia para que la tentación y el pecado no nos venzan. Es ese deseo y compromiso de vivir siempre en al gracia y la amistad de Dios que hemos de cuidar.
Pero esa vigilancia ha de ser cosa de cada día y de cada momento porque el Señor viene a nosotros, se nos manifiesta de muchas maneras, quiere hablarnos allá en lo hondo de nuestro corazón y andamos en la vida muy distraídos y no sabemos escucharlo. El Señor va poniendo muchas señales de su presencia a lo largo del camino de nuestra vida y de muchas maneras nos va haciendo llamadas a nuestro corazón. Viene el Señor y viene con su gracia y con su amor. Estemos atentos a su presencia.
Si ahora, en el día a día de nuestra vida, somos capaces de vivir esa presencia de Dios junto a nosotros, a Cristo que camina a nuestro lado y nos llena de su gracia, no temeremos ese encuentro final porque sabemos que siempre será para dicha, para felicidad total, para estar junto a Dios para siempre. El Señor es misericordioso y compasivo.

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